Solemnidad. La Ascensión del Señor
San Lucas 24,46-53: ¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Hch 1, 1-11; Sal 46, 2-9; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53

«Así está escrito, que el Mesías padeciera, resucitara de entre los muertos al tercer día y que, en su nombre, se predique la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto. Sabed que yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que seáis revestidos de la fuerza de lo Alto»…

Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban continuamente en el templo bendiciendo a Dios.  

                                 LA ASCENSIÓN 

En el mundo actual, difícil y doloroso, la fiesta de hoy señala el verdadero camino, en el cumplimiento del deber cristiano. El hombre ha de comprometerse con Cristo en su situación de debilidad que no es otra que la de la cruz, la que eligió Jesús; el cristiano no puede inhibirse de sus deberes, mientras se queda ahí plantado mirando al cielo ni tampoco estar mirando sólo a la tierra y vivir asfixiado por un presente sin trascendencia, en un pesimismo que aparta del Reino de Dios, que es justicia, libertad, paz y amor. La Iglesia conduce y está al servicio del Reino al que todos los hombres están llamados con una actitud de fe y de conversión.

Al celebrar hoy su ascensión al cielo, celebramos el reconocimiento por parte de Dios del camino elegido y seguido por Jesús hasta sus últimas consecuencias: el camino de la predicación, del servicio, de la muerte en la cruz. La ascensión de Jesús nada tiene que ver con las estrategias y cálculos humanos para medrar y ascender aplastando y desplazando a los demás. La ascensión se inicia en la subida a la cruz, en el colmo del amor a los demás, en llegar al límite del espíritu de servir, al extremo de la obediencia al Padre. Por eso, el que sube a la cruz ascenderá hasta el cielo y se sentará a la derecha del Padre. Desde la cruz, que es el último lugar del mundo, pero el primero para subir al cielo, Jesús deja en manos del hombre la misión que lo trajo a este mundo. “Id, pues, y haced discípulos míos a todos los pueblos... Yo estoy con vosotros”. Tal es la misión de la Iglesia, la de los bautizados, la de los cristianos. 

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles expone hoy el relato de la Ascensión de Jesús. San Lucas acentúa la subida al cielo, para hacer patente que la tierra queda en manos y bajo la responsabilidad de los discípulos.

El autor ha dejado dos relatos muy diferentes de la Ascensión. El primero sirve de doxología a la vida pública del Señor y el segundo, de introducción al Libro de los Hechos y los comienzos de la Iglesia. El primero, de inspiración litúrgica (cf. Lc 24,44-53: comparar, por ejemplo, con Eclo 50, 20; Núm 6; Heb 6,19-20; 9,11-24), nace de un género literario documental; el segundo, de inspiración cósmica y misionera, es mucho más simbólico. En Hechos, la Ascensión aparece ante todo como la inauguración de la misión de la Iglesia en el mundo; los cuarenta días de estancia en la tierra del Resucitado se deben entender como un último tiempo de preparación (el número 40 designa siempre en la Escritura un período de espera), son pues una medida proporcional y no cronológica. La Resurrección marca el inicio de una nueva etapa del Reino: de la estancia de Cristo en el Cielo y de la misión de la Iglesia; por eso, es muy significativa la advertencia de los ángeles a los apóstoles de no quedarse mirando al cielo.

“Cristo sentado a la derecha de Padre” (cf. Ef 1,20; Col 3,1; Act 7,56) es evidentemente una imagen, para indicar que el Resucitado es, desde este momento, fuente y origen de la misión universal de la Iglesia; igual que la imagen de la nube, en la redacción de Lucas, es solamente el signo teológico, que señala la presencia divina en la gloria del Padre y, a la vez, en el mundo, como lo fue en la tienda de la reunión y en el Templo. Jesús Resucitado es, a partir de este momento, el signo de la presencia de Dios en el mundo. Lucas le imprime un tono dramático, presenta a Cristo subiendo como "arrebatado", en una idea de separación y de ruptura, que subraya que la Iglesia, para comenzar su misión y el servicio de los hombres, tiene que dejar el Cristo Carnal; en esta insistencia de Lucas, sobre la separación de Jesús, se apunta pues una manera de ver la Iglesia.

Se aprecia, pues, una especie de desmitificación del relato de la Ascensión; todos los elementos expresan cómo el evangelista y sus contemporáneos vieron en la Ascensión la inauguración del Reino Cósmico del Señor y de su presencia en el mundo; concepción esta, que está próxima a Ef 4,7-13, que señala cómo la "subida" al Cielo reporta los dones de los carismas a fin de perfeccionar a los cristianos en la obra de Jesucristo.  

El SALMO RESPONSORIAL (46,2-9) canta: 

Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; …  Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas; tocad para Dios, tocad, tocad para nuestro Rey, tocad. 

La segunda lectura, perteneciente a la carta de San Pablo a los efesios, (1,17-23) afirma que les ha sido dado, como cabeza, nada menos que el Único Señor del universo y que la Iglesia, cuerpo y plenitud de cristo, participa de su señorío. La perspectiva cósmica en la que se confiesa el señorío de Cristo ha de librar a la Iglesia de todos los sectarismos y de cualquier derrotismo; el judaísmo tardío tenía la creencia del mundo helenista de que los poderes cósmicos dominan los destinos del hombre; así, San Pablo confiesa que Cristo es Señor sin limitaciones espaciales o temporales, que domina sobre todos los poderes cósmicos.

