El Profeta Isaías

I. Primer Isaías. Libro "Los juicios de Yahvé" (Is. 1-39)

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

I. INTRODUCCION



El Primer Isaías contiene textos atribuidos a un profeta del siglo VIII a. C. No contienen una profecía compacta, sino una colección de oráculos o recopilación de colecciones parciales, no siempre del mismo Isaías. No existe ninguna razón para considerarlos pseudoepigráficos, es decir, escritos en un determinado momento histórico pero atribuidos a un personaje de otra época (como ocurre con el libro de Daniel). Hay que reconocer, no obstante, que un núcleo importante del Primer Isaías proviene del profeta del mismo nombre, que actuó en Jerusalén en la segunda mitad del siglo VIII a. C.

Esos textos del profeta Isaías se encuentran principalmente en los capítulos 1-11, y en 28-32. También en la sección de oráculos contra diferentes naciones y pueblos (13-24), hay varios textos que se pueden atribuir al profeta Isaías: los oráculos contra Asiria y contra Egipto, contra la nación filistea, contra Siria y Damasco, y contra los habitantes de Jerusalén misma. Es menos probable y más difícil de explicar que los oráculos contra Babilonia, contra Tiro y Sidón, contra los pueblos árabes y contra Moab hayan sido pronunciados por el profeta.

Así los textos de los profetas, han sido recogidos por algunos de sus seguidores, y, finalmente, elaborados por un redactor o por sucesivos redactores, hasta llegar al libro actual. En el caso de Isaías, su libro debió estar constituido originalmente por los capítulos 2-11 y 28-32, y por algunos oráculos contra las naciones. A estos textos, se sumaron sucesivamente los del Segundo y Tercer Isaías, la leyenda en prosa sobre Isaías (36-39) y finalmente los capítulos 24-27 y tal vez 33-35. Los capítulos 1 y 66 pueden haber sido elaborados como marco final del texto, pero es más probable que el 1 pertenezca a los textos originales, y que el 66 haya sido compuesto en equilibrio con el capítulo 1.

En la identificación de las colecciones particulares, los autores distinguen dos tendencias: se admite un conglomerado de varios repertorios; y, además, se defiende un escrito fundamental al que se añadieron otros oráculos e, incluso, recopilaciones de oráculos.

Según Feuillet, en la interpretación del texto, se puede sostener razonablemente, sin caer en vacilaciones, la existencia de los seis grupos, citados anteriormente, que se identifican con facilidad:



1. Oráculos sobre Judá y Jerusalén (1-12): 



El c.1, es una especie de prólogo que data del 701, posiblemente recogido por los discípulos del profeta y representa la primera predicación de Isaías. Contiene:



a) Severa amenaza al pueblo por su corrupción (1,1-9). 



La maldad, el odio y la corrupción anegan el corazón humano de toda época. El poder y el dinero llevan siempre la infección y la corrupción: ¡Ay, nación pecadora, pueblo cargado de crímenes, ralea de malvados, hijos perversos! (1,4).



b) Vano es el culto externo sin el interior (1,10-17).



La palabra de Isaías resuena viva y fresca: Estoy harto de holocaustos. Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos… perseguid la justicia (1,11.16).



c) Invitación a Jerusalén a la conversión (1,18-27).



La voz del profeta sigue clamando a la conversión en este mundo moderno que se ha instalado en el materialismo, el hedonismo y el consumismo. Se vive pensando en el acopio de dinero en pos del poder, del disfrute y la diversión: Se ha prostituido la ciudad, tan llena de equidad; moraba en ella la justicia, ¡ahora en cambio, asesinos! (1,21).



d) Castigo de los obstinados (1,28-31).



Hoy sigue clamando Isaías: Mas los rebeldes y los pecadores serán destrozados y los que se alejan de Dios, perecerán (1,28).

Tras el prólogo, el libro comprende, del c. 2 al 12, una diatriba contra el orgullo (2,6-22); anarquía de Jerusalén (3,1-15); sátira contra las mujeres pudientes (3,16-4,1); poema de la viña (5,1-7); reunión de siete maldiciones (5,8-24 y 10,1-4) y dos profecías salvíficas: el Mesías (11,1-9) y la restauración (11,10s). 

