Diversidad lingüística y religiosa

Autor: Diego Quiñones Estévez

 

 

 Entre los acuerdos sobre la futura Constitución de la Unión Europea, está el que algunos políticos del consenso de la ambigüedad laicista, han dicho que es uno de sus mayores logros: “se ha recogido una especial protección a la diversidad lingüística y a las lenguas oficiales de nuestro país”. Nada se ha dicho sobre la pluralidad de la Europa cristiana o judeocristiana, con una religión mayoritaria, la Católica, y luego la presencia de las diversas confesiones protestantes o la confesión ortodoxa, y dos presencias minoritarias, una de gran peso cultural que es el Judaísmo, y otra en ebullición que es el islam inmigratorio. Lo cual demuestra lo alejados que están los europolíticos de la realidad cotidiana que vive la sociedad europea, donde la mayoría de los 455 millones de habitantes se considera cristiana. Y de entre ellos el 58% se declara católico.
La diversidad lingüística no consiste en la imposición de una lengua de cultura sobre otra, sea del rango que sea, y aún menos consiste en pretender equiparar lo que son lenguas nacionalistas de reducido, por no decir, nulo peso literario y cultural en el mundo, con las lenguas de civilización y cultura como el inglés, el español, el alemán, el francés, el italiano o las lenguas eslavas. Todas las lenguas de cultura de Europa, ponen sobre la mesa de la Historia la tradición de un corpus lingüístico donde la herencia del cristianismo se refleja en las frases y palabras del lenguaje usual, en la literatura, en el arte y el pensamiento. Por mucho que se hable de cobijar bajo el paraguas de la diversidad lingüística lo que son simples balbuceos lingüísticos ultraperiféricos, productos de los nacionalismos excluyentes, nunca podrán ponerse en la misma igualdad que una lengua de cultura como la española, que es el máximo paradigma de la transmisión de la evangelización del cristianismo. Es como pretender equiparar un grano de arena con una montaña. Y ya no hablemos de la inmensa tradición literaria, filosófica, espiritual, teológica y científica de las lenguas inglesa, española, alemana, francesa, italiana o eslavas. El humus lingüístico de esta tradición cultural, no se puede igualar con las pretensiones de vana grandeza de las lenguas ultranacionalistas. Es tanta la diferencia, como la que hay entre un dinosaurio y una hormiga.
Tampoco la diversidad religiosa consiste en imponer una religión histórica y de cultura, sobre otras de menor presencia o relevancia, sino en propiciar que esa religión histórica, que en Europa es el Cristianismo, esté presente en la vida de la sociedad política y cultural porque de ella nacen las raíces de nuestra civilización. Sin embargo en el texto de la futura Carta Magna Europea, la no referencia al Cristianismo supone arrinconarla, y algunos lo han hecho así, bajo el pretexto relativista y anticristiano, de que en Europa hay otras religiones minoritarias, tal el islam (a la que siempre se refieren, con un olvido consciente, que connota antisemitismo, de la mayor influencia del Judaísmo) que se 
pueden sentir agraviadas o discriminadas o más bien molestas por la simple evidencia histórica de reconocer al Cristianismo. Ya, al mantener en el antes y en el después del “Preámbulo” la no referencia directa al Cristianismo al señalarse tan sólo “la herencia cultural, religiosa y humanista de Europa”, se auguraba esto. Y esto es lo que connota el Art.51 de la futura Constitución cuando dice que “salvaguarda el estatuto de las confesiones religiosas en los Estados miembros y compromete a la Unión a mantener con ellas un diálogo abierto, transparente y regular, reconociendo su identidad y la contribución específica de las iglesias y otras comunidades religiosas.” Aunque se reconozcan a las iglesias y la libertad de cada Estado a establecer acuerdos con ellas, el Cristianismo tiene todo el derecho a ser reconocido en la Constitución Europea, y a no ser discriminado, de igual modo que se reconoce en sus respectivos ámbitos político-culturales la importancia y la influencia histórica del Judaísmo, el Islamismo, el Hinduismo y el Budismo. A los europolíticos del relativismo consensuado, les importa poco lo que los europeos consideran que es la conciencia y le identidad histórica de Europa: el Cristianismo.