Encontrar a Dios en la necesidad y el absurdo

Autor: Cecilia E. Blanco López

Sitio Web: Sumergidos en Dios

 

 

Cuando asisto como espectadora de una obra de teatro o una película, tengo la oportunidad de observar cómo se va entretejiendo la historia cotidiana de los personajes, de una manera “panorámica”, es decir, que puedo mirar cómo se van sucediendo los acontecimientos, aparentemente sin conexión ni relación alguna, pero que en el fondo fluyen con una dirección, con un objetivo, con un propósito muy claro.

“Claro”, para los que observamos desde fuera la trama. Oscuro, inexplicable, angustiante, doloroso, o trivial… para quienes viven en carne propia la situación, con la “nariz pegada” a la misma, sin poder mirar más allá, y sin poder encontrar significado ni conexión alguna.

En el primer libro de los Reyes, capítulo 17, del versículo 7 al 16, leemos la situación que están viviendo dos personajes simultáneamente. Un hombre, el profeta Elías, y una mujer, una viuda de Sarepta de Sidón. No se conocen, y quizá nunca se hubieran conocido; sino que a partir de las circunstancias “adversas” en que cada uno se va a encontrar, su historia llega a cruzarse en el punto necesario, para dar paso al encuentro con Dios y al milagro de la providencia, justo en la necesidad y el absurdo.

Si leo el pasaje como “espectadora” ocupo el lugar panorámico, donde puedo fácilmente seguir el desarrollo de los acontecimientos. Pero quiero situarme EN la situación de cada personaje, porque es desde donde comúnmente vivimos nuestra vida ordinaria. Y desde aquí, podamos aprender a mirar la situación con otra visión.

Al principio del capítulo 17, menciona que el Señor le ordena a Elías salir de donde se encuentra y esconderse en el torrente de Kerit, al este del Jordán, y que ahí bebería de este torrente, y sería alimentado por cuervos, llevándole pan en la mañana y carne por la noche. Elías obedece al Señor y se dirige hacia donde le indicó, sucediendo tal como Él le había dicho. Se encuentra viviendo una situación segura y protegida. Hasta que un día sobreviene una gran sequía, porque dejó de llover en el país; se secó el torrente, y con él, se termina su seguridad.

La mujer de esta historia es viuda, viviendo dos circunstancias bastante desventajosas para ese tiempo y ese lugar: ser mujer y ser viuda. Conforme pasan los días, ve cómo se está acabando la harina y el aceite, ingredientes básicos con los que prepara el pan, y así poder alimentarse ella y su pequeño hijo.

Trato de entrar en ellos y sentir lo que significa perder tus “seguridades” básicas de supervivencia: el alimento y el agua.

Y esto es lo mismo que sufren hoy en día, tantos hombres y mujeres, que no pueden conseguir trabajo, a los que se les cierran una y otra vez las “puertas” de las oportunidades. Por la edad, por el sexo, por falta o exceso de preparación, por… Simplemente porque somos cada vez más y hacen falta cada vez menos (por la automatización, por el recorte de presupuesto y por consecuencia también de personal, por la situación económica difícil, etc.)

Y en esta situación de desesperanza, de angustia, de cansancio, de “puertas cerradas”, Dios se hizo presente, tocó la puerta, esperó pacientemente a que la abrieran y entró.

En esta historia encontramos dos actitudes: la del que se le terminan sus “seguridades” pero al que se le pide que vaya en busca de otro necesitado para socorrerlo. Y la de quien ya perdió toda esperanza y se prepara para quemar “su último barco” y esperar así, pasivamente, la muerte.

Estas son las situaciones en que Dios nos encuentra algunas veces en la vida: 
- En el momento en que perdemos aquello en lo que nos sentíamos tan seguros. Aquello en lo que nos estábamos apoyando, como a quien le acaban de sacar el tapete en el que estaba parado. 
- Otras veces, cuando hemos hecho lo que se nos pedía (ir al torrente de Kerit), aquello que discernimos, y que parecía tan claro… para amanecer un día con un cambio abrupto de planes (el torrente se ha secado, y hay que partir de nuevo). ¿Quién le entiende?
- Otras tantas, cuando ya hemos perdido la esperanza en encontrar solución, en poder hallar una salida a nuestros problemas, y vemos cómo, cada vez se cierra más y más la luz, y nos abandonamos pasivamente a esperar la “muerte” (física, o de una relación, o de un proyecto, etc.)