La sección más importante es el libro del Emnanuel (6,1-9,6). Esta compilación contiene material oracular, autobiográfico y biográfico. Forma un conjunto literario complejo, cuya parte esencial está constituida por la intervención política de Isaías durante la guerra siroefraimita. El c. 6, relato vocacional, sirve de introducción y el oráculo mesiánico (9,1-6), que canta el nacimiento de un heredero de David, «Puer natus est nobis», de conclusión. En medio se hallan yuxtapuestas varias intervenciones de Isaías pertenecientes a distintos géneros.



2. Oráculos sobre las naciones (13-23).



Esta colección recibió su forma definitiva, probablemente después del destierro. Ello se desprende de algunos retoques que parecen postexílicos. Los oráculos contra Jerusalén y Sobna (c. 22) y contra Tiro (c. 23) posiblemente sean adiciones posteriores. Extraña encontrar aquí entre los oráculos contra las naciones uno contra Jerusalén.



3. Gran apocalipsis (24-27).



Se hallan dos géneros literarios: Los poemas que anuncian el juicio de Yahvé sobre toda la tierra, entre los que se intercalan algunos de tono lírico. Con un gran lujo de detalles, los poemas del juicio describen el cataclismo cósmico del día de Yahvé. Al fin, tras una catástrofe, Yahvé ofrecerá a los justos un banquete mesiánico. Será la victoria definitiva sobre el mal, obtenida por los justos reunidos en Jerusalén, dispuestos a acoger a los paganos arrepentidos y venidos al amor de Yahvé.

Los poemas líricos ensalzan con acento especial la ruina de los opresores de los judíos y la providencia paternal de Yahvé para con su pueblo.

Cuál sea este pueblo opresor, es difícil apuntarlo. Probablemente, Babilonia. De todos modos, estos capítulos no pertenecen a la pluma de Isaías. Al parecer, son postexílicos. 



4. Oráculos de conminación (28-33)



Aquí recoge oráculos semejantes a los anteriores cc. 1-12, pero más tardíos. En su conjunto, datan de los años que precedieron al asedio de Senaquerib sobre Jerusalén. 

Presenta “los seis ayes”, seis maldiciones sucesivas (=«joi»= ¡Ay de...): que denuncian el proceder inicuo de los dos grandes imperios, Egipto y Asiria. 



5. Pequeña apocalipsis (34-35)



Se encuentra aquí, en el c. 34, una airada invectiva contra Edom, que se había adueñado furtivamente de Judea, abandonada, después de la destrucción de Jerusalén el año 586, por los desterrados en Babilonia.

El c. 35 describe la destrucción de Edom y la liberación y gloria de Israel. 



6. Apéndice histórico (36-39)



Se refiere, en 36-37, la invasión de Senaquerib y, en los otros dos, trata de episodios de la vida del rey Ezequías: su enfermedad (c. 38) y la embajada de Merodacbaladán (c. 39).

En estos avatares, Isaías tuvo una intervención importante. Es este el motivo, sin duda, de insertar estos pasajes del 2 Re 18-20 aquí en la profecía de Isaías. Constituyen un apéndice lógico, pues dan la razón a Isaías. Tienen, por tanto, un fin apologético: demuestran la validez y cumplimiento de la predicación de Isaías.

Aunque estos textos son posteriores, añadidos por los discípulos del profeta, es preciso afirmar la autenticidad de los oráculos que contienen.



II. TEOLOGÍA



1.- Transcendencia divina y santidad de Dios



El Dios de Isaías es incontestablemente el “Santo de Israel”. El relato de la vocación del profeta (cap.6) nos presenta a un Dios transcendente e inaccesible que, sin embargo, también es inmanente y preside y actúa en la Historia. 

Se trata por tanto de un Dios excelso y puro que exige a sus llamados se despojen de la maldad y el pecado para seguirle y obedecerle. 

El encuentro con lo inefable tiene lugar en el marco del templo de Jerusalén. Yahvé, el Dios de los padres y antepasados, el liberador del pueblo, el Señor de la Historia y la Ley, aparece sentado en un trono elevado, acompañado por serafines que, a modo de áulica y regia corte, lo alaban cantando y declamando su señorío y transcendencia.

