La blasfemia institucionalizada

Autor: Diego Quiñones Estévez

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Es ya tan larga la lista de ofensas, blasfemias y obscenidades en libelos, panfletos, carteles, anuncios, catálogos, folletos públicos y personalizados contra el Cristianismo que abruman hasta la asfixia; y no hablemos de los subvencionados desfiles carnavalescos anticristianos; de las obras de teatro blasfemo-vomitivas; de las películas, de los documentales y las series de televisión porno-irreverentes; sin olvidarnos de los libros y de las guías de educación pornográficos y de las exposiciones fotográficas, escultóricas o de pinturas erótico-sacrílegas. 

La blasfemia institucionalizada contra el Cristianismo, viene de lejos, empezó ya con el la Ilustración (Siglo XVIII) como un arma política más que utilizaban los enemigos de la Iglesia Católica, de la cultura y del pensamiento cristiano. Esta blasfemia se centraba en la denigración pornográfica del clero, una blasfemia anticlerical, antieclesial  que empleó el laicismo jacobino y la masonería de la mano de los libertinos, esos ilustrados pervertidos y ateos como el Marqués de Sade (1740-1814), el cual refinó el libertinaje sexual concentrándolo en la blasfemia contra la Religión y el orden social.  

Por medio de libelos, panfletos, a través de la novela, la poesía o los relatos sadomasoquistas-pornográficos, se denigraba a los sacerdotes, al Papa, a los obispos o a los religiosos, al mismo tiempo que se degradaba la sexualidad humana a los instintos más irracionales y bestiales. El siglo de la luz de la razón, queda en parte obscurecido por los más bajos instintos de la secular pornografía, junto a la cual nace la blasfemia institucionalizada ya que es el poder político quien la emplea como un arma destructiva e inmoral contra la Iglesia Católica, contra la libertad religiosa y de creencias.

Libertinos y cretinos siguieron con la provocación y el escándalo sacrílego, incluso en un siglo, como es el XIX, que tanto debe al Cristianismo, el siglo del individualismo y del liberalismo: el Romanticismo. En él hay poetas del mal por el mal, poetas malditos, escritores sacrílegos como Lord Byron(1788-1824), o los decadentes, irracionales y simbolistas como Charles Baudelaire(1821-1867) y Arthur Rimbaud(1854-1891) o el que es puente de la blasfemia institucionaliza entre los dos siglos anteriores y el siglo XX, el romántico tardío, el Conde de Lautréamont( 1846-1870), que dejó un legado de aberraciones sacrílegas y blasfemas mezcladas de vampirismo y satanismo en su obra juvenil, Los cantos de Maldoror(1869).

Por mucho que Isidore Lucien Ducasse, Lautréamont, como otros poetas malditos, se arrepintiese de su obra como hijo pródigo y renegase más tarde de todo ella(tratando de justificarla como un canto al mal, a la crueldad, al terror, al sadismo infantil, al sadomasoquismo, a la deshumanización, a lo inmoral pero con la intención de que el lector caminase hacia el bien de una moral responsable[1]) el daño quedó ahí como herencia para el sacrilegio que recogieron los movimientos de las Vanguardias Artísticas del siglo XX como el Surrealismo.

El superhombre satánico que es Maldoror y cuantos antes, después y ahora siguen sus pasos de forma premeditada, son prisioneros de las servidumbres del nihilismo amoral, del sexo por el sexo, de la blasfemia como instrumento de un poder corrupto que utiliza la blasfemia y el sacrilegio como el último recurso para destruir la Religión y la Iglesia Católica, ya que sus ideas han fracasado en todos los ámbitos de la vida política y cultural y hay que eliminar al enemigo secular que les pone en evidencia sus miserias y corruptelas.

Esta blasfemia anticlerical, antieclesial, antirreligiosa y vejatoria,  también fue otra arma obscena heredada por las ideologías totalitarias y ateas de los siglos XIX y XX, es decir, del liberalismo irreverente, del socialismo y del comunismo laicistas y masónicos o del fascismo y del nazismo. De igual modo, en estos siglos, movimientos artísticos como el ya referido Romanticismo pero más el Modernismo y el Postmodernismo, utilizaron el erotismo sacrílego y el satanismo como instrumentos de ataque y denigración contra el la cultura cristiana.  

Es el siglo XX y ahora en el siglo XXI, cuando el Postmodernismo y el relativismo amoral nihilista, utilizan la blasfemia y las ofensas sacrílegas contra la Iglesia Católica o el Cristianismo, ya no sólo como armas anticlericales o antieclesiales sino sobre todo como armas anticristianas en el más amplio sentido de lo que significa el anticristianismo que se define por una violencia inmoral contra los símbolos, los dogmas, las verdades y las creencias fundamentales de la fe cristiana y de todas la cultura de ella nacida.  

