Lamentaciones

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 



1. NOMBRE DEL LIBRO 

La Biblia hebrea designa al libro con la palabra «'eka» (= « ¡Cómo, ayl »), que es la primera que se lee en 1, 1; 2, 1; 4, 1. Pero, según la tradición judía, el título hebreo más antiguo del libro debió ser «Quinót» (= Lamentaciones», que fue traducido por los Setenta y por la Vulgata «Thrénoi» y Threni», respectivamente. En las versiones modernas de la Biblia, el libro recibe el nombre de Lamentaciones.

2. FECHA DE COMPOSICION Y AUTOR 

Las Lamentaciones han sido compuestas en Palestina después de la destrucción de Jerusalén y han servido, probablemente, para el reducido servicio litúrgico que se siguió celebrando sobre las ruinas del templo (Jer 41, 5). El profeta Zacarías (7, 1‑5; 19) habla de la conmemoración de la ruina de Jerusalén y de la destrucción del templo, que se celebraba anualmente con días de ayuno. A partir del año 70 de nuestra era se sumó a esta conmemoración el recuerdo de la destrucción de la ciudad santa y del templo llevada a cabo por Tito. Coincidiendo con nuestro mes de agosto, las comunidades judías siguen celebrando una fiesta de duelo, que conmemora las dos destrucciones de la ciudad santa, la del 587 y la del 70, y en ella se siguen cantando las Lamentaciones. La liturgia cristiana las lee en el marco de la Semana Santa para orquestar el drama de la pasión y muerte de Cristo.

Las repetidas alusiones a la ruina de Jerusalén y destrucción del templo dan a entender que el autor de las Lamentaciones se halla todavía bajo la impresión de la catástrofe. Se cree, generalmente, por tanto, que han sido escritas poco después del 587; ciertamente, antes del retorno a la patria en 538.

Bajo la influencia de 2 Cro 35 y 25, por el tono luctuoso de las Lamentaciones, que coincide con el tono de la profecía de Jeremías, se formó una tradición, según la cual, el autor de las mismas habría sido el profeta de Anatot. La versión griega de los Setenta se hace eco de esta creencia. Existen, sin embargo, varios argumentos de crítica interna, que hacen imposible esta filiación:

- La forma literaria tan estudiada y artificiosa de las Lamentaciones es ajena al estilo de Jeremías.

- ¿Cómo podía Jeremías celebrar la memoria del rey Sedecías? (Lam 4, 20; véase Jer 37, 17‑21).

- ¿Podía Jeremías evocar la esperanza del apoyo egipcio? (Lam 4, 17; véase Jer 37, 7‑8).

- ¿Podía decir que Jerusalén se había quedado sin profetas (Lm 2,9; Jr 42,4-22).


3. FORMA LITERARIA

En términos generales podemos decir que estos cinco poemas presentan la forma literaria de canto fúnebre o canto de duelo. 

Era éste un género literario muy extendido en todo el Medio Oriente, que está bien documentado asimismo en la Biblia. Los cantos fúnebres eran interpretados en las manifestaciones de duelo, bien por plañideras de oficio (Jer 9,17; Am 5,16‑17), bien por los parientes o amigos del difunto (2 Sam 1, 17; 3, 33), acompañados por instrumentos musicales, especialmente la flauta (Mt 9, 23).

El acento principal del canto fúnebre o lamentación recaía sobre el cambio o profunda mutación que se había operado por la muerte en la existencia del hombre. De ahí esa expresión inicial tan característica con que suelen empezar los cantos de duelo: «'ek», «'eka» («¡Cómo, ay!»).

Si bien la lamentación nació para llorar la muerte de individuos concretos, los poetas, sin embargo, se sintieron autorizados para aplicarla a colectividades personificadas (naciones, pueblos, ciudades). Este tipo de lamentaciones, compuestas para llorar la destrucción de pueblos y ciudades se remonta a una gran antigüedad. Es célebre, por su extensión (unos 500 versos), por su interés histórico y por su inspiración poética, un poema sumerio, que llora la destrucción de Sumeria, en general, de la ciudad de Ur con su templo y termina con una breve promesa de ventura y salvación. Tanto por la forma literaria como por los motivos que la inspiran, esta lamentación sumeria presenta paralelismos sorprendentes con nuestras lamentaciones sobre la destrucción de Jerusalén y su santuario.

En tono satírico y polémico, los profetas de Israel entonan también lamentaciones para llorar la ruina y destrucción de las naciones enemigas o de sus caudillos (Nah 3, 18‑19; Is 14, 4‑21; Ez 26, 15‑18; 27, 3‑36; 31,10‑18). Amós (5, 1‑2) y Jeremías (9, 7‑22) recurren, a su vez, a la lamentación fúnebre para llorar la ruina de Israel y de Sión. Dentro de este género de canto fúnebre, se alinean propiamente nuestras primera, segunda y cuarta lamentación. 

Las lamentaciones tercera y quinta pertenecen más bien al género de lamentación tomada en su acepción más general. Como los salmos de súplica, estas lamentaciones podían ser individuales y colectivas, según fueran interpretadas por un individuo particular o por la comunidad. La lamentación quinta es claramente de carácter comunitario, mientras la tercera es más bien particular, muy próxima a las confesiones de Jeremías y a las quejas de Job.

