Documentos Pontificios. Textos sociales y humanísticos de la Iglesia

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Carta Enciclica de Pablo VI: “POPULORUM PROGRESSIO”

 

 

Con exigencia consigo mismo y esmero, consiguió Pablo VI realizar uno de sus primeros sueños como papa: el de redactar en materia social «un programa que nadie puede rechazar hoy día, de equilibrio económico, de dignidad moral, de colaboración universal entre todas las naciones». Importante es la Iglesia como empresa sobrenatural; pero no quería él dejar en la sombra «las esperanzas religiosas sobre el piano concreto de la vida humana».

Publicada la «Ecclesiam suam» (6 de agosto de 1964), Pablo VI comenzó la redacción de la «Populorum progressio» (en septiembre del mismo año); pero sólo la séptima revisión de la encíclica merecerá su aprobación final, dos años y medio más tarde, datada el 26 de marzo de 1967. 

El evangelista Lacas escribió sobre Lázaro, mendigo lamido de perros, echado en el portal del hombre que vestía de púrpura. Sólo «deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico», pero silenciosa y resignadamente. Hoy, en frase del evangelista nuevo, «los pueblos hambrientos interpelan con acento dramático a los pueblos opulentos». Interpelación ineficaz si es pacífica; suicida si es revolucionaria. Pablo VI, decidido intenta poner su voz enérgica y concreta, al grito desgarrado de esos pueblos con millones de Lázaros y aguijonear la conciencia de las naciones que comen y beben a diario, «que celebran cada día espléndidos banquetes», que consumen y derrochan entre lujos y bancos.

Esta encíclica se distingue de las otras por sus peculiaridades: Pablo VI crea la comisión pontificia «Iustitia et Pax» para impulsar la acción y pasar de 1a teoría a la práctica las propias ideas del documento. El Papa se dirige, como Juan XXIII, «a todos los hombres de buena voluntad»; pero lleva al correo cinco ejemplares con dedicatoria: para la O. N. U., para la U. N. E. S. C. O., para la F. A. O., para la organización «Iustitia et Pax», para la Cáritas Internacional. Las reacciones son contradictorias. La Cámara de diputados de Brasil considera el texto de Pablo VI «uno de los más importantes mensajes de paz y de fraternidad que jamás se hayan dirigido al mundo», y deciden insertarlo en sus anales. Un órgano de las grandes finanzas neoyorquinas lo tilda de mensaje «marxista recocido». Entre los auténticos marxistas hay ataques, reticentes aprobaciones, utilización tendenciosa y expectación: una comunista española troquela su inopia en la fórmula «el catolicismo se está convirtiendo de opio en levadura».

Pero, poco importa la reacción fulminante de políticos, religiosos, pobres, adinerados o revolucionarios, sino los nueve millones de seres que mueren de hambruna, cada año, en este mundo de injusticias innumerables.



CARTA ENCICLICA DE PABLO VI A TODO EL MUNDO Y A TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD

SOBRE LA NECESIDAD DE PROMOVER EL DESARROLLO DE LOS PUEBLOS



Desarrollo de los pueblos


1. El desarrollo de los pueblos, y muy especialmente el de aquellos que se esfuerzan por escapar del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas, de la ignorancia; que buscan una más amplia participación en los frutos de la civilización, una valoración más activa de sus cualidades humanas; que se orientan con decisión hacia el pleno desarrollo, es observado por la Iglesia con atención. Apenas terminado el Concilio Vaticano II, una renovada toma de conciencia de las exigencias del mensaje evangélico obliga a la Iglesia a ponerse al servicio de los hombres, para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerlos de la urgencia de una acción solidaria en este cambio decisivo de la historia de la humanidad.



Enseñanzas sociales de los Papas


2. En sus grandes encíclicas Rerum novarum de León XIII; Quadragesimo anno de Pío XI; Mater et magistra y Pacem in terris de Juan XXIII -sin hablar de los mensajes al mundo de Pío XII-, nuestros predecesores no faltaron al deber que tenían de proyectar sobre las cuestiones sociales de su tiempo la luz del Evangelio.



Hecho importante


3. Hoy el hecho más importante del que todos deben adquirir conciencia es el de que la cuestión social ha tomado una dimensión mundial. Juan XXIII lo afirma sin ambages (M et M), y el Concilio se ha hecho eco de esta afirmación en su Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo de hoy. Esta enseñanza es grave y su aplicación urgente. Los pueblos hambrientos interpelan hoy, con acento dramático, a los pueblos opulentos. La Iglesia sufre ante esta crisis de angustia, y llama a todos para que respondan con amor al llamamiento de sus hermanos.



Nuestros viajes


4. Antes de nuestra elevación al Sumo Pontificado, nuestros dos viajes a Iberoamérica (1960) y al África (1962) nos pusieron ya en contacto inmediato con los lastimosos problemas que afligen a continentes llenos de vida y de esperanza. Revestidos de la paternidad universal, hemos podido, en nuestros viajes a Tierra Santa y a la India, ver con nuestros ojos y tocar con nuestras manos las gravísimas dificultades que abruman a pueblos de antigua civilización, en lucha con los problemas del desarrollo. Mientras que en Roma se celebraba el segundo Concilio Ecuménico Vaticano, circunstancias providenciales nos condujeron a poder hablar directamente a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Ante tan amplio areópago fuimos el abogado de los pueblos pobres.



