In memoriam de S.S. Juan Pablo II

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

Ha muerto "sereno" en su agonía. “Os he buscado y habéis venido a mí, os doy las gracias”, son las últimas palabras del Pontífice, al que Sodano ha calificado como "el Grande", un atributo que sólo se da a los Pontífices que han logrado la santidad. Ayer rezábamos por él, hoy rezamos a San Juan Pablo II, el Papa místico, estudioso inclinado a San Juan de la Cruz, que ha alcanzado la unión íntima con Cristo. Remedando a los Apóstoles de su nombre, peregrino incansable, llamado el 'Papa viajero', ha recorrido millones de kilómetros en 105 viajes a 130 países; y, usando los medios de comunicación y los adelantos técnicos, como hubieran hecho ellos, ha llevado el amor de Cristo: “Amaos unos a otros”, la paz: “Mi paz os dejo”, y la libertad: paz que os hará libres” por todo el mundo. Ha sido el cantor de la civilización del amor, frente a la barbarie del odio que impusieron el nazismo y el comunismo, bajo cuyo terror, vivió sometido. 

Durante 26 años ha llevado por todas las plazas del mundo el evangelio de la esperanza, "enseñándonos a todos que nuestra muerte es sólo un pasaje hacía la patria del Cielo". Sodano, al celebrar el primer funeral por el alma de Juan Pablo II, recordó que su muerte coincide con el Domingo de la Divina Misericordia, instituido por él mismo y que ayer "el Ángel del Señor pasó por el Palacio Apostólico y le dijo a su siervo bueno y fiel: 'Entra en el reino de tu Señor'". En la explanada de San Pedro, los miles de fieles procedentes de numerosos países que asistían a la misa, expresando su pesar y tristeza por la muerte del dolorido Pontífice, pudieron escuchar el último mensaje que el Papa había preparado para el Angelus. Sus palabras, leídas por el arzobispo argentino Leonardo Sandri, se refieren al papel del amor como elemento que "convierte los corazones y dona la paz". 



1. Biografía



Nació en la pequeña aldea de Wadovice en 1920. Karol Józef Wojtyla de origen humilde, hijo de un soldado profesional del Ejército polaco, fue un obrero que de día, trabajó en unas canteras y en una empresa química y de noche, estudiaba; al sufrir la invasión nazi de Polonia, participó en la resistencia contra Alemania y salvó varias familias judías, lo que le obligó a ocultarse en los subterráneos de la ciudad. 

Nunca antes un pontífice llegó tan lejos, para estar tan cerca de los fieles. Pero el camino no fue fácil. A los nueve años, el pequeño 'Lolek' perdió a su madre y, a los 13, a su hermano mayor. Concluido el bachillerato, se trasladó con su familia a Cracovia y allí inició sus estudios de Filosofía, interrumpidos por la ocupación del furor nazi. Fichado por la Gestapo, buscó refugio en una buhardilla. Fue entonces cuando conoció al actor Mieczyslaw Koltarszyk, creador del teatro Rapsódico y se unió al grupo interpretando papeles con gran acento patriótico. 

Al cumplir 22 años recibió la vocación sacerdotal, ingresó en el seminario clandestino de monseñor Sapieha, arzobispo de Cracovia, y cuatro años después fue ordenado sacerdote. Su ascenso en la jerarquía eclesiástica fue imparable. Nombrado obispo de Ombi por Pío XII, tomó parte en el Concilio Vaticano II en 1962. Ese mismo año fue designado arzobispo de Cracovia y, en 1967, se convirtió en el segundo cardenal más joven de la Iglesia Católica. 

La repentina muerte de Juan Pablo I lo llevó al solio pontificio. Su elección suscitó una enorme sorpresa y estupor, al saberse que venía de tierras de otro lado del 'telón de acero' y que, por primera vez, tras cuatro siglos y medio, no era italiano y, con sus 58 años, el más joven del siglo XX. El que accediera al pontificado en 1978 un polaco, con el régimen comunista aún prepotente, representaba un nuevo y súbito componente de enfrentamiento en el frágil entente de la Guerra Fría; y ello vino a añadir, junto con el asesinato de Kennedy y la llegada del hombre a la Luna, el tercer elemento que llenó el mundo de sorpresiva inquietud. 

