Solemnidad: Santa María, Madre de Dios (1 de enero)
San Lucas 2, 16-21:
María conservaba estas cosas en su corazón

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Nm 6,22-27; Sal 66,2-8; Gál 4,4-7; Lc 2,16-21 

En aquel tiempo los pastores fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.

Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño, y le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción. 

            Hoy fiesta de María, Nuestra Señora, dedicada a la "Virgen del camino", tiene por objeto honrar su maternidad divina, contemplada a la luz de la Navidad. Octava de Navidad y el primer día del nuevo año, una conclusión y un comienzo, es la celebración más antigua en honor de Nuestra Señora en la liturgia romana. Antes de cambiarse en 1969, se conocía la fiesta como la "Circuncisión de Nuestro Señor".  

         Ya en el siglo III, los padres griegos aplicaron a María el título Theotokos, portadora de Dios, apoyado por los concilios de Efeso y de Calcedonia. En Occidente, María fue venerada de forma similar como Dei Genitrix, Madre de Dios. En el antiguo canon romano es conmemorada como la "siempre virgen madre de Jesucristo Nuestro Señor y Dios".

          María es "Portadora de Dios" y Madre espiritual de la humanidad. Eva fue la "madre de todos los vivientes" en el orden natural, María es madre de todos los hombres en el orden de la gracia. Al dar a luz a su primogénito, parió también espiritualmente a los cristianos, a los creyentes en Jesús y a todos sus discípulos y seguidores de su mensaje.   En la liturgia, se destaca con claridad la relación entre María y la Iglesia. Explícitamente, se proclama que María es madre de Cristo y madre de la Iglesia, la "Santa Madre de Dios y, por consiguiente, la Madre providente de la Iglesia" (Marialis cultus 11).

          Aún en vida de María se tuvo conciencia creciente de su maternidad espiritual. Su maternidad espiritual culminó a los pies de la cruz y se afianzó en Pentecostés. María continúa derramando su amor maternal en el cielo; por eso, los fieles la invocaron como madre desde los tiempos más remotos de la Iglesia. María, desde el cielo, nos acoge con amor en el misterio de su intercesión y de su mediación materna.

          Esta fiesta del 1 de enero tiene importancia excepcional; el misterio de la maternidad divina es realmente la verdad fundamental acerca de la Virgen María. Otras fiestas marianas, la Inmaculada Concepción y la Asunción, son consecuencia de su maternidad divina. La doctrina de la maternidad divina, además de un dogma católico, es una creencia cristiana, compartida con muchas otras mociones cristianas. Y esto es importante, porque, como dijo un portavoz protestante: "Cuando dices que María es la madre de Dios, lo has dicho todo" [1].

          El cristiano ha de tener un sentido permanente de la presencia de Nuestra Señora en su vida, cerca de su Hijo y cerca del hombre. Aquí radica el secreto de la devoción católica a Nuestra Señora y la gracia que pedimos en la oración final de la fiesta: "Concédenos que podamos sentir el poder de su intercesión, cuando ella implora por nosotros con Jesucristo tu Hijo, el autor de la vida".

          El papa Pablo VI constituyó esta fecha en un día especial de oración por la paz universal. Todo el mensaje de Navidad se sintetiza en la palabra "paz", y la Iglesia desea dar al mundo esa paz. Para San León Magno, «el nacimiento del Señor es el nacimiento de la paz. Es el don de Dios a nosotros y también nuestro regalo a él, pues nada más agradable a Dios que los hermanos conviviendo en paz» [2].

          Ciertamente, la venida de Cristo a la tierra no trajo la desaparición de toda guerra; cierto que la Iglesia no ha sido muy eficaz en el mantenimiento de la paz entre las naciones. Pero, la historia ha conocido grandes dirigentes cristianos que fueron heraldos e instrumentos de la paz de Dios en el mundo. La Iglesia ha proclamado siempre la paz; y, a pesar de todas las reservas y fracasos, continúa "buscando y persiguiendo la paz".

