Salmo 115, Renovación de votos

Autor: Padre Carlos G. Valles, S.J.

Web: Carlos G. Vallés

 

 

Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo.”

 Me alegro, Señor, de haber hecho los votos. Me alegro de aquel día en mi juventud cuando, con abierta generosidad y feliz entusiasmo, te consagré públicamente mi vida en pobreza, castidad y obediencia. Me siento orgulloso de aquel momento, y lo considero un nuevo nacimiento en tu servicio y en servicio a todos los hombres y mujeres por ti. Me congratulo de haber hecho los votos, y quiero renovarlos hoy en agradecimiento por aquel día y con la clara determinación de que, si no los hubiera hecho entonces, los haría ahora. Vuelve a aceptar la consagración de mi vida, Señor, como la aceptaste aquel día, y prolóngame la alegría que esta consagración ha traído a mi vida.

Ahora sé algo más, acerca de la pobreza, la castidad y la obediencia, de lo que sabía el día en que pronuncié esas tres palabras en voz alta en presencia de mis hermanos, de rodillas ante tu altar. He medido con mis propias caídas la profundidad de mi entrega, y he aprendido a fuerza de errores el sentido práctico del ideal excelso.

Incluso siento dudas a veces, no sé qué contestar a las preguntas que otros me hacen, oigo hablar de nuevas interpretaciones y enfoques modernos, y a veces me cuesta reconocer el sentido original entre el nuevo vocabulario. Pero yo sé bien lo que me digo, lo que estas tres palabras sagradas han significado para mí en mi vida y lo que significan en la historia y la tradición del pueblo de Dios, del que somos parte como representantes y siervos. Me he entregado a ti, en cuerpo y alma, para la gloria de tu nombre y el servicio de los demás. Ese es el resumen claro y definido. Lo que ahora te pido es la gracia de que esa convicción se traduzca en acción en mi conducta diaria, y mi entrega verbal se haga compromiso real.

Ese es el sentido de la renovación de votos. No es costumbre anual, sino privilegio diario. Disfruto pronunciando esas tres palabras juntas, una y otra vez, en el silencio de mi alma ante ti y en la compañía de mis hermanos, cuando todos recordamos nuestro vínculo común y volvemos a consagrar nuestras vidas. Y con esas palabras va una oración a pedirte que el espíritu que esos votos encarnan se haga cada vez más fuerte en mí y en el grupo, que mi entrega y mi servicio se reafirmen con mayor entender y gozar, según crecen los años, para que mi consagración inicial vaya adquiriendo nuevo sentido sin olvidar nunca el antiguo.

“Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el pueblo,
en el atrio de la casa del Señor,
en medio de ti, Jerusalén.”