Y justo en este punto de necesidad y absurdo, Dios se hace presente. ¿No es absurdo que Dios le pida a Elías que vaya a socorrer a OTRO necesitado? ¿No es absurdo que Dios le pida a la viuda que comparta su último pedazo de pan?

Pero, ¿qué hubiera pasado si a Elías no se le seca SU torrente? Él hubiera permanecido seguro, indiferente a lo que otros pueden estar viviendo, más allá de su realidad “asegurada”.

Muchas veces, sino es que siempre, estos “reveces” nos abren abruptamente a mirar la vida de otra manera, a voltear en otras direcciones, a salir de nosotros, de nuestro espacio, de nuestras necesidades y de nuestros satisfactores, para aprender a confiar y creer en Dios, en cualquier circunstancia, aún en la más absurda o más ilógica.

Incluso, esta mujer, que sólo espera hacer su último pan, para después abandonarse a la muerte, es sacudida por otro “necesitado”, que toca a su puerta, buscando ser socorrido. Aún en medio de esta situación desesperada, no se cierra al otro y cree, y confía, y comparte lo último que le queda.

Si ambos se hubieran excusado diciendo: “Discúlpame, pero no puedo hacer lo que me dices, ¿qué no ves que yo también necesito? Será para otra ocasión, cuando tenga con qué ayudar, entonces lo haré con mucho gusto” ¿Qué hubiera pasado? O más bien, ¿qué no hubiera pasado?

Hay un texto que se lee para Cuaresma, que habla del ayuno que es agradable a Dios, que nos puede ayudar a encontrar un punto de salida para “despegarnos” de nuestra situación, y mirar “panorámicamente” como proponía al principio de la reflexión, y encontrar así, una respuesta a lo que sucede. Es del profeta Isaías ( 58, 6-12), es lo que se llama “expandir el corazón”:

6 El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: en que rompas las cadenas de la injusticia y desates los nudos que aprietan el yugo; en que dejes libres a los oprimidos y acabes, en fin, con toda tiranía; 7 en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes. 8 Entonces brillará tu luz como el amanecer y tus heridas sanarán muy pronto. Tu rectitud irá delante de ti y mi gloria te seguirá. 9 Entonces, si me llamas, yo te responderé; si gritas pidiendo ayuda, yo te diré: 'Aquí estoy.' Si haces desaparecer toda opresión, si no insultas a otros ni les levantas calumnias, 10 SI TE DAS A TI MISMO en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirán en luz de mediodía. 11 Yo te guiaré continuamente, te daré comida abundante en el desierto, daré fuerza a tu cuerpo y serás como un jardín bien regado, como un manantial al que no le falta el agua. 12 Tu pueblo reconstruirá las viejas ruinas y afianzará los cimientos puestos hace siglos. Llamarán a tu pueblo 'reparador de muros caídos', 


Si me preguntas: “¿Por qué Dios no permite que encuentre trabajo? No le pido nada que no sea justo ni NO necesario. No le pido que me haga rico, sino que me de la oportunidad de trabajar para mantener a mi familia. Sólo eso le pido. Pero Él no me hace caso”

Yo no te voy a saber responder POR QUÉ, cómo tampoco te puedo explicar por qué se secó el torrente del profeta Elías, ni por qué se le fue acabando la harina y el aceite a la viuda, hasta llegar a la porción necesaria para hacer el último pan. No, no lo sé.

Lo que puedo responderte es lo que Dios espera que hagas tú, que haga yo, y que hagamos todos siempre, inexcusablemente: salir al encuentro del otro. Siempre. Porque siempre habrá alguien más solo, más pobre. Siempre habrá alguien más necesitado de perdón, de consuelo, de amor, de ternura, de presencia solidaria, de comprensión, de ayuda.

