Documentos Pontificios. Textos sociales y humanísticos de la Iglesia

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Enciclica "Pacem in Terris" de S.S. El Papa Juan XXIII

 

 

Juan XXIII, con la sencillez de los limpios de corazón, recién nombrado decía: «Pido al Señor que me ilumine..., que me conserve la humildad, la calma, el buen juicio para definir cuanto antes la línea característica del servicio de buen pastor» que yo quiero ser».

Algunos días antes de morir, el «buen pastor» titula su última encíclica con la letra de la más bella canción oída en la his­toria del mundo por pastores: «Paz en la tierra». Y por vez primera no la di­rige sólo a obispos y fieles católicos, sino, como la misma can­ción de Belén, «a todos los hombres de buena voluntad».

La encíclica apareció dos años después de la «Mater et magistra», el 11 de abril de 1963, y com­pleta la fundamental aportación a la historia de la Iglesia de este santo papa. Tuvo un extraordinario eco mundial este documento papal, se exaltó como un texto realista, valiente, abierto y digno de un gran dirigente histórico. El estilo es concreto, nervioso, cortado,­ la trabazón doctrinal, lógica; la lectura, fluida. De todas formas, es la solidez mental de la «Pacen in terris» la que sostiene su audacia. Muy bien estructurados sus bloques Juan XXIII proyecta los sólidos fundamentos de los deberes, conectados con los derechos y recuerda al mundo que el «bien común», es el antídoto del egotismo.

Quiera Dios que los puentes de paz que, en su encíclica, extiende el Papa a todos los rincones de la geografía, a todas las religiones sinceras, a todos los que yerran a su pesar, al mundo del progreso técnico, al alma de los más pobres e ignorantes, lleguen rectos a todas las orillas ateridas de espanto y odios.

 

CARTA ENCICLICA DE JUAN XXIII SOBRE LA PAZ ENTRE TODOS LOS PUEBLOS, QUE HA DE FUNDARSE EN LA VERDAD, LA JUSTICIA, EL AMOR Y LA LIBERTAD

 

       La paz en la tierra, suprema aspiración de toda humanidad a través de la Historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios.

       El progreso científico y los adelantos técnicos en­señan claramente que en los seres vivos y en las fuerzas de 1a naturaleza impera un orden maravilloso y que, al mismo tiempo, el hombre posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mis­mas fuerzas y ponerlas a su servicio.

[3]   Pero el progreso científico y los adelantos técni­cos lo primero que demuestran es la grandeza infinita de Dios, creador del universo y del propio hombre. Dios hizo de 1a nada el universo, y en él derramó los tesoros de su sabiduría y de su bondad, por lo cual el salmista alaba a Dios en un pasaje con estas palabras: ¡Oh Yahvé, Señor nuestro, cuán admirable es tu nombre en toda la tie­rra! (Ps 8,1). Y en otro texto dice; ¡Cuántas son tus obras, oh Señor, cuán sabiamente ordenadas! (Ps 104,24). De igual manera, Dios creo al hombre a su imagen y semejanza (Gen 1,26), dotándolo de inteligencia y libertad, y lo constituyó señor del uni­verso, como el mismo salmista declara con esta senten­cia: Has hecho al hombre poco menor que los ángeles, le has coronado de gloria y de honor. Le diste el señorío sobre las obras de tus manos. Todo lo has puesto debajo de sus pies (Ps 8,5-6).

[4] Resulta, sin embargo, sorprendente el contraste que con este orden maravilloso del universo ofrece el desorden que reina entre los individuos y entre los pue­blos. Parece como si las relaciones que entre ellos exis­ten no pudieran regirse más que por la fuerza.

[5]   Sin embargo, en lo más íntimo del ser humano, el Creador ha impreso un orden que la conciencia hu­mana descubre y manda observar estrictamente. Los hombres muestran que los preceptos de la ley están escritos en sus corazones, siendo testigo su conciencia (Rm 2,15). Por otra parte, ¿cómo podría ser de otro modo? Todas las obras de Dios son, en efecto, reflejo de su infinita sabidu­ría, y reflejo tanto más luminoso cuanto mayor es el gra­do absoluto de perfección de que gozan.

[6] Pero una opinión equivocada induce con fre­cuencia a muchos al error de pensar que las relaciones de los individuos con sus respectivas comunidades polí­ticas pueden regularse por las mismas leyes que rigen las fuerzas y los elementos irracionales del universo, siendo así que tales leyes son de otro género y hay que buscarlas solamente allí donde las ha grabado el Creador de todo, esto es, en la naturaleza del hombre.