Lo que estamos sufriendo en América, en Europa y de modo concreto en España, viene incentivado por el hedonismo y el pansexualismo de la pornográfica y neomarxista ideología de género, la hija pervertida de la revolución sexual del fracasado Mayo del 68, del comunismo y de la filosofía marxista que tanto admiraron y justificaron al Marqués de Sade y a sus epígonos sadomasoquistas que se refugian y justifican en el psicoanálisis freudiano materialista y mecanicista donde el yo, el ello y el super yo de la libido o deseo sexual, donde lo impulsivo, inconsciente e irracional[2] de la psicosexualidad y la psicopatología, se imponen sobre la conciencia y la razón.

Por nuestra España, lo último de una larguísima lista de blasfemias, han sido las imágenes pornográficas sobre Jesucristo, la Virgen María y los santos, publicadas en dos libros que han sido financiados con dinero público, con el dinero de los impuestos de los contribuyentes, que, si son cristianos o personas no creyentes con un mínimo de dignidad, deberían exigir las máximas responsabilidades políticas a quienes las han promocionado desde las instituciones públicas.

Porque aquí, como en otros muchos más ataques blasfemos contra el Cristianismo, la blasfemia y el sacrilegio se han institucionalizado en una sociedad que tiene leyes democráticas que deberían impedir semejante depravación de la convivencia democrática, tan antiestética y amoral que degrada nuestra democracia basada en la pluralidad de creencias e ideologías.

La blasfemia, bajo la socapa de la libertad de expresión a gusto del consumidor, se ha institucionalizado de forma perversa, violando las leyes que se amparan en la Constitución Española (1978) donde está consagrada la libertad de creencias y de conciencia. Se ha perpetrado una violación a la libertad religiosa con la permisividad que ha insuflado el nacionalsocialismo laicista, radical y porno-blasfemo a través de la propaganda del relativismo sexual sin límites de las variopintas y promiscuas orientaciones sexuales, que tienen ya su órgano de transmisión hipersexual en nuestros niños, adolescentes y jóvenes, que es la asignatura del poder, Educación para la ciudadanía, así como por medio de otras hierbas afrodisíacas que se reparten gratuitamente por los medios de comunicación del poder, la cinematografía del feminismo y del homosexualismo radicales y de la literatura pornográfica decadente y sacrílega.

Toda blasfemia está permitida contra el Cristianismo, y más aún si es contra la Religión Católica. No se salva nada. La desvergüenza irreverente y sacrílega se atreve hasta con la perversión de lo que constituye la cumbre de la mística universal: la mística cristiana católica encarnada en la prosa y en poesía de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Libros, anuncios, carteles y de modo prioritario películas de la infracultura porno-progresista, emponzoñan y profanan, con interpretaciones psicopatológicas y psicosexuales aberrantes, la esencia de la mística que es la búsqueda de la unión espiritual del alma con Dios por medio de los caminos de renuncia y perfección del Evangelio de Cristo, haciéndolo realidad en la vida activa y contemplativa.  

Por estas desviaciones contraculturales, que se enganchan del insulto blasfemo-masoquista porque carecen de principios estéticos, éticos, morales y de pensamiento creativo, camina la sociedad española donde los poderes mediático-políticos han montado un macabro carnaval pornográfico donde cabe todo: desde la blasfema y aberrante excarcelación del terrorista más sanguinario, pasando por los comités lúgubre-macabros de la muerte indigna que provocan la eutanasia de las personas más indefensas, hasta el insulto lujurioso-blasfemo al Cristianismo, origen de los Derechos Humanos, de nuestra cultura y de nuestra democracia constitucional.

En este carnaval porno-macabro, todo está permitido, porque la institucionalización de la blasfemia contra el Cristianismo y contra los Derechos Humanos, es la imagen más nítida de que la putrefacción político-inmoral se enrosca como una freudiana serpiente pitón en nuestra convivencia democrática, para estrangularla y después engullirla sin ningún escrúpulo.


[1] Guillermo de Torre, “Lautréamont”, en Historia de las Literaturas de Vanguardia, Edic., Guadarrama, Madrid, 1974, págs 65-72.

[2] Quintana, Miguel A., Diccionario de  Filosofía Contemporánea, Edic. Sígueme, Salamanca, 1985, págs, 186-188.