          Los cristianos atrapados en muchos conflictos dan frecuentemente testimonio de la paz de Cristo que está en sus corazones. Están dispuestos a perdonar a sus enemigos y entablar la reconciliación de sus hermanos. No puede haber paz verdadera ni duradera allí donde se pisotean los derechos humanos y la justicia. La paz requiere un orden mundial fundado en el amor que reconoce que todos los hombres somos hermanos y tenemos un padre común en los cielos.

 

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1. Citado por uno de los portavoces en la XIII Conferencia Ecuménica de Glenstal. El Rev. J. Haire ha descrito el punto de vista protestante en un artículo: Born of the Virgin Mary, publicado en "Doctrine and Life",

agosto 1976, 549-62. Originariamente se leyó en esta conferencia.

2. Sermón 6 para la navidad; Oficio de lecturas para el 31

de diciembre, Liturgia de las horas, I, 406.

          El libro de los Números enseña la fórmula de bendición a los israelitas.

            El texto es un poema litúrgico que trae una fórmula antiquísima de bendición al pueblo mediante la invocación del nombre de Yahvé. El bendecir estaba reservado a los sacerdotes, aquí la fórmula se le encomienda al primero de ellos, Aarón y a sus hijos (cf. Dt 10,8; 21,5). Los sacerdotes solían impartirla en el templo, antes del culto y como saludo (Sal 118,26) o después de despedida (Lv 9,22). La repetición del nombre del Señor, el modus literario y el gesto de imponer las manos sobre el pueblo señalan la voluntad eficiente de la bendición, para que Dios conceda su protección, su favor y la paz al pueblo. La "paz" de los judíos es el compendio de todos los bienes mesiánicos: reposo, gloria, riqueza, salvación, vida..., y, únicamente, posible como fruto de la justicia: Shalom.

          La primera parte del libro de los Números tiende a exponer la función reservada en exclusiva a los sacerdotes (cfr. Sir 50,22ss). La bendición hace presente a Dios en medio del pueblo. Toda bendición humana continúa la bendición de Dios a los seres creados y a los patriarcas (cfr. Gn 1,22.28; 12,2ss). La bendición en el A.T. guarda similitud con la bendición gitana. Ciertas variantes textuales ponen los verbos de este relato en futuro, con lo que la bendición cobra un valor profético. Por eso, muchos Padres han visto en este texto el anuncio de la auténtica bendición: La venida de Jesús, Nuestra Paz (cfr. Is 9,6; 11,1-9...). Hoy Jesús nace en el hombre, le trae una paz entroncada en la justicia, el amor a Dios y a los hermanos (cfr. Is 32,17; 60,17...).

          Millones de seres humanos pasan hambre. Los bienes materiales, injustamente repartidos, escasean en este mundo de intereses y ambición. El egoísmo impera, el acumular y atesorar riquezas, sólo impulsa el yo, lo mío; el tú y el vuestro se olvida, no existe, los demás no cuentan, ni siquiera Dios. Al ver estos días al Niño de la Paz en el Belén, pidamos su bendición; que implante en este frío mundo su Reino de paz y de justicia. Pidamos la paz bíblica, "Shalom", un estado de bienestar espiritual y material, comunión con Dios y con los hermanos.  

            El Apóstol, en la carta a los Gálatas  explica que somos hijos por adopción.

