I Domingo de Cuaresma, Ciclo C
San Lucas 4,1-13: Las tentaciones de Jesús

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

(Dt 26, 4-10; Sal 90, 1-15; Rm 10, 8-13; Lc 4,1-13) 

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo. Todo aquel tiempo estuvo sin comer y al final sintió hambre.

Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, dile a esta piedra que se convierta en pan. Jesús le contestó: Está escrito: «No sólo de pan vive el hombre». Después, llevándole a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me lo han dado y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo. Jesús le contestó: Está escrito: «Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto» Entonces lo llevó a Jerusalén y lo puso en el alero del templo y le dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: «Encargará a los ángeles que cuiden de ti» y también: «Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras» Jesús le contestó: Está mandado: «No tentarás al Señor tu Dios» Completadas las tentaciones, el demonio se marchó hasta otra ocasión. 

La primera lectura del libro del Deuteronomio expresa la fuerza de la oración hecha con plena confianza en Dios, Padre, que oye y atiende la Profesión de Fe de Israel. “Clamamos a Yahvé y nos sacó de la opresión de Egipto” (Dt 26,7-8); los israelitas salieron de la esclavitud y gozaron de la libertad en la tierra prometida.

Hoy leemos el rito de la presentación de las primicias en el templo, acompañado por la profesión de fe hebrea. La fórmula que acompaña al rito de las ofrendas no es de oración, sino de proclamación; es una fórmula de fe, el "credo" o profesión de fe que el pueblo hacía desde la misma época de los Jueces. Podemos ver en ella que la fe de Israel no versaba sobre verdades abstractas, sino sobre hechos bien concretos: Dios elige a los patriarcas, saca de la esclavitud de Egipto a los israelitas y les da una tierra..., de ella proceden ahora los frutos que llegan al altar de Yahvé. La ofrenda de las primicias en el santuario era un rito antiquísimo, pre-hebreo, practicado ya por los cananeos antes del establecimiento de los judíos en aquella tierra; era, para los paganos, el dios de la naturaleza que dominaba todo; consistía en presentar a Dios lo mejor de los frutos de la tierra, para agradecerle lo que habían recibido de su mano y pedirle que siempre fuera propicio. Se debe entregar al sacerdote una cesta llena de estos frutos tempranos, para que él la presente a Yahvé y la coloque sobre el altar; el sacerdote debía pronunciar una fórmula en la que daba gracias a Dios por los frutos de la tierra y por esta misma tierra que Dios había dado a los hijos de Israel.

Como en otras ocasiones, Israel adopta este rito pagano, pero lo hace suyo, lo "judaiza", le confiere su impronta y lo llena de su espíritu religioso. Este rito enseñaba el agradecimiento para con Dios y la adoración: todo era don suyo, y al mismo tiempo hacía revivir las raíces de la propia historia y de la propia fe. El dios de la naturaleza se convierte en el Dios de la historia del pueblo de Israel: es el Dios salvador y providente que guía a su pueblo y le da la tierra prometida después de haberlo salvado de la esclavitud de Egipto. Es un resumen de la historia de la salvación de Israel en la que se cita al arameo errante, es decir, a Jacob, hasta la posesión de la tierra, todo ello contemplado como un acto de gratuidad por parte de Dios. Jacob efectivamente era arameo por parte de su madre Rebeca (Gn 25,20) y estaba emparentado con "Labán, el arameo" (Gn 31,42). Los israelitas, de origen arameo, aprendieron el hebreo en Canaán, donde esta lengua era la dominante (cf Is 19, 18). Pero lo que importa en este contexto es el calificativo de "errante"; nada más deseado por un pueblo nómada que una tierra, que una patria que "mana leche y miel".

La Biblia no es un catecismo o un tratado de teología, sino ante todo una historia de salvación en la que se expresa la fe del pueblo elegido. Dios está con él y lo guía desde su principio hacia su término y el cambiante pueblo tiene una idea lúcida de su identidad; eso es el descubrimiento de la historia como historia de salvación. Lo que el "credo" proclama en estas fórmulas sintéticas es lo que orienta y estimula luego la historiografía; el Exateuco o los seis primeros libros de la Biblia no será sino el relato por extenso de lo que está condensado y proclamado en esos tres artículos del "credo", esos artículos afirman la presencia y la acción de Dios en los acontecimientos de la historia. 

El SALMO RESPONSORIAL canta:  

Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente,
di al Señor: «Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti».
 