 

I.       Ordenación de las relaciones civiles

 

[9] En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el prin­cipio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto.

[10] Si, por otra parte, consideramos la dignidad de la persona humana a la luz de las verdades reveladas por Dios, hemos de valorar necesariamente en mayor grado aún esta dignidad, ya que los hombres han sido redimi­dos con la sangre de Jesucristo, hechos hijos y amigos de Dios por la gracia sobrenatural y herederos de la gloria eterna.

 

[LOS DERECHOS DEL HOMBRE]

 

 [11] Puestos a desarrollar, en primer término, el tema de los derechos del hombre, observamos que éste tiene un derecho a la existencia, a la integridad corporal, a los medios necesarios para un decoroso nivel de vida, cuales son, principalmente, el alimento, el vestido, la vi­vienda, el descanso, la asistencia médica y, finalmente, los servicios indispensables que a cada uno debe prestar el Estado.

De lo cual se sigue que el hombre posee también el derecho a la seguridad personal en caso de enfermedad, invalidez, viudedad, vejez, paro y, por último, cualquier otra eventualidad que lo prive, sin culpa suya, de los medios necesarios para su sustento (Pío XI, Divini Redemptoris, 1937).

 

 [LOS DEBERES DEL HIOMBRE]

 

[28] Los derechos naturales que hasta aquí hemos recordado están unidos en el hombre que los posee con otros tantos deberes, y unos y otros tienen en la ley na­tural, que los confiere o los impone, su origen, mante­nimiento y vigor indestructible.

[29] Por ello, para poner algún ejemplo, al derecho del hombre a la existencia corresponde el deber de con­servarla; al derecho a un decoroso nivel de vida, el deber de vivir con decoro; al derecho de tener libremente la Verdad, el deber de buscarla cada día con mayor pro­fundidad y amplitud.

 

[El deber de respetar los derechos ajenos]

 

[30] Es asimismo consecuencia de lo dicho que, en la sociedad humana, a un determinado derecho natural de cada hombre corresponda en los demás el deber de reconocerlo y respetarlo. Porque cualquier derecho fun­damental del hombre deriva su fuerza moral obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la impor­tancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen.

 

[El deber de colaborar con los demás]

 

[31 ]Al ser los hombres por naturaleza sociables, de­ben convivir unos con otros y procurar cada uno el bien de los demás. Por esto, una convivencia humana recta­mente ordenada exige que se reconozcan y se respeten mutuamente los derechos y los deberes. De aquí se sigue también el que cada uno deba aportar su colaboración generosa para procurar una convivencia civil en la que se respeten los derechos y los deberes con diligencia y eficacia crecientes.

[32] No basta, por ejemplo, reconocer al hombre el derecho a las cosas necesarias para la vida si no se pro­cura, en la medida posible, que el hombre posea con su­ficiente abundancia cuanto toca a su sustento.

[33] A esto se añade que la sociedad, además de te­ner un orden jurídico, ha de proporcionar al hombre muchas utilidades. Lo cual exige que todos reconozcan cumplan mutuamente sus derechos y deberes e inter­vengan unidos en las múltiples empresas que la civilización actual permita, aconseje o reclame.

 

[El deber de actuar con sentido de responsabilidad]

 

[34] La dignidad de la persona humana requiere además, que el hombre, en sus actividades, proceda por propia iniciativa y libremente. Por lo cual, tratándose de la convivencia civil, debe respetar los derechos, cumplir las obligaciones y prestar su colaboración a los demás en una multitud de obras, principalmente en virtud de determinaciones personales. De esta manera, cada cual ha de actuar por su propia decisión, convencimiento y responsabilidad, y no movido por la coacción o por presiones que la mayoría de las veces provienen de fue­ra. Porque una sociedad que se apoye sólo en la razón de la fuerza ha de calificarse de inhumana. En ella, efec­tivamente, los hombres se ven privados de su libertad, en vez de sentirse estimulados, por el contrario, al pro­greso de 1a vida y al propio perfeccionamiento.