            Esta perícopa de Gálatas no es mariológica, sino cristológica. San Pablo, desde su normal perspectiva soteriológica, tocando levemente el misterio de la Encarnación, explica que los hombres han alcanzado, por Cristo Jesús, el estado de hijos de Dios. Resalta la trascendencia del Hijo, en el plan salvífico del Padre. La raíz estriba, en que el Hijo hecho hombre es concebido y nace de una mujer. Se halla aquí la primera alusión cronológica a María en el Nuevo Testamento, con lo que destaca la real condición humana del Hijo que debe a su madre, porque su humanidad es esencial para el plan salvador del Padre. Y "nacido o puesto bajo la ley", apunta a la condición de Jesús judío, como uno más. Inmediatamente saca Pablo la consecuencia del rescate de la ley precisamente de los hombres con los que Cristo se ha hecho solidario. La clave de la salvación que Cristo lleva a cabo es su total semejanza con sus hermanos los hombres, que culmina con hacerlos hijos de Dios como Él. Así: "Se hizo –sintetizan los Padres- lo que somos nosotros, para hacernos a nosotros lo que El es"; hijos en el Hijo.

          Y, sin duda, la primera criatura que recibe esa filiación es la propia María. Es uno de los rasgos paradójicos de su maternidad: es el medio humano, para que el Hijo sea hombre y, a la vez, es la primera beneficiaria de esa obra salvadora. Madre de Jesús y hermana mayor de nuestra salvación.

          Por Cristo, somos hijos de Dios, pero, con un nuevo ser, Dios nos hace efectivamente hijos y coherederos con Cristo. La adopción no es meramente legal. El que es poderoso, para crearlo todo con su palabra, puede hacernos hijos suyos cuando lo decide así. Y si Dios nos llama y nos hace realmente hijos, es cierto que también podemos llamarlo "Padre", lo mismo que Jesús. Sobre todo, porque nos ha dado el Espíritu de su Hijo, que es el que nos anima, nos da un muevo ser, nos enseña un nuevo modo de orar y testimonia que somos verdaderamente hijos de Dios (cf. Rm 8, 14-17).

          Los hombres que ya pueden llamar a Dios "Padre Nuestro", ya no son esclavos. Su posición en el cosmos y ante la Ley ha cambiado de raíz: son hijos de Dios y su vocación es la libertad. Ciertamente han recibido un certificado de Cristo, con una esperanza invencible que levanta el ánimo y es el punto de apoyo de la auténtica revolución. Esta es la esperanza que relativiza cualquier orden establecido e impulsa a los discípulos de Jesucristo a esperar su abrazo intenso en el día de su vuelta. 

            El evangelista San Lucas cuenta hoy que inmediatamente después de la aparición reveladora del Ángel, los pastores salieron corriendo hacia Belén, donde confirman el mensaje anunciado. Y, allí, llegan diciendo lo que han visto y oído y que por eso vienen al recién nacido, el Mesías-Niño. Se indica que encontraron a Jesús en el portal, es el signo de credibilidad, que sustenta la fe de los pastores, lo que, a su vez, los convierte, ante el pesebre del Nacido, en mensajeros de alegría.

Subraya el texto, que María guardaba y conservaba, en su corazón (cf. v.51; Gn 37,11; Dn 7,28), todas las palabras que salían de la boca de los pastores, las cosas que narraban. El corazón, como un tesoro, encierra la incesante alabanza a Dios y la proclamación de su gloria por los pastores, que, además, se vuelven de nuevo a su rebaño, sin dejar de alabar a Dios por lo que han vivido y por lo que se les ha dado a conocer.

          A los pastores, a tenor de una tradición antigua se les identifica con los pobres de la tierra, los alejados, los desechados, y con los que no pueden cumplir reglamentos de la ley ceremonial de los judíos. También, el rey David, fue pastor, llamado por Dios de entre el rebaño y Abraham y los patriarcas, que, siendo pastores, escucharon la llamada de Dios y recibieron su visita. En otros pueblos del Oriente Antiguo se narraron historias parecidas. Por todo esto, creemos que los pastores del evangelio no son los simplemente pobres y desechados, sino también los decididos y prontos a oír la voz de Dios y a instaurar su nuevo pueblo entre los hombres.