El Apóstol hace, pues, dos afirmaciones de la Iglesia; la primera, que es cuerpo de Cristo. De la misma manera que la cabeza de un cuerpo recapitula todos los miembros dándoles vida y unidad, así también Cristo reúne a los fieles en un solo cuerpo y les da la nueva vida; y la segunda, la define como "plenitud" de Cristo; lo cual no indica que a Cristo le falte algo, sino que Cristo es Señor y Origen de la plenitud de la Iglesia, pues Él es la perfección que lo acaba y llena todo en todos. La Iglesia es el espacio en el que irrumpe el amor de Cristo en el mundo y para todo el mundo (cf. 3,18s). Cristo ejerce su poder mediante el amor, con el mismo amor con el que se entregó por todos hasta la muerte (5,2). Cristo quiere ejercer este señorío del amor en el mundo a través de la Iglesia. Se muestra aquí una conciencia que compromete a la Iglesia, a cada cristiano, a ser el vehículo del amor de Cristo, que se entrega, para que todo el universo llegue a una plenitud significativa.

Esta perícopa ofrece otro significado teológico de la Ascensión: la exaltación total de Cristo. En el texto paulino no aparece la mención explícita de la Ascensión, que es patrimonio lucano principal y quizá exclusivamente. Se trata de la glorificación total de Jesús, que, en realidad, ya ha sucedido en la Resurrección, por lo que no hay distinción clara entre ella y la ascensión; son escenas distintas de lo mismo; la ascensión es explicitación de la glorificación de Jesús, su exaltación y sesión a la derecha del Padre. De hecho, Jesús y su Cuerpo forman una unidad y hasta que este Cuerpo no llegue a participar del todo en la suerte de su Cabeza, no estará completa la obra del Señor Jesús.

Cristo escapa a nuestra mirada carnal para que, más allá de las apariencias, veamos en la fe las cosas tal como ellas son. Es necesario ver la vida a través de Cristo; hay que ver al hombre a través de Cristo. Desde Cristo, el hombre es más majestuoso que los astros, más valioso que todo el cosmos. Hay que ver a la Iglesia a través de Cristo. Cristo resucitado nos dice: "La Iglesia es mi cuerpo. La sabiduría que Pablo pide a Dios para los efesios es ese don sobrenatural ya conocido por los sabios del Antiguo Testamento (cf. Prov 3, 13-18), pues es ya la revelación del destino de un hombre y de la herencia de gloria que resulta de ello (Ef 1,14). 

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (24,46-53), Jesús sube al cielo.

          La Ascensión de Jesucristo es una auténtica manifestación de la divinidad de Cristo. “Mientras, se alejaba e iba subiendo al Cielo” dice San Lucas Es el triunfo de la esperanza del ser humano. Supone el final feliz, el momento de la recolección de la cosecha. Es la hora de la gloria, de la exaltación obtenida, del triunfo, ya cumplida toda la tarea encomendada, toda la labor de siembra de la semilla de la entrega de su doctrina. Es la misma idea que explica el Deuteroisaías: “Después de las penas de su alma, verá la luz y quedará colmado…. Por eso, le daré multitudes por herencia y gente innumerable recibirá como botín, por haberse entregado…” (Is 53,11.12). Por este sufrimiento total, en el que se cumplen los planes de Dios, el Siervo recibe la vida y, como herencia, una posteridad innumerable que se prolonga más allá de la muerte. La exaltación final del Siervo (Is 53,12: Le daré un puesto de honor, un lugar entre los poderosos) menciona a muchos.

          Es la victoria y el triunfo de Jesús. Ha emprendido y recorrido el trayecto marcado, ha respondido a la llamada y abrazado fielmente su vocación, la difícil empresa que el Padre, ex aeterno, le había encomendado. Su sufrimiento expiatorio ha liberado a los hombres, que ahora serán el botín de su triunfo y de su victoria sobre el mal. En señal de premio y de pago, por haberse ofrecido, para tomar y expiar la culpa, el Siervo tendrá descendencia, prolongará sus días (Is 53,10). Ahora recibe su recompensa infinita, hoy es glorificado en el Reino de Dios, encumbrado y constituido Señor de naciones y de todos los pueblos. Así trata el Apóstol San Pablo de inculcárselo a los Efesios: ”Que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os de espíritu de sabiduría y revelación, para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cual es la esperanza a la que os llama, cual la riqueza de gloria que da en herencia a los santos...”

          Ese es el fundamento de la enseñanza de Jesucristo. “Yo soy el camino y la verdad” nos dijo y marcó el camino, cuya esencia es el amor. Y la meta final, la recompensa es el cielo. Con su esfuerzo, lleva al hombre al centro de su gloria, al corazón de Dios. Vosotros sois testigos de esto” les dijo antes de partir. La Ascensión supone un cambio en la trayectoria. Es la hora de la Iglesia. Jesús aró y sembró, ahora la misión recae en los discípulos que han de cultivar y cosechar. Es el momento del compromiso. La hora de todos nosotros, los que presentes en el mundo hemos creído y recibido la semilla; hemos de hacer que de frutos de paz, de fe, de esperanza y caridad, para incendiarlo de amor que lo llene de la felicidad que da Jesucristo: “Vosotros sois testigos…”.

“No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo”. El Espíritu nos transforma a todos para, como dice el salmista: Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo; porque el Señor es sublime. Y por ello, obedientes a su mandato, vamos: “Id y haced discípulos a todos los pueblos; yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo (Mt 28,19.20).