Revelación de Dios en Jesucristo

Autor: Camilo Valverde Mudarra

 

 

La presencia de la vida de Dios en el creyente a través de la fe en Jesucristo es, para San Juan (1 Jn 5,6-12), una fuente de fortaleza, sabiduría y autoridad que conduce a la confianza y a la «victoria». En su Carta, San Juan, describiendo la revelación y sus efectos en la personalidad humana, se centra continuamente en la relación entre la actividad externa, guardar los mandamientos, confesar a Jesús, y la dimensión interior de vida. 

El dinamismo interior lo expone por dos vías: La primera está en relación con una fe consciente y una disposición interior de la voluntad, en que el cristiano se adhiere a la verdad y formula su opción de vivir su fe en las distintas situaciones de la vida diaria. El principal argumento es «conocer» «la palabra», «la verdad», términos, que indican el acto divino de auto-revelación a través de la Iglesia, inserta en el corazón del cristiano mediante la acción del Espíritu Santo, divina fuente de energía que capacita al hombre para creer y confesar a Jesús como Hijo de Dios, incluso entre dificultades, y para realizar el amor de Dios en la donación de su vida por los demás, una vez que ha vencido el pecado y las obras del maligno.

La segunda, de más relevante interioridad, se halla en el fondo del corazón humano que, al aceptar a Jesucristo como Señor y renacer en Espíritu y en verdad, se siente renovado y, profundamente, cambiado y nuevo con tal experiencia. El hecho viene a modificar la raíz misma de la personalidad. El cristiano «nacido de Dios» «tiene» a Dios, es «de Dios», es «hijo de Dios», por lo que se produce la «inhabitación» mutua, Dios en el cristiano y el cristiano en Dios. Así, San Juan quiere expresar la «participación en la vida divina».

Concibe, pues, que los actos humanos ponen de relieve la realidad de esa vida interior. Tratar de participar en la vida de Dios, cuando el modo de vivir es el opuesto a la forma de actuar de Dios es una mentira que confirma no haber sido transformados en Cristo ni renacido interiormente por el poder de la revelación de Dios, que conduce a la práctica de la «verdad» (1Jn 1,6). La manifestación visible, en la vida personal, de la vida divina y su revelación en el alma cristiana, para San Juan, es el exponente de la relación de la ética con la obra de la gracia en el hombre.

El punto álgido de toda su presentación, se centra en el Misterio de Jesucristo, realizado en la historia y perpetuado en la Iglesia. Jesús vino «por agua y sangre» (l Jn 5,6): Al recibir su bautismo, ha aceptado así su naturaleza de Siervo Sufriente según el plan de Dios; y, al derramar su sangre en la crucifixión, ha consumado así la decisión adoptada desde la eternidad (Jn 19,30). La alusión a la inmersión de Jesús en el Jordán, evoca la tradición neotestamentaria de que, con ello, Jesucristo muestra formal y públicamente su vocación de Siervo, en quien el Padre «se complacía» (Is 42,1; Mt 3,17). Jesús sabía que su llamada había tenido lugar «desde el seno materno» (Is 49,1). Al actuar en público y ser bautizado por Juan, se presentaba solidario con su pueblo, que había sido llamado a volver a Dios. Aunque no había en él pecado, mediante este acto de solidaridad se convirtió en el personaje de quien había escrito el profeta: «Llevó nuestras debilidades y soportó nuestros sufrimientos ... fue traspasado por nuestras ofensas y triturado por nuestros pecados. Sufrió el castigo por nuestro bien y con sus llagas fuimos curados» (Is 53,4-6).

En la realidad histórica del bautismo, Jesús entregó toda su vida al plan que el Padre había previsto; su entrega desembocó finalmente en el acto histórico de amor en el que murió en la cruz. Este acto completa y realiza plenamente el plan redentor del Padre, como también se expresa en Heb 10,5-10.

Cuando cada cristiano se apropia el testimonio del Espíritu Santo, la misión de Jesucristo se convierte realmente en revelación del Padre. Por esta razón, la actuación de Jesús se denomina «testimonio de Dios» (1 Jn 5,9). Creer en el Hijo de Dios significa aceptar la realidad divina de Jesucristo en virtud de la fuerza de la acción testimonial de Dios en la consciente interioridad del creyente. La fe es una firme señal de que poseemos la vida que está en el Hijo en el nivel más hondo de nuestro ser, y, de hecho, esta vida es el Hijo (1Jn 5,11-12).