El salmista, con voz siempre viva y nueva, interpela al hombre, que, como hoy camina alejado de Dios, recordándole que en Él se halla la salvación: “Señor, Tú has sido para nosotros un refugio de generación en generación” (Sal 90,1-15).

La segunda lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Romanos, recalca la frase de Jesucristo: “El que cree en mí no morirá para siempre” (Jn 1,26).

 San Pablo dice: “Todo el que cree en Él no será confundido”, porque la fe en el Verbo da vida; el que cree en la Palabra y la profesa con su boca, será salvo. No basta, pues, la fe interior, es preciso proclamarla con la palabra y con el corazón, que es la palabra de fe que predicamos y que, sin cansancio, hay que fortalecer, anunciar y transmitir. Hay que predicarla con la boca y, también, con las obras, con la conducta, con las actitudes.

El único camino que conduce a la salvación es la fe en Jesucristo, el Señor, que no es para el creyente alguien que ha de buscar penosamente y que está muy lejos de él, sino el Maestro que lleva en el corazón y confiesa con sus labios y su conducta.

La cita que trae Pablo está tomada de Dt 30,11-14, donde se dice de la ley: "Estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo (..), ni están al otro lado del mar (...), sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica". Pese a que la observancia de la Ley es la condición necesaria para obtener la salvación, no debe pensarse que esto sea imposible; no es preciso escalar las alturas o bajar a las profundidades. Abrogada ya la ley, Pablo refiere estas palabras a Cristo, el cual "habita por la fe en nuestros corazones" (Ef 3,17). El núcleo de esta fe lo constituye el hecho y la confesión de que Jesús es ahora el Señor. Este razonamiento de Moisés halla su plena realización en Cristo. El es el que ha bajado de lo alto, para compartir la vida de los hombres y es el que ha subido de las profundidades de la muerte, para resucitar. Por ello, no es necesario que el hombre busque con esfuerzo el camino del cumplimiento de la Ley para obtener la salvación, sino que se ponga en el camino de la fe: "Si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás". Cristo ocupa el lugar salvífico que tenía la Ley en la Antigua Alianza. La fe tiene una doble dimensión inseparable: La interior, para reconducir el hombre a la vida, y la exterior, aceptando y expresando unas verdades, profesión de fe.

Con otra cita de Isaías 28,16: "Nadie que cree en él quedará defraudado", Pablo afirma la salvación de judíos y de griegos por igual. Esta igualdad radica en el hecho de que uno mismo es el Señor de todos. Lo que implica, por otra parte, la exclusión de un orden teocrático que interponga entre el Señor único y los hombres diferentes grados o señoríos. Se refiere precisamente a un tema muy apreciado por el NT: la piedra angular puesta por Dios en Sión. Cristo es la piedra que no tiembla. Pablo acentúa el universalismo de la confianza en él. Jesús es el Señor de judíos y griegos. Por la resurrección ha sido constituido por Dios como Señor, un título que el AT reservaba a Yahvé. Pablo recoge la que probablemente es la fórmula de fe más antigua de los cristianos: Kyrios lesous, Jesús es el Señor. La proclamación pública de esta fe ("en los labios") y la adhesión interior ("en el corazón") a todo lo que significa, es lo que justifica y salva. 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4,1-13. El evangelista relata las tentaciones de Jesús.

El evangelista Lucas altera el orden de las tentaciones de Jesús para hacerlas terminar en Jerusalén, lugar de especial importancia teológica en su Evangelio. Pero los tres sinópticos concuerdan en presentarnos las tentaciones de Jesús como marco para su ministerio y en vincularlas al Bautismo. Es el mismo Espíritu que desciende sobre Jesús en el bautismo el que le empuja al desierto "cuando volvió del Jordán". Bautismo y tentaciones forman así no un episodio aislado en la vida de Jesús, sino la clave teológica de la comprensión de su vida. En el Bautismo, queda clara la experiencia de la filiación: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto". En las tentaciones se prueba esa misma filiación, qué estilo va a tener, qué estrategia va a adoptar.

La primera tentación consiste en utilizar la filiación, esa preciosa relación privilegiada con Dios como Padre, en provecho propio, para eludir las propias responsabilidades, para escapar a la dureza de la condición humana. El diablo astuto, cuando ve que tiene hambre, lo tienta con el pan: “Dí que estas piedras se conviertan en pan”; le propone que, saltándose el deber y el cumplimiento de la Voluntad de Dios, entre en veleidades, busque el placer y se deje del ayuno, del sufrimiento y de seguir su sagrado destino y los designios de su Padre Celestial. Es una tentación muy al día nuestro: ‘Déjate de religión y zarandajas, y vente al hedonismo, al consumismo y relativismo, dedícate a servir al dios dinero y a sus ídolos materiales’.

