Confiar a todo trance

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

 

Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, 

y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Dios dio, y Dios quitó; sea el nombre de Dios bendito. 

En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno.

Después de padecer tantas calamidades Job el patriarca hubiese podido pensar, como a veces pensamos nosotros y siempre los incrédulos, que Dios no sabe lo que hace. La culpa siempre la tiene Él y por el contrario los beneficios de la existencia, y hasta muchas veces de comodidades añadidas a nuestra salud y prosperidad no son reconocidas. Son atribuidas generalmente a nuestro ingenio, a la suerte o el azar.

Si gozamos de sentidos, movimiento, y hasta de prosperidad no nos acordamos de quien nos proporciona tanto don. Apenas sufrimos contratiempos como enfermedades, adversidades o cualquier otra cosa que nos contraríe y hostigue, ya tenemos sobre quien echar la carga de nuestros males, Dios. Es algo constante que los incrédulos no se acuerden de Dios para nada, sino para hacerle reproches. En cambio el bueno tiene presente a Dios en su mente y en su andar, porque conoce que Él es quien sostiene su vida y quien se la dio. 

Job reconoce a Dios en cada una de las espantosas calamidades que padece de las que la humillación no era la menor. Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete. Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios. Job 2:9-10.

En medio de la tribulación Jesús, nuestro ejemplo y guía, pide a su padre que le libre del horroroso destino que le toca asumir para la salvación de los hombres. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra. diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta caliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

No hay necesidad de ilustrar más estas frases sublimes, sino acogernos llanamente y con paz a la esperanza, en medio de las dificultades y desgarros de la vida y decir como Jesús. No lo que yo quiero, Padre, sino lo que tú quieres. Solo así estaremos en armonía con la voluntad de Dios y ser participantes de su obra hasta el final. Lucas 22: 42-44. Dejar todas las cosas en manos de Dios, es la garantía de que van por buen camino.

Ahí está el acierto de la persona; en reconocer la soberanía de Dios y confiar en que la obra que hace es la adecuada. Que el trayecto nos lleva derechamente a la gloria del Padre, a un maravilloso final, si sabemos adecuar nuestra vida y nuestros pensamientos a los proyectos de Dios.