Justicia y paz


5. Por último, con la intención de responder al voto del Concilio y de concretar la aportación de la Santa Sede a esta gran causa de los pueblos en vía de desarrollo, recientemente hemos creído que era nuestro deber crear, entre los organismos centrales de la Iglesia, una Comisión Pontificia encargada de suscitar en todo el pueblo de Dios el pleno conocimiento de 1a función que los tiempos actuales piden a cada uno, en orden a promover el progreso de los pueblos más pobres, de favorecer la justicia social entre las naciones, de ofrecer a los que se hallan menos desarrollados una tal ayuda que les permita proveer, ellos mismos y para sí mismos, a su progreso. Justicia y paz es su nombre y su programa. Pensamos que este programa puede y debe juntar a los hombres de buena voluntad con nuestros hijos católicos y hermanos cristianos.

Por esto hoy dirigimos a todos este solemne llamamiento para una acción concreta en favor del desarrollo integral del hombre y del desarrollo solidario de la humanidad.



I. POR UN DESARROLLO INTEGRAL DEL HOMBRE

Aspiraciones de los hombres


6. Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más: tal es la aspiración de los hombres de hoy. Y, sin embargo, gran número de ellos se ve condenado a vivir en condiciones que hacen ilusorio este legítimo deseo. Por otra parte, los pueblos llegados recientemente a la independencia nacional sienten la necesidad de añadir a esta libertad política un crecimiento autónomo y digno, social no menos que económico, a fin de asegurar a sus ciudadanos su pleno desarrollo humano y ocupar el puesto que les corresponde en el concierto de las naciones.



Colonización y colonialismo


7. Ante la amplitud y la urgencia de la labor que hay que llevar a cabo, disponemos de medios heredados del pasado, aun cuando son insuficientes. Ciertamente hay que reconocer que las potencias coloniales con frecuencia han perseguido su propio interés, su poder o su gloria, y que, al retirarse, a veces han dejado una situación económica vulnerable ligada, por ejemplo, al monocultivo, cuyo rendimiento económico está sometido a bruscas y amplias variaciones. Pero, aun reconociendo los errores de un cierto tipo de colonialismo y de sus consecuencias, es necesario al mismo tiempo rendir homenaje a las cualidades y a las realizaciones de los colonizadores que en tantas regiones abandonadas han aportado su ciencia y su técnica, dejando preciosos frutos de su presencia. Por incompletas que sean, las estructuras establecidas permanecen y han hecho retroceder la ignorancia y la enfermedad, establecido comunicaciones beneficiosas y mejorado las condiciones de vida.



Desequilibrio creciente


8. Aceptado lo dicho, es bien cierto que esta preparación es notoriamente insuficiente para enfrentarse con la dura realidad de la economía moderna. Dejada a sí misma, su mecanismo conduce al mundo hacia una agravación, y no una atenuación, de la disparidad de los niveles de vida: los pueblos ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras que los pobres se desarrollan lentamente. El desequilibrio crece: unos producen con exceso géneros alimenticios que faltan cruelmente a otros, y estos últimos ven que sus exportaciones se hacen inciertas.



Mayor toma de conciencia


Al mismo tiempo, los conflictos sociales se han ampliado hasta tomar las dimensiones del mundo. La viva inquietud que se ha apoderado de las clases pobres en los países que se van industrializando, se apodera ahora de aquellas en las que la economía es casi exclusivamente agraria: los campesinos adquieren ellos también conciencia de su miseria, no merecida. A esto se añade el escándalo de las disparidades hirientes, no solamente el goce de los bienes, sino todavía más en el ejercicio del poder. Mientras que en algunas regiones una oligarquía goza de una civilización refinada, el resto de población, pobre y dispersa, está privada de casi todas las posibilidades de iniciativa personal y de responsabilidad, y aun muchas veces incluso viviendo en condiciones de vida y de trabajo indignas de la persona humana» (Gandium et spes, n.63).



Choque de civilizaciones


10. Por otra parte, el choque entre las civilizaciones tradicionales y las novedades de la civilización industrial rompe las estructuras, que no se adaptan a las nuevas condiciones. Su marco, muchas veces rígido, era el apoyo indispensable de la vida personal y familiar, y los viejos se aferran a él, mientras que los jóvenes lo rehúyen, como un obstáculo inútil, para volverse ávidamente hacia nuevas formas de vida social. El conflicto de las generaciones se agrava así con un trágico dilema: o conservar instituciones y creencias ancestrales y renunciar al progreso, o abrirse a las técnicas y civilizaciones que vienen de fuera, pero rechazando, con las tradiciones del pasado, toda su riqueza humana. De hecho, los apoyos morales, espirituales y religiosos del pasado ceden con mucha frecuencia, sin que por eso mismo esté asegurada la inserción en el mundo nuevo.


Conclusión

11. En este desarrollo, la tentación se hace tan violenta que amenaza arrastrar hacia los mesianismos prometedores, pero forjadores de ilusiones. ¿Quién no ve los peligros que hay en ello, de reacciones populares violentas, de agitaciones insurreccionales y de deslizamientos hacia las ideologías totalitarias? Estos son los datos del problema, cuya gravedad no puede escapar a nadie.