Se trata del tres veces Santo y todopoderoso (Is 6,3). Es el Dios único y verdadero. Es el momento en el que Isaías, en presencia del orden sobrenatural, siente el peso y el agobio de su condición de hombre pecador; es el instante sublime en el que el barro comprende la trascendencia del Alfarero y la obra se sabe ante la potestad del Autor (Is 29,16). Es tiempo pues de purificación. La necesidad de quedar limpio ante lo que no posee mácula es la constante en los llamamientos proféticos donde solemos encontrar el gesto sensible y externo que hace las veces de investidura sacramental. 

Así, en la vocación de Jeremías, Yahvé alarga la mano y toca la boca del profeta (Jer 1,9). Ezequiel tuvo la sensación de comerse un rollo escrito (Ez 3,1-3). Y nuestro Isaías contempla a un serafín volar hasta él llevando un carbón encendido que había tomado del altar con unas tenazas. Es el fuego de lo sagrado, el elemento purificador que tocará sus labios de hombre impuro para que la maldad quede borrada y el pecado perdonado (Is 6, 6-7).

Cumplimentado el rito, limpio ya el individuo convertido en profeta, entrará al servicio del tres veces Santo, del todopoderoso, del que está sentado en el elevado y excelso trono, del Dios cuya presencia colma el sagrado recinto. 



2.- Dios y la creación



El Dios que ve Isaías en su visión llena la tierra de su gloria (6,3). Y es de ese modo porque sólo Él es el Señor de la Historia y de la Creación. Por lo mismo, canta el profeta henchido de anhelo: “Mi alma te ansía por la noche, y mi espíritu, en mi interior, te espera en la mañana, pues cuando tus juicios se ejecutan en la tierra, aprenden justicia los habitantes del mundo” (26,9). Los habitantes del mundo creado han de aprender justicia, porque es la justicia lo que pretende el Señor de la Historia y la Creación para el mundo establecido.

Pero el hombre es libre, y el plan de Dios o la obra de Yahvé, paciente, porque siendo activo entre los hombres y en los acontecimientos históricos, Su quehacer es a larga distancia. El que es admirable en sus consejos y grande en sus empresas usa diversos medios para alcanzar su fin (28,23-29). Y su fin no es otro que doblegar el orgullo humano. Doblegarlo a la vez que demuestra mediante el curso de los acontecimientos, que Él y sólo Él es el verdadero Señor del destino humano. Porque Él y sólo Él es el Señor de la Historia y de la Creación.



3.- Pecado de Israel



Amplia y tristemente larga es la lista de los pecados de Israel. Amplia y tristemente larga porque del primer y perentorio pecado, que no es otro que rebelarse a Dios, florecen otros muchos y graves. Y es que la rebelión produce y genera el desprecio. E Israel despreció al Dios de sus padres (3,8-9; 5,4-5.24; 8,6; 28,12; 29,15-16; 30,9-13.15). Desprecio que en ocasiones, incluso, temerariamente, llega a la burla (5,18-19).

En realidad, Isaías no ahorra apelativos para denunciar la errónea manera que el pueblo elegido, el pueblo de la Alianza, tiene de actuar respecto a su Dios. El profeta arremete contra conductas irrazonables y equivocadas llamando a las cosas por su nombre. De este modo, no duda en describir a Israel como un pueblo rebelde (1,23; 30,1; 15,1;31,6). También le acusa de abandonar a Yahvé (17,10; 22,11). De ser un pueblo soberbio (2,7ss; 3,1ss; 9,8ss; 10,5ss; 22.15ss; 28,1ss.14ss). De comportarse incrédulamente (7,9;22,11;31,1). De manifiesta desobediencia (28,12; 30,9.15; 1,19). De ser sabio a sus ojos (5,21; 28,14ss). De comportarse como un comunidad atea (9,16; 10,6). Y de consumar su torpeza y error siendo insolente frente a Yahvé (3,8-9).

Tal vez lo peor de todo esto sea lo que el profeta advierte, ya en el relato de su vocación (cap. 6): cuando la gente se obstina en no ver termina por convertirse en ciega. No olvidemos que borrachera y estupidez son para Isaías sinónimos de la incapacidad de comprender los caminos del Señor. 