Por lo cual, insiste: “Todo esto te daré si te postras y me adoras”. Le insta el diablo, ahora, con la posesión, la ambición y la mentira. Adorar al diablo es venerar el mal, es vencer los problemas con el engaño y la mentira. Así mentir por figurar y aparentar, por escalar puestos y dominar, por medrar es servir al maligno, dueño y señor de la falsedad.

La segunda tentación, según el orden que establece Lucas, es la utilización del poder ante la oposición al mensaje. "Te daré todo este poder". ¿No sería bueno tener el mayor poder posible para emplearlo en la difusión del Evangelio? El tentador muestra cómo funciona el mundo, los mecanismos por los que se logra el éxito en la sociedad, y ofrece utilizarlos para la misión de Jesús -o de los cristianos- Casi al final, subrepticiamente, hay una coletilla: "si me adorares". Pero casi no se cae en la cuenta de ella. Lo importante es que a través de los engranajes del poder el Evangelio llegará al mundo. No hay más que someterse a los mecanismos del mundo. El que no tiene poder, fracasa. Jesús sabe que es necesario para tener poder, previamente, haber pactado y postrarse ante los poderes de este mundo. Y que el Reino de Dios nunca crecerá con la estrategia del poder.

Y, por último, Satán dirige su tentación a su propia esencia divina, a la naturaleza íntima de la filiación con el Padre, de Jesús y nuestra, hijos y herederos del Reino por los méritos del Siervo Entregado: “Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo, porque está escrito: A sus ángeles, ordenaré que te guarden, para que tu pie no se hiera con las piedras". Esta tentación ataca su divinidad, intenta entrar en la acción de Dios, guiar y gobernar lo divino; es la eterna tentación de querer hacer a Dios a nuestro prurito, acomodarlo a nuestros deseos y conveniencias.

La última tentación tiene lugar en Jerusalén. Es el centro de la religiosidad judía. Va a tener lugar en relación con el templo. Hacia allí se encamina Jesús según el Evangelio de Lucas. En Jerusalén su misión culminará en la cruz, y con Jesús el propio mensaje quedará crucificado. El tentador ofrece escapar a la muerte por ser el Hijo de Dios y cambiar ese destino como camino hacia el reino por el prestigio. Si Jesús no muere al tirarse desde el templo, a ojos de todos estará clara la verdad de su misión. Esta tentación es más sutil porque parece más desinteresada. Es utilizar la relación con Dios no ya en provecho propio, sino como ventaja en orden a la misión.

Hay tentaciones que nos apartan del bien y nos ofrecen el mal como objetivo, aunque sea bajo la capa del bien. Hay que elegir entre el bien y el mal. Entre el Evangelio y el egoísmo, entre Dios y la idolatría. Dios no quiere que sucumbamos a nuestras necesidades, sino que paguemos el precio del trabajo, del esfuerzo, de la búsqueda. La condición divina de Jesús no aligera su condición humana. Los cristianos, los seguidores de Jesús, los hijos de Dios, haríamos muy bien en dar suma importancia al conocimiento de este "mundo" y ejercitarnos en discernir los medios que nos ofrece como salvadores y no lo son. Para nosotros pidió Jesús: "No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal".

          Hemos de rehuir las propuestas del Diablo y del mundo; hemos de amar y vivir en la verdad y “la verdad nos hará libres”. Libres y ligeros de toda atadura; distintos y distantes siempre del mal y sus inclinaciones, extraños a la perfidia y mentira, enemigos de la argucia y de la impostura. Vivir, con valentía, la realidad de la vida, alejarse de la farsa y aprender el “no”, no a muchas invitaciones y proposiciones. ‘No’ rotundo, no hay que probarlo todo, eso es falso, no hay que ir y hacerlo todo. Hay un terreno privado al que no se debe renunciar ni dejar entrar a cualquiera. Llevados por el Espíritu, como Jesús, tendremos la fortaleza necesaria para vencer y triunfar en las tentaciones que, a diario, ofrece el Diablo, y siempre lograremos la victoria. Hay que abrirse y pedir: “Ven Espíritu Vivificador”.