Las cuatro lamentaciones primeras son alfabéticas y están compuestas por veintidós estrofas, cada una de las cuales empieza sucesivamente por las veintidós letras del alfabeto hebreo. Las estrofas de las tres primeras constan de tres versos, agrupados bajo cada una de las veintidós letras del alfabeto sucesivamente. En la tercera lamentación los tres versos empiezan por la misma letra. Las estrofas de la cuarta lamentación son de dos versos. La quinta lamentación es solamente alfabetizante, en el sentido de que consta también de veintidós estrofas, pero sin empezar con las letras del alfabeto de manera ordenada y progresiva. A estas combinaciones alfabéticas se añaden repeticiones simétricas de una o varias palabras, destinadas a subrayar los pensamientos más importantes y a diseñar mejor el cuadro de las estrofas.

Las cuatro lamentaciones primeras se sujetan al llamado ritmo giná o elegiaco. Es muy característico de este metro el segundo verso, que es siempre más breve que el primero y al recitarlo se baja en él la voz, con el fin de subrayar mejor la impresión de dolor:


¡Cómo oscureció el Señor en su ira

a la hija de Sión!

¡Precipitó del cielo a la tierra

la magnificencia de Israel!

¡Y no se acordó del escabel de sus pies

el día de su ira!



Hágase la prueba de recitar en un tono más bajo los versos segundo, cuarto y sexto, y se podrá comprobar el tono de aflicción y tristeza que adquiere la melopea.

La calidad literaria de estos poemas ha sido celebrada universalmente. Después de tantos siglos, todavía nos hiere su intensa emoción y nos impresiona la suntuosidad de sus imágenes. La 5ª lamentación, en particular, sigue siendo uno de los gritos de dolor más desgarradores que jamás haya salido de pecho angustiado. En ella se inspiró Palestrina para una de sus composiciones más importantes (Lusseau).


4. CONTENIDO

El tema central de las Lamentaciones está constituido por los trágicos acontecimientos que tuvieron lugar en Jerusalén entre los años 609‑587, entre los que destacan: muerte del pío rey Josías (609); primera deportación (598); destrucción de la ciudad santa, del templo, y segunda deportación (587). Estos hechos conmovieron los cimientos mismos de Israel como comunidad política y religiosa y crearon una grave crisis en la conciencia del pueblo elegido. La destrucción de Jerusalén es la ruptura de toda la fe acumulada durante siglos. Lo mismo que la historia Deuteronomista, también el autor o autores de las Lamentaciones se preguntan por el significado de los recientes acontecimientos. La respuesta que se esconde detrás de las Lamentaciones es, a su vez, triple. Quieren ser un canto a la justicia divina («Dios es justo cuando habla y sin reproche cuando juzga»: Sal 51, 6), es decir, interpreta los hechos, como un castigo y una prueba. Pero las Lamentaciones son asimismo un llamamiento implícito a la conversión y a la esperanza. Los profetas habían anunciado el desastre por el pecado y obstinación del pueblo.

Sólo cabe esperar en el poder y misericordia de Dios. La realidad provoca el llanto, la confianza y la oración confiada (Lm 5,19). El problema del dolor será siempre piedra de escándalo de las religiones monoteístas. La confesión bíblica es sencilla y compleja a la vez: defiende siempre la bondad de Dios. A veces, el Señor “prueba” a su pueblo con alguna desgracia; pero, el Dios Bueno volverá a salvar.

La primera lamentación se centra en la destrucción de Jerusalén: de reina se ha convertido en esclava (vv. 1‑11). Como matrona doliente, la ciudad santa implora la piedad de los hombres y el perdón de Dios (12‑22).

La segunda lamentación se fija en la destrucción del templo y en los horrores vividos por la ciudad durante el asedio (1‑12). En la segunda parte, interpela a Sión y le da una lección sobre el falso y verdadero profetismo (13‑17). Después la invita al duelo y a la lamentación (18‑22).

Ciertamente, los acontecimientos habían sido trágicos (3, 1‑21). Con todo, el autor de la tercera lamentación muestra su confianza en Dios, que ha castigado a su pueblo, pero no lo ha aniquilado. También los pecados habían sido muchos y graves (22‑42). Se pide a Dios que se apiade de su pueblo y aniquile a los enemigos (43‑66).

La cuarta lamentación describe la triste condición de los propios nobles y príncipes del pueblo (1‑12). El origen de toda la tragedia debe buscarse en los falsos profetas y en los sacerdotes (13‑20). También a Edom, que se alegra, de momento, de la tragedia de Israel, le llegará su hora (21‑23).

La quinta lamentación, titulada en la Vulgata «Oración de Jeremías», es una ardiente súplica, dirigida por el autor, en nombre de los hermanos, al Señor. Está redactada en términos llenos de emoción y patetismo (1‑22)


5. LUGAR EN EL CANON

Respecto a su lugar en el Canon, existe una triple tradición:

1. Los masoretas (ss. VI‑XII de nuestra era) enumeran las Lamentaciones entre los Meguillot, una colección de cinco libros, que se leían en las principales fiestas del calendario judío (Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés y Ester). Este grupo de cinco libros se hallaba incluido en la tercera parte del Canon Judío, que recibía el título general de Ketubim (=Escritos).

2. En las traducciones griega de los Setenta y latina de la Vulgata, las Lamentaciones se hallan colocadas entre los profetas, inmediatamente después de Jeremías; más aún, hacen a éste, autor de las mismas. 

3. La tradición judía antigua colocaba las Lamentaciones entre los Ketubim, sin precisar más.

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BIBLIOGRAFÍA ESCOGIDA:



1. González Lamadrid, A. “Lírica Sagrada”. Cursos bíblicos. PPC. Madrid, 1971

2. Profesores de Salamanca “Biblia Comentada” Tomo III. B.A.C. Madrid, 1967

3. VV.AA. “Comentario al A. T.” Tomo II. La Casa de la Biblia. Madrid, 1997