Números

Autor: Camilo Valverde Mudarra 

 

Título

El título actual es una traducción de la Vulgata: "Numeri"; se debe a la importancia aritmética que los números tienen en este libro: el Censo del pueblo (1,1-49 y 26,1-61); el número de ofrendas que presentan los jefes de las doce tribus el terminar de construir el Tabernáculo (Cap. 7); el número de exploradores de la tierra prometida (Cap.13); el número de fiestas y de ofrendas en otoño (Cap.29); la distribución del botín de guerra (Cap.31); el número de etapas del Exodo (Cap. 33); las fronteras geográficas de Canaán y que constituyen el límite de las tribus (Cap.34); el núme­ro de las ciudades de refugio (Cap. ). Leído, bajo este aspecto, el libro, da la sensación de que el pueblo, ya desde su inicio, es­taba perfectamente organizado.

El título de las biblias hebraicas es Benídbar: "en el desierto'', en referencia a los cuarenta años que el pueblo hebreo estuvo en el desierto desde la salida de Egipto hasta la entrada en la tierra de promisión.

El libro es el enlace, el eslabón, entre ambos acontecimientos. Durante este largo período Dios lo sometió a pruebas duras, con el fin de curtirlo en el sacrificio y como preparación para la em­presa costosa de asentarse definitivamente en Canaán, la herencia prometida.



División


La historia narrada en el libro comienza en el Sinaí, donde acaba la narración del libro del Éxodo, y termina en los llanos de Moab. El relato está entrelazado con leyes que se van sucediendo y cuya cronología es muy difícil de precisar. La división del libro, adoptada por los comentaristas de una manera gene­ralizada, obdece a los distintos marcos geográficos que fundamentalmente son tres.

1.- En el Sinaí (1,1-10,10)

Los cuatro primeros capítulos relatan la organización del pueblo, una comunidad santa compuesta por doce tribus, alineadas de tres en tres, de forma que todas ellas constituyen un cuadrilátero, en cuyo centro está el Tabernáculo atendido por los levitas.

Los cap. 5-6 contienen unas leyes de carácter ritualista y social: expulsión del campamento de los impuros (Vg. los leprosos) para que no contaminen (5,1-4); reparación de toda injusticia realizada contra el prójimo (5,5-10); la ordalía, o juicio divino contra la mujer de la que su marido tiene sospechas de infidelidad (5,19-31); prescripciones del nazireato que debe guardar la persona que volun­tariamente hace el voto de consagrarse a Dios (6,1-21).

Los capítulos 7-8 refieren las generosas ofrendas que todos y ca­da uno de los jefes de las doce tribus hacen al Tabernáculo, con motivo de la dedicación del altar, para el mayor esplendor del culto tributado al Señor, así como la purificación y consagra­ción de los levitas que estarán al servicio del santuario.

Los capítulos 9-10 relatan la primera celebración de la Pascua tras la salida de Egipto y la reaparición de la nube -señal de la presencia del Señor- que los guió hasta el Sinaí y los seguirá gui­ando por el desierto. Con su presencia y al toque de trompetas, levantan el campamento y emprenden la marcha.

2.- Del Sinaí a Cades (10,11 - 20,13)

En el libro del Éxodo, Israel, acampado en el Sinaí, es un pueblo que escucha a Dios; en este de los Números, es un pue­blo en marcha que obedece a Dios.

La marcha está ordenada por escuadras, con un claro acento litúrgíco-militar: en lo alto, la nube (El Señor) y, al frente, el Arca de la Alianza.

El camino está lleno de dificultades y de pruebas: quejas del pueblo, castigo del Señor, intercesión de Moisés (arrepentimiento) y perdón del Señor. Al final, Dios siempre perdona (Cap.11. El relato de los exploradores de la tierra prometida (Cap.13-14) pone de manifiesto la falta de fe en el plan liberador y salvífico del Señor, lo que acarrea, como un castigo, que la conquista de la tierra sea costosa y duradera. Sin la confianza plena en Él, y sin su ayuda, el pueblo no logrará la salvación, será siempre derrotado.

Surgen rivalidades por ansias de poder y de liderazgo: una rebe­lión contra Moisés, contra su dirección que no es aceptada y con­tra sus privilegios cultuales. La intervención prodigiosa del Señor, al estilo de los prodigios realizados ante el Faraón, reafirma el caudillaje incuestionable de Moisés y de su hermano Aarón (Cap.16-17).