4.- La fe



El pueblo de la Alianza ha perdido la fe. El pueblo llamado a ser una nación de sacerdotes, una comunidad santa y ejemplar entre los pueblos, camina en los mismos pecados de la naciones y da la espalda al Fuerte de Israel, al Dios que salva: “Si no creéis no subsistiréis” (7,9). Porque como explica el profeta “por la conversión y la paz os salvaréis, en la calma y la confianza estará vuestra fuerza” (30,15). 

Isaías es un modelo perfecto de esa fe que el pueblo rechaza. Claro que sus coetáneos no habían tenido el privilegio de vivir la experiencia sobrenatural que cambió para siempre la vida del profeta. Por lo mismo el vocacionado como vocero de Dios insistirá en sus mensajes y continuos ruegos: “El que puso su confianza en el plan de Dios no vacilará” (28,16).

Pero Judá, enfrentada a dificultades, que son las pruebas de Dios, no alcanza a comprender que la salvación sólo proviene de Él. Que la salvación no está ni en los carros de guerra ni en los caballos, ni en el número de los hombres de armas. Las políticas humanas no servirán al pueblo de la Alianza. Y la falta de fe trae las inevitables y graves consecuencias: Israel se convertirá en un pueblo más del Medio Oriente, Jerusalén viene a ser una ciudad cualquiera y el ungido de Yahvé, el representante de Dios ante el pueblo, se rebaja a un degradante nivel convirtiéndose en un reyezuelo de tantos. En definitiva, la falta de fe manifiesta, sólo conduce a que Israel se niegue a sí mismo. Lo que significa negar a Dios y la consiguiente e imparable ruina.



5.- Yahvé e Israel



Isaías tenía una misión clara: ofrecer la palabra de Dios a su pueblo. Por ello, habla sobre todo para Israel, y lo que dice de las relaciones de Dios con los otros pueblos no es sino incidental, fluyendo, por decirlo de algún modo, de la doctrina de la relación de Dios con el pueblo elegido.

La relación de la comunidad estaba regulada por la Alianza del Sinaí, realizada por Moisés y el pueblo y más tarde ratificada en Moab y Siquem. Dicha Alianza prometía la prosperidad material al cumplimiento de los preceptos y castigo a su negligencia. En este sentido, la encomienda de Isaías no difiere a la de sus inmediatos predecesores, Oseas y Amós, que predicaron en el Reino del Norte, y que la de su contemporáneo Miqueas que predicaba en Judá.

El profeta sufre con las prácticas idolátricas del pueblo, que suponen una abominación para Dios, y condena con fuerza y palabras muy duras las injusticias sociales de su época. No duda en embestir contra los ricos que explotan tanto a los pobres como a las indefensas viudas. Pero no sólo los ricos actuaban de modo contrario a la Ley, también los gobernantes y los jueces incumplían la Alianza: “Tus jueces son rebeldes, cómplices de ladrones; todos aman el soborno y andan detrás de los regalos; no hacen justicia al huérfano, ni atienden a la causa de la viuda” (1,23). 

El énfasis que pone Isaías en las cuestiones de justicia social anticipa o enlaza con la teología que traerá el Nuevo Testamento: “Pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1 Jn 4,20).

El profeta no se cansará de recordar a su pueblo que la ley de Dios no puede ser violentada con impunidad. Que hacerlo supone el inexorable castigo, y que Dios escogerá un poder que se convertirá en “La vara de su cólera” (10,9). Esta vara de su cólera quedará personificada en Asiria y es una cuestión que se presenta repetidas veces en la predicación de un profeta que cumplió con su cometido. 



6.- Salvación



Yahvé tiene sobre Israel un plan de salvación (5,12; 10,12;14,24), que Isaías espera ver realizado a través de la restauración y la renovación de la dinastía davídica (mesianismo) y de la ciudad santa (sionismo). Del binomio Jerusalén-Sión, es decir, del sionismo, nos ocuparemos en el epígrafe correspondiente. Respecto al mesianismo, que forma otro binomio, David-Jerusalén, hay que destacar que obedece a una idea que surge y se localiza en la tribu de Judá y, como no puede ser de otro modo, está estrechamente vinculada a la monarquía davídica. De ahí que no todas las tribus asumieran con la misma devoción esta asociación de ideas, sobre todo porque los profetas del Norte eran partidarios de otro binomio salvador enraizado en tradiciones más lejanas y profundas del Antiguo Testamento, a saber el de Moisés-Sinaí. 

