Visitando la sinagoga

Autor: Claudio De Castro

 

 

Mi padre, mis abuelos paternos y mis tíos fueron judíos. Siendo yo católico, por parte de mi madre, me he sentido muy agradecido por mis raíces hebreas. 

San Josémaria Escrivá solía decir: «Mis tres grandes amores son judíos: Jesús, José y María». 

Un primo que es rabino llegó recientemente a la ciudad y aproveché para llevar a mis hijos a la sinagoga. Quería que conocieran su historia y sus raíces. Las paredes de la sinagoga estaban impregnadas con los nombres de nuestros antepasados. 

La ceremonia del Shabat fue un canto prolongado y profundo de amor a Dios, Creador y Padre. Me imaginaba a Jesús siendo niño en la sinagoga de Nazaret, rezando estas mismas oraciones, cantando estas mismas canciones. 

En uno de los libros de oraciones del Shabat encontré una oración hermosa y la copié. La describiría con dos palabras: Humildad. Presencia de Dios. 

¡Oh Dios, mi Dios! 
Tú eres el Uno y yo el otro. 
¿Quién se preocupa del otro sino el Uno? 
Tú eres el creador y yo la criatura. 
¿Quién vela por la criatura sino el creador? 
Tú eres el fuerte y yo el débil. 
¿Quién protege al débil sino el fuerte? 
Tú eres el juez y yo el juzgado. 
¿Quién se apiada del juzgado sino el juez? 
Tú eres Dios y yo soy el hombre. 
¿Quién se preocupa del hombre sino Dios? 
Tú eres el soberano y yo el súbdito. 
¿Quién gobierna al súbdito sino el soberano? 
Tú eres el inocente y yo el culpable. 
¿Quién perdona al culpable sino el inocente?