III Domingo de Adviento, Ciclo C
San Lucas 3,10-18:
Viene el que puede más que yo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

So 3,14-18; Sal: Is 12,2-6; Flp 4,4-7; Lc 3,10-18. 

            En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: ¿Entonces, qué hacemos? El contestó:

El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene y el que tenga comida, haga lo mismo. Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: Maestro, ¿qué hacemos nosotros? El les contestó: No exijáis más de lo establecido. Unos militares le preguntaron: ¿Qué hacemos nosotros? El les contestó: No hagáis extorsión a nadie, ni os aprovechéis con denuncias, sino contentaos con la paga.

            El pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. El os bautizará con Espíritu Santo y fuego: tiene en la mano la horca para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga. Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia. 

       La primera lectura del libro de Sofonías refiere la reforma del rey Josías (640-609), que inicia un movimiento de restauración política y religiosa. Sofonías nos habla de una restauración, de una época dorada en Jerusalén que anula la anterior de humillación y corrupción.

          Tras la invasión de Senaquerib (año 701 a.C.), Judá vive una etapa de decadencia política y religiosa. Es un tiempo de idolatría, corrupción social e indiferencia religiosa: "¡Ay de la ciudad rebelde, manchada y opresora...! Sofonías, contemporáneo de Jeremías, colabora con Josías en la gran reforma religiosa. Una idea dominante aparece a lo largo de su corto libro: la gran catástrofe que se cierne sobre Jerusalén ("Día de la Ira"). El hombre ha de rendir cuentas a Dios y por eso invita a la conversión y penitencia mientras sea tiempo propicio; el final, un resto de Israel se salvará (2,7.9; 3,13); cierra su obra con un oráculo de restauración; tal restauración reúne a los dispersos y deja un resto "que no cometerá crímenes ni dirá mentiras...". En forma de Himno, se invita a Sión al gozo y a la alegría: "Grita, lanza vítores, festeja exultante".

          El resto, en el AT, es la comunidad formada por gente humilde y sencilla y que, confía en el «nombre de Yahvé»; es el pueblo del Señor que, de un modo variado, ha pasado por la prueba del exilio o tribulación y ha comprobado, que Dios está en medio de él; se ha dado cuenta, de que, a la infidelidad del hombre, responde Dios con una fidelidad ininterrumpida, con su amor; en el AT, el amor y la fidelidad de Dios van con frecuencia juntos; fidelidad, proximidad, preocupación por los demás, son dimensiones del amor de Dios, único e inefable. Hemos de ser imitadores del Padre del cielo (Mt 5,48) y ser próximos, cercanos, como el buen samaritano.

          El resto definitivo del pueblo de Israel es solamente Jesús de Nazaret. Sofonías apunta que la humildad y la sencillez son características típicas del resto, que espera en el nombre de Yahvé; estas palabras de Sofonías son las mismas que el Evangelio de Mateo (11,29) pone en labios de Jesús: «Aprended de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» y es Jesús el que hace participar a sus imitadores-seguidores de su radical confianza en el Padre: «No temas, rebaño mío … (Lc 12,32). 

            El salmo responsorial: El Señor es mi Dios y Salvador; confiaré y no temeré, porque mi fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvación (Is 12,2-6).       

       La segunda lectura de la carta a los filipenses insta a los cristianos a estar siempre alegres, porque el Señor está cerca. El Mesías, el Dios Salvador esperado por judíos y paganos, viene, ha venido ya, Dios ha redimido a su pueblo y se halla en medio de su Iglesia.

                San Pablo retoma el tema de la alegría, que era muy importante en el comienzo de la carta. Exhorta a la alegría, paz, serenidad, tales son los sentimientos de Pablo. Da la razón de esta alegría: la oración que ciertamente será escuchada. No son los muchos rezos, sino el contacto íntimo y filial con Dios. Sentirse unido a Dios, en sus manos, querido y protegido por El; esa vivencia, sentida en la oración, producirá una alegría que supera las dificultades diarias.        ¡El Señor está cerca! La Iglesia se siente feliz en su presencia, como se siente la esposa en la proximidad del amado; su ser derrama paz y suavidad y ella sabe que lo tiene junto a sí y que escucha sus súplicas aun antes de formularlas. El amor de Cristo se ha difundido en las almas y se manifiesta al mundo en su plácida alegría, en su agradecimiento para con Dios. En los que participamos de su santo sacrificio, crece su vida, pues "en El vivimos, nos movemos y existimos" (Hch 17,28). "El que viene", se presenta cada día en la Sagrada Escritura, en la exhortación de su Iglesia, en su sacrificio y sus sacramentos y en las solemnidades de su año litúrgico. Pero todo esto es un eterno presente; está en nosotros y viene para estar cada vez más en nosotros.