Sin embargo, y al margen de estas tradiciones, en Isaías encontramos una dura realidad que no debemos soslayar: para el pueblo como conjunto el camino de salvación pasa por un duro castigo (Is 1,27-28; 5,25). Más que esperar en la conversión del pueblo, el Señor parece esperar solamente el momento oportuno, conocido sólo por él, para manifestar su compasión. Esto parece intuirlo el profeta con certeza vigorosa, no en balde, Isaías afirma en tono vehemente y confiando: “Dios es mi Salvador; confío en él, no temo, porque mi fuerza y mi júbilo es el Señor; él es mi salvación” (12,2). 



7.- El día de Yahvé



“Ved; ya viene el día del Señor, implacable, con furia y cólera encendida, a convertir la tierra en un desierto, a exterminar a los pecadores” (13,9). Es el anuncio del cataclismo del día de Yahvé. Es el anuncio de que el mal ha ser extirpado de la Creación y con él los que lo propician y producen. “Yo castigaré por su maldad al mundo, a los criminales por sus delitos; acabaré con la arrogancia de los orgullosos y humillaré el orgullo de los tiranos” (13,11). La profecía, aunque de destrucción y ruina, también lo es de liberación y esplendor. Porque tras el castigo regresará la paz, y los fieles del Altísimo se verán libres al fin de los opresores. Tras la hecatombe y el horror, el antiguo orden queda quebrantado y una nueva Historia de luz alumbra a la humanidad proyectada hacia un futuro bondadoso y armónico. Un futuro donde no habrá más mandatario que Dios ni otra Palabra que la Suya: “Él gobernará las naciones y dictará sus leyes a pueblos numerosos, que trocarán sus espadas en arados y sus lanzas en hoces. No alzará ya la espada pueblo contra pueblo ni se entrenarán ya para la guerra” (2,4).

Por eso, el temido día de Yahvé, también lo es de gozosa esperanza para sus fieles. 



8.- Jerusalén. Sionismo



Propiamente hablando, el nombre de “Sión” correspondía a la acrópolis de Jerusalén. En la práctica, sin embargo, Sión y Jerusalén eran nombres equivalentes. Al hablar de sionismo, nos referimos, por tanto, al tema de la ciudad santa en el pensamiento de Isaías. Porque el profeta, frente a otros que dan gran cabida a las antiguas tradiciones de Israel sobre los Patriarcas y el Éxodo, se centra en la elección de Sión y en la elección de la dinastía davídica. La elección de Sión como ciudad santa y la elección de la dinastía davídica como dinastía permanente para siempre son los dos pilares sobre los que funda Isaías sus esperanzas para el futuro.

Jerusalén era a un tiempo la ciudad de David y la ciudad de Yahvé. Es decir, en Jerusalén cabe distinguir dos aspectos: el político, como capital del reino, y el religioso, como ciudad santa, sede del arca y del templo, símbolos de la presencia de Yahvé. Desde ambos puntos de vista, la importancia de Jerusalén es grande en la teología de Isaías. Jerusalén es para Isaías la ciudad donde Yahvé tiene su trono (6,1). Yahvé reside en Sión (8,18). Yahvé ha fundado a Sión (14,32).

Todos estos factores son la garantía de que después de la prueba, Sión será reconstruida como metrópoli del nuevo Israel: “He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental (28,16). Véanse asimismo: 1,26-27; 2,2-5; 4,2-6; 11,7-9.



9.- El resto



Yahvé, el Dios de los padres, el Dios de David, el Dios de la nación elegida, no es un Dios destructivo ni pasivo, más bien todo lo contrario, es un Dios creativo y activo, y aunque en su santidad y Alianza debe castigar el pecado, nunca lo hace de un modo absoluto y definitivo, es decir, tras el pecado llega el castigo, pero con el castigo surgirá el arrepentimiento y con él el perdón brotando entonces el ideal del resto, la realidad del resto. Una parte del pueblo, ya debidamente purificada, se proyecta como comunidad hacia el futuro según el plan inexorable de Dios. 

Esta idea del resto está ya presente en el relato vocacional de Isaías, donde se habla de que Israel será devastado y arrasado, a la manera como se talan los árboles, y quedará reducido a un tocón, pero un tocón con capacidad de retoñar y reverdecer (6,11-13). 