 

[Verdad, justicia, amor y libertad, fundamentos de la convivencia humana]

 

[35] Por esto, la convivencia civil sólo puede juz­garse ordenada, fructífera y congruente con la dignidad humana, si se funda en la verdad. Es una advertencia del apóstol San Pablo: Despojándoos de la mentira, hable cada uno verdad con su prójimo, pues que todos somos miembros unos de otros (Egh 4,25).  Esto ocurrirá, ciertamente, cuando cada cual reconozca, en la debida forma, los de­rechos que le son propios y los deberes que tiene para con los demás. Más todavía: una comunidad humana será cual la hemos descrito cuando los ciudadanos, bajo la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cum­plan sus propias obligaciones; cuando estén movidos por el amor de tal manera, que sientan como suyas las nece­sidades del prójimo y hagan a los demás partícipes de sus bienes, y procuren que en todo el mundo haya un intercambio universal de los valores más excelentes del espíritu humano. La sociedad humana se desarrolla con la libertad, es decir, con sistemas que se ajusten a la dignidad del ciudadano que resulta responsable de sus acciones.

 

 [LAS RELACIONES INTERNACIONALES DEBEN REGIRSE POR EL PRINCIPIO DE LA SOLIDARIDAD ACTIVA]

 [98] Como las relaciones internacionales deben re­girse por las normas de la verdad y de la justicia, por ello, han de incrementarse por medio de una activa solidari­dad física y espiritual. Esta puede lograrse mediante múl­tiples formas de asociación, como ocurre en nuestra épo­ca, no sin éxito, en lo que atañe a la economía, la vida so­cial y política, la cultura, la salud y el deporte. En este punto es necesario tener a la vista que la autoridad pú­blica, por su propia naturaleza, no se ha establecido para recluir forzosamente al ciudadano dentro de los límites geográficos de la propia nación, sino para asegurar ante todo el bien común, el cual no puede ciertamente sepa­rarse del bien propio de toda la familia humana.

[99] Esto implica que las comunidades políticas, al procurar sus propios intereses, no solamente no deben perjudicar a las demás, sino que también todas ellas han de unir sus propósitos y esfuerzos, siempre que la acción aislada de alguna no baste para conseguir los fines ape­tecidos; en esto hay que prevenir con todo empeño que lo que es ventajoso para ciertas naciones no acarree a las otras más daños que utilidades.

[100] Por último, el bien común universal requiere que en cada nación se fomente toda clase de intercam­bios entre los ciudadanos y los grupos intermedios. Por­que, existiendo en muchas partes del mundo grupos ét­nicos más o menos diferentes, hay que evitar que se im­pida la comunicación mutua entre las personas que per­tenecen a unas u otras razas; lo cual está en abierta opo­sición con el carácter de nuestra época, que ha borrado, o casi borrado, las distancias internacionales. No ha de olvidarse tampoco que los hombres de cualquier raza po­seen, además de los caracteres propios que los distinguen de los demás, otros e importantísimos que les son co­munes con todos los hombres, caracteres que pueden mutuamente desarrollarse y perfeccionarse, sobre todo en lo que concierne a los valores del espíritu. Tienen, por tanto, el deber y el derecho de convivir con cuantos están socialmente unidos a ellos.

[101] Es un hecho de todos conocido que en algu­nas regiones existe evidente desproporción entre la ex­tensión de tierras cultivables y el número de habitantes; en otras, entre las riquezas del suelo y los instrumentos disponibles para el cultivo; por consiguiente, es preciso que haya una cooperación internacional para procurar un más fácil intercambio de bienes, capitales y perso­nas (Cf. JUAN XXIII, Mater et magistra: AAS 53 (1961).

[102] En tales casos, juzgamos lo más oportuno que, en la medida posible, el capital busque al trabajador, y no al contrario. Porque así se ofrece a muchas personas la posibilidad de mejorar su situación familiar, sin verse constreñidas a emigrar penosamente a otros países, aban­donando el suelo patrio, y emprender una nueva vida, adaptándose a las costumbres de un medio distinto.

 

[La situación de los exilados políticos]

 

[103] El paterno amor con que Dios nos mueve a amar a todos los hombres nos hace sentir una profunda aflicción ante el infortunio de quienes se ven expulsados de su patria por motivos políticos. La multitud de estos exilados, innumerables sin duda en nuestra época, se ve acompañada constantemente por muchos e increíbles do­lores.

[104]  Tan triste situación demuestra que los gober­nantes de ciertas naciones restringen excesivamente los límites de la justa libertad, dentro de los cuales es lícito al ciudadano vivir con decoro una vida humana. Más aún: en tales naciones, a veces, hasta el derecho mismo a la libertad se somete a discusión o incluso queda total­mente suprimido. Cuando esto sucede, todo el recto or­den de la sociedad civil se subvierte; porque la autoridad pública está destinada, por su propia naturaleza, a ase­gurar el bien de la comunidad, cuyo deber principal es reconocer el ámbito justo de la libertad y salvaguardar santamente sus derechos.