          ¡Alegraos... el Señor está cerca!, tenéis la dicha de poder caminar ante El, de poder vivir de El y con El. Y porque el amor de Cristo está vosotros, debéis hacer que la luz de Cristo penetre en las tinieblas del mundo y las disipe. Quien os vea reconocerá la proximidad del Señor. "¡No os preocupéis por nada!" Ocupados tan sólo del Señor, "libres para la sabiduría divina", los cristianos hallan su alegría, el auténtico motivo de su vida, en el trato con Dios próximo y siempre presente; todo su hacer, todo su trabajo tiene que ser oración, incesante acción de gracias por su vocación a la Iglesia de Cristo, a la proximidad del Señor, así se acrecienta su paz, "la paz de Dios, que sobrepuja toda imaginación y que guarda los corazones y las inteligencias en Cristo Jesús" (Flp 4,7).

          El Adviento del Señor es al propio tiempo presencia y venida. El cristiano en tanto que respira su proximidad, vive ya su vida, penetra en su Ser Infinito y por la misma razón de que lo posee, desea poseerlo cada vez más y que lo posean también y sea realidad para millares y millones de seres, en los que todavía el Señor ha de crecer. El Evangelio es "Buena noticia" y por ello, motivo de alegría para los creyentes. La alegría cristiana proviene de la comunión con Dios y los hermanos (Hch 2, 46; 14-17), se manifiesta incluso en medio de las adversidades (Hch 5, 41; Sant 1,2; 2 Cor 7,4) y nadie se la puede quitar al que la tiene (Jn 16, 20.22).  

          La lectura del Santo Evangelio según San Lucas (3,10-18), sirviéndose de la pregunta "qué tenemos que hacer", formula, de una manera concreta, la clase de vida exigida por San Juan. Se trata de un texto ético en su primera parte y cristológico en la segunda, significado por la exigencia de conversión o cambios de comportamiento, que preparan el camino al portador del Espíritu, Jesucristo.

          Hoy, el orbe cristiano celebra el tercer Domingo de Adviento y recibe las francas palabras del Bautista llenas de amor a la verdad. El pueblo, teniéndolo por profeta enviado por Dios y confiando en él por sus exhortaciones y su conducta, le pregunta qué debe hacer. El Precursor, recordando la Ley de Dios y anunciando la llegada inminente del Mesías, les propone un programa de vida conforme a la Buena Nueva que se acerca y predica la conversión, primero, al pueblo en general, después, a diferentes estamentos sociales; les exige que cumplan con el precepto supremo del amor al prójimo y con los deberes de la justicia.

          Pide caridad y justicia; el dar, el repartir los bienes con el que no tiene, querer al prójimo, compartir las riquezas; y, al mismo tiempo, exhorta el cumplimiento del deber en el puesto social que cada uno ocupe, evitar la extorsión, sin abusos ni extralimitaciones, en un trato bondadoso, humilde, sabiéndose servidor de los demás y no el ambicioso tirano que pisotea, exige, codicia y corrompe, sino  que ejecuta con esmero su cargo y oficio, que cuida con alegría y paciencia sus relaciones familiares y, como hortelano consciente y entendido, laborea y riega la convivencia. La huerta del matrimonio, de la familia y del entorno social y profesional no se pueden descuidar por debilidad o incluso por maldad, por pereza, por precipitación, por egoísmo, por sensualidad, por orgullo... Si no se cuidan y laborean y no se está en su atención diaria, se agostan y se convierten en erial.

          La caridad y la justicia exigen, en el hombre, el sentimiento y la decisión de compartir, el hacer realidad el hecho de que la tierra con sus bienes y fuentes de producción no es propiedad de unos cuantos astutos, sino que pertenece a todos los seres que Dios puso en ella para poblarla. Sólo, en España, Cáritas señala 8,5 millones de pobres; es la más alta tasa de la Unión Europea; y uno de los factores explicativos de este dato es el "reducidísimo nivel" de prestaciones sociales destinadas a las familias españolas. En el mundo, hay cien millones de jóvenes que viven en las calles a causa de la pobreza, del abandono o la ruptura familiar.

          El Adviento significa el encuentro con Dios. Juan anuncia que viene Jesús; que Él viene cada año en Navidad. El hombre aterido en su pobreza y en la injusticia clama con ansia desde el fondo de su corazón “¡Ven, Señor, Jesús!”. Su venida está ligada a la Navidad, tiempo en que el Hijo de Dios hecho carne viene a los suyos y estos hombres suyos lo reciben, lo acogen e intentan ejercer con fervor sus mandatos de amor y justicia. “Si bien, dice el Papa, es Dios quien toma la iniciativa de venir a habitar entre los hombres, también es cierto que no quiere llevarlo a cabo sin nuestra colaboración activa. Por lo tanto, prepararse para la Navidad significa comprometerse a construir la «morada de Dios con los hombres». El Adviento nos invita a construir su habitáculo en el alma y nos exhorta a la conversión y las buenas obras, a acoger a Jesús en nuestra vida.

          Hoy vivimos en la llamada sociedad de la abundancia; pero, mientras haya hombres en el mundo que no tengan lo necesario para vivir, nuestra sociedad estará condenada ante los ojos de Dios. El amor al prójimo supone que se ha cumplido antes con la justicia.