La Buena Pluma

Autor: Carlos Vargas Vidal 

 

 

Escribir es fácil. Especialmente si no atendemos las reglas de la elegancia y del buen decir. Cuando descuidamos esa preceptiva literaria o esa retórica y poética. Ya casi nadie piensa en la estética o en el arte de expresar la belleza por medio de la palabra. Lo que apura es lo que sale. Lo que se me antoja es lo que digo. Pero el arte de escribir puede ser útil y puede ser bello. Y ambas cosas son las que valen. No porque me gustan. 

Sabemos cuando algo viene de la tierra y cuando viene del cielo. Pero no sabemos como remontarnos a ese cielo de dónde viene todo lo bueno y hermoso. La expresión de la belleza ideal en forma sensible. El reflejo de toda hermosura increada. La belleza absoluta. Dios. 

Y eso no basta y eso no importa. La ciencia prevalece sobre el arte. La grosería sobre lo bello. La impiedad sobre lo sagrado. El irrespeto sobre lo digno. Nunca hemos visto tanto atropello sobre la verdad y lo decente. Ya lo correcto se esfuma. Y la mentira se encubre. Lo importante es tener algo que decir, y no decir lo que debe ser y como debe ser. 

Así están las cosas. Plumas que ambulan cuando el interés las apremia o les resarce su propio ego. O cuando les incita lo nada cierto y seguro de la sinrazón humana. El tiempo de convencer, de deleitar, pasó. Ahora se imponen criterios y se mezclan ideologías. Impera mi verdad. La intransigencia y la desfachatez tienen su lugar. Cualquiera parece decantarse por lo ignoto, por lo increíble, como en los primeros tiempos. Este parece ser el siglo de lo permisible y lo mundano. Pero, no todo está perdido. 

En medio de tanta precariedad la esperanza se mantiene. No está sola ni desatendida. Y es incorruptible. Todavía hay y habrá esa emoción estética por lo bello y duradero. El objeto propio del espíritu. La plena posesión de la verdad. Como decía Platón: “splendor veri”. Es decir, cuando por los ojos pasa a la imaginación y llega al alma la verdad de los hechos. Y esa verdad es única y reluciente. No habrá forma de apagarla. Solo se apagan quienes tratan de desvirtuarla. Es la verdad que da ese placer puro, inmaterial y desinteresado. No es placer sensual sino estético. Habla al alma y solamente agrada al alma. Es Dios. 

Cuando la buena pluma produce un placer puro e inmaterial es porque en ella hay belleza. La belleza tiene una relación íntima con la moralidad porque no puede haber emoción del alma allí donde se ve ofendido el sentido moral. ¿Qué deleite puro y espiritual puede haber en lo que camina mal? En lo que es falso y engañoso. Contrario a Dios.