Cuando, en 1981, el turco Ali Agca osó atentar contra su vida, mermó notablemente la salud y la incesante actividad conciliadora y pacífica, en el cumplimiento de su misión de tender la mano de paz y amor evangélicos a todos, comulgaran o no con sus ideas; y, en la búsqueda de un orden mundial más justo, llegó a entrevistarse con los jefes de Estado, presidentes, ministros, políticos y personajes relevantes de todo el mundo.

Y así, ejerciendo su cometido sin cansancio y con fe contundente, el día 2 de abril del 2005, lo llamó el Señor a su lado, pudiendo expresar su “consumatum est”.



2. Prominente contribución 



Convirtiéndose en uno de los Papas más influyentes de estas últimas décadas, S. S. Juan Pablo II ha marcado la historia de la Iglesia y del mundo actual. Ha sido una figura esencial de su tiempo. “Sin su obra y su presencia, dice Gorbachov, no puede entenderse la historia del s. XX”. Su labor humana y espiritual es descomunal. Las publicaciones, catorce Encíclicas, Cartas Apostólicas, Constituciones, los nuevos Códigos del Derecho Canónico y Oriental, homilías y discursos recogen su legado de un valor imprescindible. 

Uno de los hechos más trascendentes de su gestión y su mensaje se halla en su decisiva contribución, con la colaboración de Reagan y con el esfuerzo de Lech Walesa, al desmoronamiento del comunismo, un modelo político que conocía muy bien y al que consideraba injusto porque alienaba a las personas, y, así, al triunfo de la democracia sobre el totalitarismo, sin sobresaltos, en un histórico proceso de paz. Con su apoyo, el sindicato polaco Solidaridad pudo ganar los comicios y llegar al gobierno, con lo que se expulsó a los comunistas del poder y, como catalizador de las revoluciones del Este Europeo, se provocó un efecto imparable que arrastró a Hungría y después a Alemania Oriental, dando lugar, en 1989, a la caída del Muro de Berlín y con él, al derrumbe de las dictaduras pro soviéticas contra las que luchó en toda ocasión. 

Por otra parte, hay que añadir la infatigable entrega a su obra apostólica de resguardar la dignidad humana, idea fundamental del cristianismo, del deterioro ocasionado por la práctica de las libertades individuales en un espacio social de atenazante secularización. Por lo mismo, ha sido implacable en la protección de la vida desde el momento de su concepción, como en su rechazo de una civilización que se permite el aniquilamiento y ruina de las criaturas más desvalidas. 

La renovación de la Iglesia y la defensa de la familia, fueron dos de las grandes preocupaciones de un Pontífice siempre cercano a los jóvenes, con los que vibró, coreó y cantó. En sus celebraciones y convocatorias, los congregó, como nadie, por millones, los abrazó con bondad afectuosa y les trazó el camino del Evangelio hacia el amor de Jesucristo con ternura, proximidad y rigor.

Ha hablado con todas las religiones y puesto los cimientos del ecumenismo; pidiendo perdón a los judíos, a los ortodoxos y a los palestinos, por los pecados cometidos en el pasado, ha sido el primero en hablar en una asamblea islámica y entrar en una Mezquita, en rezar en una Sinagoga judía y en una iglesia luterana. Aunque no entraba en asuntos políticos, siempre ha propugnado un orden internacional asentado en la paz, la democracia y la justicia social. En su lucha por erradicar el hambre y la pobreza, zarandeó con valentía a los potentados y a los pueblos de la abundancia, exigiendo el debido reparto y justa distribución de la riqueza.

De sus reformas destaca la innovación de los procesos de beatificación, que han dado más de 1.300 nuevos beatos y cerca de 1.500 santos a la Iglesia, la mitad de los de su historia; entre ellos a la santa madre Teresa de Calcuta a los seis años de su muerte, un hecho totalmente extraordinario y fuera de los usos habituales del Vaticano. 