Entrelazadas con estas narraciones, de carácter histórico, hay una serie de leyes relativas a los sacrificios, a la ofrenda de las primicias, a los pecados por inadvertencia y a la violación del sábado con sus penas correspondientes (Cap.15). Leyes sobre los de­rechos y deberes de los sacerdotes y de los lejistas (Cap 18).

La marcha termina con el episodio de las aguas de Meribá, relatada con el esquema: quejas, castigo, arrepentimiento y perdón. El Señor les da un raudal inagotable que brota milagrosa­mente de la roca partida (20,1-13).

3.- De Cades, a los Llanos de Moab (20,14 - 36,13)

Antes de llegar a la tierra prometida, Israel tiene grandes di­ficultades por parte de las naciones que se interponen en su camino y por las que él quería pasar pacíficamente, cosa que no le fue posible, pues los edomitas, enemigos tradionales suyos, le negaron el paso, por lo que tuvo que hacer un gran rodeo (20,14-23).

A pesar de todo, el pueblo tuvo que mantener continuas luchas y fue cobrando sus victorias con las gentes hostiles que se va encontrando: con el rey de Arad (21,1-9), con los amorreos (21,21-34), con el rey de Basán (21,32-35). Se da especial relieve a Balac, rey de Moab, que pide al Vidente Balaam que maldi­ga a Israel. Pero Balaam no sólo no lo maldice, sino que lo ben­dice una y otra vez, al mismo tiempo que le recuerda los privilegi­os y las promesas hechas por Dios a Israel, el cual vencerá a Moab y a Edom (Cap.22-26).

No obstante, Israel se deja seducir por los cultos idolátricos cananeos de fecundidad y abandona a Yahvé (Cap.25). Se hace de nuevo un censo (Cap 26) y se legisla sobre los derechos hereditarios de las mujeres (27,1-11; 36). Se elabora un calendario litúrgi­co en el que, con todo detalle, se enumeran las ofrendas y los sacrificios correspondientes a cada fiesta (Cap.28-29). Se dan leyes sobre las obligaciones y las consecuencias de los votos (Cap.30). 

Los capítulos finales (31-35), menos el 33 que recuerda de manera resumida las etapas del desierto, están dedicados a la repartición del botín y de la tierra prometida cuando entren en su posesión.

Composición del libro


Se hace muy difícil precisar la cronología de los acontecimien­tos. Hay duplicados del mismo hecho con ciertas discrepancias; Vg. la exploración de Canaán que, según 13,22, llega hasta Rejob y, según 13,33, hasta Hebrón. Lugares paralelos con matizaciones diferen­tes, así, el relato de las codornices (Núm 10 y Éx 16) y las aguas de Meribá (Núm 20 y Éx 17). No hay una secuencia lógica, entre las par­tes narrativas y las partes legislativas. 

Esto significa que el redactor final se ha valido de diversos documentos. En el libro, en efecto, se encuentran los cuatro documentos clásicos presentes en el Pentateuco: J E P D. La fuente principal es P que ocupa las tres cuartas partes del libro.

La primera parte (1,1-10,10) se atribuye al documento P. En la segunda, (10,11-20,13) están presentes J E P, y la tercera (20,14-36,13) se debe casi enteramente a P. Al documento D se le atribuyen algunas perícopas (1, 1-13; 23,50.53.55-56). Números es, pues, el resultado de tradiciones orales y escritas ensambladas y redactadas por el autor final.



Género literario


Números está escrito en el género literario histórico de la antigüedad: la narración de hechos reales o ficticios que susci­tan un interés general. Este interés, en nuestro caso, es de carác­ter religioso y patriótico.

No se puede hacer, por tanto, una lectura del libro con nuestra actual concepción de la historia haciendo una interpretación literal de los relatos. Tampoco se puede negar la substancialidad his­tórica de los mismos.

Dios ha liberado de la esclavitud y de la opresión a Israel, para que sea un pueblo independiente y libre en una tierra propia asig­nada por Dios, el pueblo preferido y elegido por Dios, entre todos los pueblos de la tierra, para ser el paradigma y el modelo de todos ellos. Por encima de la objetividad o no de las cosas relatadas, está la intervención de Yahvé para salvar a un pueblo y preparar­lo para tan grande empresa.

