¿Por qué no defiende su fe católica?

Autor: Carlos Vargas Vidal

 

 

CADA VEZ más los católicos tenemos que ser capaces de defender y explicar muchas de las enseñanzas de nuestra fe.

La explicación de lo que creemos y por qué lo creemos es conocida como Apologética. Una palabra que tiene sus raíces en el término antiguo del griego apología.

Hay tres tipos de apologética: la Natural , la Cristiana y la Católica.

La mayoría de las personas piensa y dice que la apologética es un asunto para los sacerdotes, los teólogos o los conversos. Así que, surge esta interrogante: ¿Es posible y necesario que los demás católicos salgamos a justificar y a defender nuestra fe?

Nuestra fe, como decía un obispo americano, está basada en la razón y en la lógica. Por ello, explicarla es algo que todos podemos hacer. San Pedro, nuestro primer Papa y discípulo del Señor, ya lo había dicho, debemos estar "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1 Pe 3, 15). Nuestro buen Dios y Salvador también quiere que: "todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1 Tm 2, 4). Verdad que nos hará libres (Jn 8, 32). De ahí que, como buenos hijos de Dios, tenemos que esmerarnos en cumplir su voluntad; seguros de que El, en su infinita sabiduría, no nos pediría nada que no podamos hacer.

¿Por qué es tan importante ser capaces de defender nuestra fe? Porque esa fe contiene, en toda su plenitud, la verdad revelada de Dios. Verdad que si bien está en otros credos y creencias, no tiene esa plenitud que está contenida en la fe Católica.

También existen católicos que por no buscar una explicación racional de su fe, leyendo y estudiando más acerca de ella, se contentan con decir: "yo paso mi tiempo mostrando a otros el amor de Jesucristo". Desafortunadamente, ellos no saben que el amor de Jesucristo es la verdad de Jesucristo. En Juan 18, 37 Jesús dice: "Y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz". Las doctrinas y los dogmas no son más que la verdad enseñada a nosotros por Jesucristo. Y es obvio, por ello, que si uno quiere compartir el amor de Dios, forzosamente tiene que compartir esa verdad. Especialmente con aquellos que no la conocen en su plenitud y que, por ello, no son libres.

No son libres los que, sin ignorancia alguna, tienden a torcer la verdad para acomodarla a sus caprichos y, por lo tanto, son esclavos de sus propios antojos. Con ello, también, el ser humano se olvida, consciente o inconscientemente, que la verdad solo está en Jesucristo. Y Jesucristo es el mismo de ayer, de hoy, y de siempre. Es decir que, ¡solo hay una verdad y es inmutable!

Lastimosamente, esa misma gente es la que trata de engañar a otros con sus falsas verdades, pero entre más se viva y se practique esa fe católica, más se aprenderá de ella, y mayores serán las oportunidades que Dios concederá para justificarla y defenderla.

Pero, también hay algunos católicos igual de irracionales e ilógicos como algunos ateos. Con ellos, solo basta preguntarles si han ido a misa y si han hecho su profesión de fe. Si la han hecho, entonces, ¿por qué no creen en su Santa Madre Iglesia Católica? El buen católico cree en la totalidad de las enseñanzas de su Iglesia. Si no las cree es obvio que, cuando haga su profesión de fe, debe saltarse esta resumida verdad apostólica que proclama exteriormente sin creerla.


Una vez que se acepta solo lo que preferimos, ¡entonces la verdad ya no está en nosotros!