Es como el pegamento epóxico, mientras que no se mezclen los ingredientes, no se lleva a cabo la reacción química que hará que la sustancia tenga sus características adherentes. Si intento resolver MI necesidad solamente, sea la que sea, no la resolveré. ¿Por qué? No lo sé, pero así le pareció bien al Señor hacerlo. Él puede darme lo que yo le pido, pero mientras no me levante y me ponga en camino hacia otro necesitado no saldré de mi dolor, de mi soledad, de mi desamparo, de mi carencia, sea la que sea. Pareciera que el milagro de la providencia se pone en marcha cuando dos necesitados se encuentran y se tienden la mano. La generosidad hacia los demás es el catalizador de la providencia omnidireccional.

Cuando no nos encerramos en nuestro “dolor” a “lamer nuestras propias heridas”, sino que salimos y abrimos el corazón, pasa exactamente lo que dice Isaías, y te lo quiero asegurar con toda certeza por propia experiencia: sanan tus heridas y tus sombras se convierten en luz de mediodía, y Dios se hace más presente que nunca guiándote, alimentándote, fortaleciéndote, reverdeciéndote y haciendo brotar de ti agua que no sólo te mantiene “fresco” a ti, sino que también da vida a tu alrededor.

Es así como actúo Elías, que no fue a buscar otro torrente, ni se quedó a lamentarse porque se había secado el suyo, ni por qué no había llovido, ni siquiera se cuestionó si Dios lo había olvidado. Recibe la orden de Dios de partir hacia Sarepta de Sidón, donde sabe que una viuda le dará de comer. Pero nada más. “Se levantó y se puso en camino hacia Sarepta” (1 R 17,9). Tal vez me sienta abatida, caída, derrotada… por la situación que estoy viviendo. Pero el Señor me está pidiendo que me levante, y que me ponga en camino. Elías obedeció y no estorbó los planes ni los proyectos de Dios. Colaboró con el simple hecho de obedecer dócilmente.

Es así como actúo la Viuda de Sarepta, a quien Dios le había ordenado que le sirviera de comer a Elías. 
“Entonces el Señor le dijo a Elías: Anda y vete a Sarepta de Sidón y quédate ahí, pues le he ordenado a una viuda de esa ciudad que te dé de comer” (1R 17,9). 

La viuda de repente siente el conflicto muy humano, que sentiríamos cualquiera de nosotros ante, socorrer la necesidad del otro o asegurar lo poco que tenemos: “Te juro por el Señor, tu Dios, que no me queda ni un pedazo de pan; tan sólo me queda un puñado de harina en la tinaja y un poco de aceite en la vasija. Ya ves que estaba recogiendo unos cuantos leños. Voy a preparar un pan para mí y para mi hijo. Nos lo comeremos y luego moriremos” (1 R 17,12)

Pero aquí viene el momento culminante, donde la situación resolverá el conflicto, permitiendo a Dios hacerse presente y sobre abundar generosamente lo poco que compartimos. Era todo lo que teníamos, pero en los planes de Dios, generó, no sólo la experiencia de su amor y su providencia, para nosotros y para quienes hicimos partícipes de este prodigio, sino que también, esta experiencia nos toca y nos transforma profundamente: nos ha abierto enormemente a Dios, en quien hemos confiado y en quien nos hemos abandonado totalmente por la obediencia a sus planes, y nos ha abierto y sensibilizado a los demás.