Tachándolo de excesivo conservadurismo en lo relativo a la ética y a la ortodoxia eclesiástica, se le han puesto reparos por incomprensión e ignorancia, pero, manteniendo firme el magisterio y el timón de la Iglesia, a la luz de la doctrina evangélica, no pudo admitir el hedonismo, el materialismo, el neoliberalismo capitalista ni el consumismo y permisividad moderna. Y, en efecto, fue consecuente y tajante en sus convicciones, hasta el límite de sus fuerzas; reprochó con dureza a Bush por la guerra de Irak, a Castro por su tiranía y llamó al orden al sandinismo y vapuleó a Ernesto Cardenal, su sacerdote-ministro. Con decisión y claridad previsora, se opuso a la Teología de la Liberación y a todo tipo de opiniones y análisis heterodoxos, del mismo modo que excluyó y excomulgó los integrismos desafiantes. Ciertamente, como le achacan sus detractores, se mostró contrario a liberalizar el celibato, admitir el ministerio de los sacerdotes casados y a la ordenación sacerdotal femenina, cuestiones estas que tendrán su hora, tal vez pronto, por inspiración de Espíritu Revelador, ante las necesidades y exigencias de los tiempos y de los propios fieles cristianos. 

El sentido cautelar de su intransigencia ha intentado siempre inculcar la verdad, anidada en el equilibrio de los juicios antagónicos, a una sociedad expuesta al derrape que, en un tiempo de crisis, se mueve entre la debilidad del raciocinio, el ejercicio de la moral paliativa y la exigencia de insistentes derechos con ausencia de los deberes y el esfuerzo personal. Sin duda, gran parte de sus posturas y consideraciones inflexibles vienen explicadas por la singular trayectoria personal a que los azares sometieron su juventud, avezada a la resistencia de los sistemas injustos y al enfrentamiento, por fuerte concienciación formativa, a los regímenes tiránicos e intrínsecamente inmorales y nocivos.

Karol Wojtyla, el Papa eslavo de intensa vida intelectual, asida al saber filosófico y humanista, que discurre entre la idealización de la mujer y la afirmación de su fe en el hombre, se ha sentido envuelto por la Providencia Divina en la ejecutoria de sus propios acontecimientos y en su devoción mariana, “totus tuus”; el ferviente amor a María, Madre de Jesús, ha sustentado el milagro de su vida: superó ingentes dificultades en Polonia y el drama familiar, se libró de los campos de concentración, el “Gólgota de s. XX”, y, al desmayarse sobre la nieve, estuvo a punto de morir bajo las ruedas de un camión alemán en 1944; por eso mismo, supo con seguridad, que la Virgen de Fátima desvió la bala el día de su atentado. 

El carismático Juan Pablo II se marcha dejando el aliento de su voz plena de amor, servicio y sacrificio; y agazapadas, tras su débil resuello de ancianidad, quedan, para el porvenir, las tremendas cuestiones de la libertad sexual, la eutanasia, el aborto, el control de natalidad, la prospección embrionaria, los tratamientos clónicos, que, a impulsos de los adelantos de la Ciencia, obligan al hombre en el ámbito de la conciencia individual a tomar posiciones, presionado por unas leyes permisivas y tendencias colectivas de carácter laico y sensualista. Los retos científicos y sociológicos imponen siempre, en su desafío, la dual alternativa de su generoso ofrecimiento al bienestar y el maligno aprovechamiento por el capricho del dinero y la perversa ambición de malvados.

Su hondo anhelo, para el tercer milenio, ha sido la conversión de Rusia, la reconciliación de la Europa Oriental y Occidental, reunidas en el agua común del bautismo y la recristianización europea; en este empeño de la nueva evangelización, puso en marcha todos los elementos oportunos a su alcance, mientras soñaba con un futuro luminoso que, agostando la creciente secularización europea, hiciera aflorar, con vigor floreciente, sus raíces cristianas, hoy desfallecientes y, al mismo tiempo, arruinara los galopantes derroteros laicistas 

“No tengáis miedo; abrid las puertas a Cristo”, esta frase con la que comenzó su Pontificado, la ha ido repitiendo insistente a través de sus intervenciones; podemos considerarla una extraordinaria síntesis de su pensamiento y de su pontificado que restauró la unidad de la barca de Pedro y ha proyectado, por todos los foros y rincones, la fe, la esperanza y la caridad de Jesucristo.