En los relatos se usa con frecuencia la hipérbole. Basta, como ejemplo, observar las cantidades exageradas del censo: 603.000 hombres de guerra y 22.000 levitas (1,1-49; 26,1-61). Se ha dicho que estas cifras son el resultado de multiplicar por ciento la cifra real, de modo que serían unos 6.000 hombres de guerra y aún eso es demasiado.



Contenido religioso


Los cuarenta años del desierto marcaron a Israel, de tal modo que los recordará, a lo largo de la historia, no sólo como momentos de prueba, sino como el largo y hermoso tiempo de su noviazgo y despo­sorios con Yahvé.

Dios habitaba en medio del pueblo a través de la nube, cercano, providente y compañero de camino. Es el conductor y el protector del pueblo, el cual debe confiar en Él y obedecerle de mane­ra absoluta. Ahí radica la garantía de que saldrán victoriosos en los avatares del camino y de que llegarán a la meta deseada. 

Los israelitas no podían olvidar que Dios es el Santo, la santidad misma; por una parte es el cercano y el inmanente, porque es el "amigo", pero, por otra, es el lejano y el trascendente, porque es "el Señor". Por esta razón, sólo los sacerdotes, es decir, los pertenecientes a la familia de Aarón y los levitas podían acercarse al Tabernáculo, pues todo lo que lo circunde debe ser santo. 

Yahvé es el Dios de la gracia y de la paz; de ahí, los dones que el sacerdote debe pedir para los israelitas: "Que el Señor te bendiga y te guarde. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su gracia. Que el Señor vuelva hacia ti su rostro y te conceda la paz" (Núm 6,24-26).

Yahvé es un Dios de perdón y misericordia. Ante la rebeldía, la incredulidad y la ingratitud, le impondrá un castigo medicinal, pero termina siempre perdonando (Cap.14)

Israel es un pueblo teocrático. El culto y las fiestas en honor de su Dios tienen una gran importancia. El culto es una necesidad y una obligación para con el creador y protector y debe celebrarse con la mayor solemnidad, sobre todo, en las fiestas consagradas plenamente a Él, entre las que descuella el sábado. En ellas hay que hacer sacrificios y ofrendas de bueyes, machos cabríos y corderos primales (Cap 7-8), como símbolo de la ofrenda personal a aquel del que se ha recibido todo (Cap 28-29). Las leyes, que regulan todo esto, pertenecen a una época muy posterior, pero se retrotraen a la época del desierto para revestirlas de mayor autoridad e inculcar a los israelitas la obligatoriedad de las mismas.

La marcha por el desierto es como una magna procesión litúrgica en cuyo centro está el Señor.

Los símbolos religiosos son anunciadores de realidades que ocurrirán con la llegada del Mesías. La serpiente de bronce (21,4-9) es el símbolo de Jesucristo en la cruz (Jn 3,14); el maná (11,6-9) es el símbolo del "pan del cielo", el pan de Dios que da la vida al mundo (Jn 6,31-33); el agua de la roca (20,2-11) es el símbolo del mismo Jesucristo y de las aguas bautismales (1 Cor 10,2-3).

Yahvé tiene tanto poder y tanto amor a su pueblo, que incluso hace que el vidente pagano, conminado por el rey para pronunciar anatemas y maldiciones contra Israel, que aseguraran la derrota del mismo, cambia sus visiones y pronostica en favor de Israel, que es un pueblo aparte, el pueblo de las bendiciones de Dios que estará siempre a su lado (Cap 22-24).

En el Éxodo y Levítico, Israel, acampado en el Sinaí, era un pueblo que escuchaba a Dios a través de su portavoz Moisés. En Números, es un pueblo en marcha hacia la tierra prometida, bajo la guía protectora de Dios. Y esta es la vida de la humanidad, un incesante caminar hacia la tierra misteriosa del más allá. Eso fue vida de Abraham, el padre del pueblo hebreo, un continuo caminar ­hacia una tierra desconocida, llevado por su fe heroica en Dios. Y eso mismo somos los cristianos, una Iglesia peregrina hacia la patria celestial.