Los ángeles custodios

Autor: Claudio De Castro

 

 

En ocasiones me da por hablar de mi ángel custodio. Le he causado tantas dificultades a lo largo de mi vida. Pero siempre ha sido un gran amigo, un aliado indispensable.

De pequeño solía dejar la mitad de mi cama desocupada en caso de que llegara a cansarse, para que se pudiera recostar.

Una de mis grandes ilusiones al morir es conocerlo.

Algunas personas no creen. Ni conocen la enorme bendición, la gracia que es tener un ángel custodio.

Hay unas frases de san Josémaria Escrivá sobre el ángel custodio que me gustan mucho: «Ten confianza en tu ángel custodio. Trátalo como a un entrañable amigo —lo es— y él sabrá hacerte mil servicios en los asuntos ordinarios de cada día. Acude a tu custodio a la hora de la prueba, y te amparará contra el demonio y te traerá santas inspiraciones».

Yo suelo encomendarle muchas tareas a mi ángel custodio. La principal de todas es enviarlo a saludar a Jesús Sacramentado, cuando pasamos cerca de un templo.

«Anda, ve —le pido—. Saluda a Jesús, que debe estar tan solo. Y dile que lo quiero».

En España una joven cruzaba al medio día un parque solitario para acortar el camino a su casa. De pronto sale de entre unos matorrales un hombre con mirada despiadada. Ella, de inmediato, se encomienda a su ángel custodio; le pide que la proteja. Y el hombre, al instante, sale huyendo.

Al día siguiente una noticia en el diario local llama la atención de la chica: Una joven muerta en el parque, a la misma hora que ella lo cruzaba. Fue a la policía a declarar y pudo identificar al hombre de los matorrales.

Cuando lo detuvieron, él confesó su crimen y la joven fue avisada. Ella quiso encararlo. Se sentaron uno frente al otro, y le preguntó: 

— ¿Usted quería hacerme daño?
— Sí —respondió él—. Yo quería matarla.
— ¿Y por qué no lo hizo? ¿Por qué huyó?
— Es que me asustó el hombre fornido que apareció a su lado.
— Pero yo iba sola —replicó ella.
— La estaban protegiendo —dijo el asesino—.Usted no estaba sola.

Aunque no lo veamos, nuestro ángel de la guarda está con nosotros siempre. Es un amigo noble. Tenlo presente siempre en tus oraciones.

Hay una oración que de niños repetíamos antes de dormir, y a mi edad, con hijos grandes, aún la repito:


«Ángel de la guarda,
mi dulce compañía,
no me desampares
ni de noche ni de día.
Si me desamparas,
¿qué será de mí?
Ángel de la guarda,
pide a Dios por mí».