Lo más hermoso de la Navidad

Autor: Carlos Vargas Vidal

 

 

La Navidad es cuando la Iglesia celebra la Encarnación del Hijo de Dios y que es, para algunos, una piedra de escándalo. Es el escándalo de tener que aceptar que la Segunda Persona de la Trinidad, el único Hijo de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, y que es uno con el Padre, se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14).

Hubiera sido más fácil para algunos aceptar la existencia de un Dios menos misterioso, aunque espiritual y lejano en lo alto del cielo, que uno que fuera Dios y hombre simultáneamente.

Lo que el paganismo clásico no pudo aceptar entonces era esa pretensión Cristiana de que había un sólo Dios y que su Hijo había literalmente nacido en un poblado de Palestina casi desconocido. Esto era demasiado para ellos. Las persecuciones comenzaron. La sangre de los mártires corrió por todos lados. Por esa sangre creció la Cristiandad en Roma y más allá. Hasta Cicerón susurró: “los dioses probablemente no existen, pero no debemos decirlo en voz alta”.

Si analizamos el vasto panorama de las grandes religiones veremos que solo la Cristiandad habla de la Encarnación del Hijo de Dios. Esta encarnación se afirma dentro de una ortodoxia en la que una verdad conduce a la otra, y todas ellas están comprendidas dentro una doctrina. El Padre envió a su Hijo para salvar al mundo. Pero, ¿quién es el Padre?

Cuando Moisés preguntó a Dios su nombre El contestó: “Yo Soy El Que Soy”. Las otras grandes religiones tiende a disolver en especulaciones lo que sus fundadores enseñan como la verdad. Pero, Dios no dijo: “Yo tengo la verdad”. Lo que dijo fue: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Dios es. Y el Mesías es. Primero, como el Hijo eterno del Padre. Dios en sí mismo en toda su gloria y, luego, como Jesús en un pesebre, verdadero hombre nacido de una Virgen.

Cuando Jesús enseñaba su propio camino, su propia verdad y su propia vida declaró: “Antes que Abrahán existiera, Yo Soy”. Y de esa forma tomó para sí el solemne nombre de Dios, ¡puesto que era Dios mismo!

Ese es el gran mensaje de la Navidad y lo más hermoso: ¡Dios con nosotros y por el único afán de salvarnos! Los conflictos con el mal, con los príncipes, potestades y adalides de estas tinieblas (Efesios 6,12), comenzaron desde la creación del mundo, pero han terminado en ese pesebre de Belén, en donde nació Jesús, nuestro Salvador.

Ahora bien, la temporada de Navidad es parte de nuestra economía y es parte de nuestro folclor. Estar en contra de la Navidad es estar en contra del intercambio de regalos, de los villancicos y del comercio. Aunque usted no lo crea, la comercialización hace posible el espíritu de navidad.

Todas las secularizaciones son malas, pero la secularización de la Navidad no es tan mala como las demás. Al menos en Navidad se regala. "Los regalos navideños nos recuerdan el don por excelencia que el Hijo de Dios ha hecho de sí mismo en la Encarnación", dijo el Santo Padre Benito XVI; y añadió que "Navidad es el día en que Dios se ha entregado a la humanidad y este don se hace perfecto, por decir así, en la Eucaristía".

La Iglesia Católica sabe esto y por esto muchos de sus enemigos llaman pagana a esta festividad.

Si el hombre se olvida de Dios para festejar la Navidad a sus anchas, no por ello la Iglesia deja de proclamar la buena noticia de que Jesús, el Salvador, ha nacido.

Si hay algo de criticable en la Navidad es el comercialismo obsesivo que, en cierta forma, ha opacado el misterio de la encarnación. Allí está el verdadero paganismo que hoy, siendo nuevo, se esconde bajo el secularismo y el culto materialista.

Pero, en esta época, tal como dijera el Apóstol Juan: “todo espíritu que confiesa a Jesucristo, venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús, no es de Dios; ese es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo” (1 Juan 4, 2-3).

Para que podamos triunfar sobre el mal, celebremos con alegría, fe y esperanza el nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo. ¡Sin olvidarnos de los pobres y más necesitados!