          Lo cierto es que los pastores atienden la palabra del ángel, corren a observar el signo y encuentran al Niño acostado en el pesebre. Pero, lo verdaderamente extraordinario es que el signo les convenza, que acepten el evangelio, crean que ha nacido el Salvador y alaben a Dios sin titubeos. Los cristianos, como los pastores, tenemos aquí la paradoja fundamental del cristianismo: Vemos un niño, envuelto en pañales, indefenso, sencillamente un hombre; o un pretendido profeta del Señor que muere ajusticiado: el misterio de Belén o el del Calvario. Sobre el signo misterioso se descorre la palabra de la epifanía radical de Dios que anuncia: Os ha nacido el salvador, el Mesías de la esperanza de Israel, el Señor de todo el cosmos. Ante esa paradoja, los pastores responden como creyentes; en ellos, los sencillos, los más pequeños de la tierra, comienza a brillar, como en Abraham, la luz de la verdad de Dios para los hombres. La paradoja nos pide también una respuesta.

          Este texto de Lucas ofrece varias respuestas: La de los curiosos, que se admiran por lo extraño del suceso. La de los pastores, que responden con fe. Y la de María, que conserva todas estas cosas, las medita en su interior y reconoce la acción de Dios en el misterio de su hijo recién nacido, recostado en un pesebre. Lucas presenta la figura de María, la madre, en una actitud contemplativa, que contrasta con la exultación gozosa de los pastores. Este pequeño contrapunto es de gran importancia, porque, por María, se entiende que, a pesar de la gran manifestación de Dios, el hombre está siempre delante del misterio, realidad que ha de acoger con el silencio de la fe. Nuestra realidad humana no puede intuir todo en un momento, por eso se necesita reflexión, oración.

          «Al cumplirse los ocho días, tocaba circuncidar al niño» Según lo preceptuado, todo niño judío había de ser llevado al Templo, para cumplir con el rito de la circuncisión y recibir la imposición del nombre. Y, se le puso el nombre de Jesús, como ya asentó el ángel por parte de Dios, antes de la concepción. Con tal nombre, Dios fija también la misión de Jesús: Dios es salvador. Por este Niño trae Dios la salvación: "Pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hch 10,38).

          El historiador Heródoto señala que la circuncisión se practicaba en Egipto, Etiopía, Fenicia, en los pueblos semitas y otros muchos lugares. Se trata de una costumbre muy arraigada en los pueblos primitivos de África y de Australia. En Israel pasa a convertirse en signo de la Alianza. La Biblia destaca el valor de la "circuncisión del corazón" por encima de la circuncisión de la carne, como expresión importante de la fidelidad de Israel al pacto con Dios. La circuncisión, que primitivamente no era más que una medida de higiene, una introducción a la madurez y un rito de iniciación al matrimonio, vino a tener una auténtica significación religiosa, expresión de la Alianza con Dios. La circuncisión, antiguo rito mágico de fecundidad matrimonial, pasó a ser el signo de la promesa de fecundidad; se convirtió en el rito expresivo de la pertenencia al pueblo de Dios, al encontrarse entre los pueblos incircuncisos.

          María tuvo necesidad de meditar la Palabra de Dios, aún siendo la llena de gracia. María iba avanzando en la fe, por medio de esas actitudes humanas auténticas, una de ellas es la meditación de la Palabra de Dios. María aprende de los pastores. Así es la Palabra de Dios. Cualquier prójimo es portador de un mensaje de Dios e instrumento imprescindible para la historia humana. Amar al prójimo no significa sólo ni principalmente ayudarle cuando necesita de nosotros. El precepto del amor significa propiamente reconocer al prójimo, como lo que es: necesario para nosotros. Así, cuando se encuentre necesitado, no le daremos solamente una "muestra" de generosidad, sino la vida, el ser integro, como se ha de dar en toda ocasión. María amó así; por esto los pastores y los "devotos" de María encuentran en ella el mejor resorte del amor a Dios y al prójimo, de auténticos cristianos.