En los Laudes del Viernes II el Cántico tomado de Ha 3,2-4 13a. 15-19 al final, el penúltimo verso dice:

Entonces me llenaré de alegría a causa del Señor mi salvador. Le alabaré aunque no florezcan las higueras ni den fruto los viñedos y los olivares; aunque los campos no den su cosecha; aunque se acaben los rebaños de ovejas y no haya reses en los establos. Porque el Señor me da fuerzas; da a mis piernas la ligereza del ciervo y me lleva a alturas donde estaré a salvo.
No creo que sea un texto poético, sino la expresión de un hombre que ante la situación dura de no ver producir sus campos, ni que sus viñedos y olivares den frutos, y se acaben los rebaños de ovejas y las reses, de lo cual él vive y mantiene a su familia, sigue creyendo en que Dios lo ama y que no se ha olvidado de él. Que no ha perdido la esperanza en que saldrá adelante, porque Yahvé es su Pastor, que le cuida, que le ama, que le protege, que le alimenta, que está ahí aunque atraviese por cañadas oscuras, y que le defiende de sus adversarios (Salmo 23). 
Y así, en medio de esperar contra toda esperanza, en medio de su durísima situación dice: Le alabaré AUNQUE, es decir, con todo y lo que estoy viviendo. Y puede sentirse lleno de alegría, porque la causa de su alegría está en el Señor, en su amor, del que NADA lo puede arrancar como decía Pablo: 

¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿La aflicción? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado. (Rom 8, 35. 38)
Aquí, también, San Pablo está hablando de su propia experiencia. Y lo dice, porque él ha sufrido tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro y espada; pero sabe que NADA lo arrancará de Su amor, y para Pablo, esto no es nada, comparado con ser amado por Cristo.
Es duro vivir la necesidad, y caer en la tentación de perder la fe y la esperanza, pero es aquí donde mostramos con hechos “Sí, Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”. Y te amo en las buenas y en las malas. No sólo cuando experimento la seguridad económica, cuando las cosas salen como yo las espero. También ahora, en medio de toda esta situación dolorosa. Tú sabes cómo me siento. Pero, también yo sé que no eres indiferente a lo que estamos viviendo. Ayúdame a creerlo, porque sabes que mi fe es muy débil, y que mi confianza es muy frágil. Te doy gracias porque me amas, y tu amor es lo más importante para mí. Sé que tú cuidas y velas por nosotros. Sé que saldremos adelante. Sostén mi fe en esta noche oscura y aumenta mi confianza en Ti, mi Dios y mi Señor. 
No me quedaré aquí, pasivamente, ni a lamentarme por lo que estoy viviendo, ni a reprochártelo. Quiero levantarme, y salir de mí misma para dar algo a quien esté necesitando de mi tiempo, de mi escucha, de mi consuelo, de lo que tenga para compartir.
Si en este momento la “harina y el aceite” que se te están acabando, es el perder el sabor a la vida, porque te encuentras sufriendo alguna pena muy grande, alguna enfermedad, algún sufrimiento… existe a tu alrededor alguien a quien de plano ya se le terminó del todo, y necesita ese poquito aliento de vida que queda en el fondo de tu ser. Dalo, no importa que sea poco, no importa que sea lo último que tengas. El Señor hará cosas grandes con esto, pero necesita que tú lo des, que tú lo compartas.

Si se te han acabado tus seguridades, y se han “secado” todos tus proyectos. Porque no “llueven” más que problemas, dificultades, incertidumbres. Aún las más grandes, como: “qué vamos a hacer porque no encuentro trabajo, cómo vamos a comer, con qué vamos a pagar todas estas deudas, cómo vamos a salir adelante”. El Señor te dice: Levántate y ponte en camino, y ve hacia otros que la están pasando peor que tú.

Existe la promesa de Dios: “La tinaja de de harina no se vaciará, la vasija de aceite no se agotará, hasta el día en que el Señor envíe la lluvia sobre la tierra. Entonces ella se fue, hizo lo que el profeta le había dicho y comieron él, ella y el niño. Y tal como había dicho el Señor por medio de Elías, a partir de ese momento, ni la tinaja de harina se vació, ni la vasija de aceite se agotó” (Re 17, 14-15)

Pero necesito confiar y soltar hasta mi última seguridad. No como el que ofrece una manda, donde dará si el Señor le cumple su petición. No. Es dar por adelantado y correr el riesgo. De alguna manera será posible, porque así lo prometió Dios y yo le creo.