En suma, la idea y la realidad del resto, demuestra la bondad de Dios que, como Creador y Dueño de la Historia, actúa con celo pero con amor, con justicia pero con misericordia, a fin de sanar el pueblo de su elección de donde ha de venir el ungido y del ungido la nueva teología que avanza la Revelación. 



10.- Opción por los oprimidos



Isaías es el profeta que proclama la esencia de la religión. La voz de Dios, porque el calor de lo sagrado tocó sus labios, sucedió en la transcendente experiencia vivida, cuando fue vocacionado. Y ya no hay vuelta atrás ni retorno posible. Es un camino de una única dirección, es una senda que hay que hollar sin mirar atrás, con fe, con valentía, con arrojo, sin el menor ápice de duda. No importa si los magistrados, si los nobles y los sacerdotes, si los que rodean al rey le señalan molestos de sus prédicas. No importa que el pueblo, su pueblo, le mire con desdén y desprecio por sus duras y airadas palabras. Sólo importa su misión. Y su misión anticipa el Nuevo Testamento. Isaías nos desvela con rigor y dramatismo el hecho incontestable de que el ritualismo, la Ley sin amor, los continuos sacrificios, de nada sirven si reina y campea la injusticia y la rapiña. “¿Qué me importa la multitud de vuestros sacrificios? -dice el Señor-. Estoy harto de holocaustos de carneros y de grasas de becerros, la sangre de novillos, de corderos y de machos cabríos me hastía” (1,11). Tal proclama, en Jerusalén, en la ciudad de David, donde reposa el arca que contiene los rollos de la Torá y de la Alianza símbolo de la presencia de Dios, tal discurso ante el pueblo elegido por Yahvé para convertirse en una comunidad de sacerdotes, debió suponer un escándalo, un dolor colectivo, una rabia general y, sin lugar a dudas, de la multitud surgirían las voces de los descontentos y orgullosos. Pero el profeta no ha terminado, la voz de Dios no ha concluido, los sacrificios hastían porque hay una necesidad que nadie quiere reconocer pero que el profeta recordará cumpliendo su cometido: “Lavaos, purificaos, alejad vuestras malas acciones de mis ojos; dejad de hacer el mal. Aprended a hacer el bien, buscad lo que es justo, socorred al oprimido, haced justicia al huérfano, defended a la viuda” (1,17). Ahora ya no podrán continuar las voces de protesta, porque la voz de Dios mediante su profeta, ha alcanzado la esencia interna de cada uno de los oyentes, e interpelando, avergüenza a los que saben, por más que no quieran reconocerlo, que la verdadera religión está en el semejante, en el hermano, en el que necesita nuestro amor y nuestra consideración. Por lo mismo, Isaías, nuestro valiente y denodado profeta, más parece a veces un apóstol del nuevo testamento que un profeta del antiguo. Siendo, sin ninguna duda, como es, un anticipador del tiempo nuevo que traerá el avance de la Revelación y el universalismo del pueblo elegido.



11.- El Mesías



Sin llegar a designar exactamente al Mesías (“ungido”), en los oráculos isaianos, las concepciones "mesiánicas" hacen referencia a un personaje ideal, al que se describe con los epítetos más cautivadores: "Admirable Consejero, Dios Fuerte, Padre Sempiterno, Príncipe de la paz". Es el "retoño" de Jesé, sobre el que descasará el "espíritu" carismático de Yahvé en su múltiple manifestación: "espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de entendimiento y de temor a Yahvé. Es el "Niño" misterioso "Emmanuel" que nace de una "virgen”, que es prenda de salvación ante la inminente invasión asiria y del que emana la redención de Israel.

Las profecías mesiánicas de Isaías son la culminación del "mesianismo" concebido como esperanza de rehabilitación de la humanidad, anunciada germinalmente en los albores mismos de la historia humana. En el Libro Segundo, cambia la perspectiva, ahora habla del “Siervo de Yahvé”, hombre de dolores, sufriente en silencio, por los pecados del pueblo, que triunfa de la muerte.

El libro de Isaías es quizá el libro de más contenido teológico de todos los del Antiguo Testamento, ya que sus concepciones netamente espiritualistas rozan y rezuman la plena doctrina y la argumentación que luego va a exponer Jesucristo en su Evangelio.