El Elogio de la Verdad

Autor: Carlos Vargas Vidal  

 

        

En todas partes –aquí, allá, por doquier- está manifiestamente reflejada la esplendidez sublime de la causa creadora; es decir, el esplendor de la verdad. Y , sin embargo, la mar de veces, trastornamos por ignorancia o por malicia lo que vemos, lo que oímos, lo que pensamos, y hasta lo que sentimos. ¿Acaso hay un deleite puro y espiritual en eso de menospreciar al Creador?

Ignoramos por olvido, por inconsciencia o por abandono. En cambio, en la malicia está la maldad. Lo malo se refiere a las ideas de virtud y de vicio. Cuando experimentamos que algo es bueno, decimos que tiene tal o cual virtud, no tal o cual vicio. Quien habla mal, por ejemplo, es un disoluto. Es decir, una persona entregada a los vicios. Habló mal significa que dijo cosas que no hubiera dicho un hombre prudente. ¡Bendita prudencia! Eres la virtud que nos ayuda a distinguir lo que es bueno, de lo que es malo.

Ayer me encontré un amigo falso. Ese es el que nos engaña. Hoy, me encontré un amigo falaz. Ese es el que nos miente. Y no obstante, ambos creen que es mejor ser disoluto que ignorante. ¡Vaya inconsciencia!

La mentira es falsa. El embuste, engaño. Y por si no lo entiendes: el embustero es el que dice falsedades; que cuando las piensa, hace de ellas un elogio; porque solo se elogia con el pensamiento. ¡Vaya malicia!

Si quitamos a la vida su espíritu, su esencia, su verdad; es decir, “su verdadero valor”; dejará de ser vida, o simplemente será una vida mentirosa. ¿Acaso la mentira no es sino lo opuesto a la verdad?

Lo falso, lo que muchos dicen o escriben como cierto, es la idea de fraude, de engaño y de dolo. Tergiversar los hechos es falsear la realidad de los mismos. Es algo así como hacer feo lo hermoso. Y malo, lo bueno.

En efecto, mientras mintamos, abierta o solapadamente, como aquel que relativiza la verdad, viviremos agitados entre mil bellezas ignoradas. Y seremos para el mundo, para la historia y para Dios, una humanidad desconocida. ¡Sombras nada más!

En consecuencia, la vida no será nada, no valdrá nada y nada significará, si no en cuanto y en tanto sepamos, ante todo, el verdadero valor de aquello que vemos, que oímos, que pensamos y que sentimos. Es decir, ¡cuando hagamos de nuestra vida un continuo elogio de la verdad! (Veritas Prima).