La encarnación del Verbo en la cultura

Autor: Diego Quiñones Estévez

 

 

Que a estas alturas de la Historia, después de dos mil años de Cristianismo, con tantas e ingentes aportaciones a la cultura, al pensamiento, a la vida, y sin olvidar, que también se han cometido equivocaciones derivadas de no haber mantenido vivo el Evangelio en determinadas circunstancias históricas, vengan a decirnos algunos intransigentes, que el Cristianismo, que la Iglesia Católica, no han contribuido al progreso de la cultura, de la civilización, es para decirles que han entrado en la Historia por la puerta falsa de la necedad, y que su concepto de Historia, acaba y termina en ellos mismos. Estos mismos son los herederos de la secularización sectaria y del relativismo totalitario.

La secularización que se acentúo en el siglo de la razón deísta (siglo XVIII) pero que ya había surgido del “pienso luego existo” del Discurso del Método René Descartes (1596-1650), introdujo la individualidad del relativismo pensante del hombre en cuanto ser que existe en una determinada realidad histórica, y quiso convertirlo en una semidiós pensante, pero esclavo de su propia razón material, desvinculada de la Palabra divina.

Por esta senda oscura del pensamiento, caminó el liberalismo del siglo XIX, igual que el marxismo del siglo XX que convertiría la realidad viva en una sociabilidad colectivista amorfa e inhumana, donde la utopía del proletariado y la sociedad sin clases y sin Dios, sería el centro del superhombre de Nietzsche(1814-1900) y de Carlos Marx(1818-1883). Y por último, el Capitalismo, elevaría al hombre a la máxima potencia del poder del dinero y la autosatisfacción hedonista de los mercados del neopaganismo y del relativismo a la carta.

La fe forma parte del entramado de la Historia de la cultura ya que ha contribuido y contribuye a enriquecer el patrimonio de la comunidad humana[1]. No se entiende, pues, que tras dos mil años de Cristianismo, se pretenda arrinconar el testimonio de fe de la Iglesia en todos los ámbitos de la cultura. Esto sólo se entiende por el empeño totalitario y reduccionista de algunas ideologías políticas y de formas pseudoculturales como el postmodernismo, el eclecticismo pseudoespiritualista y sectario de la Nueva Era, o del laicismo antirreligioso y anticatólico, ahora imperante en la cultura occidental, que vuelve de las cloacas de los siglos XVIII, XIX y XX, como enemigo de la fe ya que su objetivo es encarcelar al hombre en la razón impura, en sus pasiones irracionales, y en las ilusas divagaciones de una ciencia y una tecnología, que sólo reconocen el dominio de la materia y el hedonismo sobre el Espíritu, y del instinto primordial sobre la razón y la fe.

La fe, la presencia viva del Espíritu de Dios encarnado en la Historia, no es un estorbo sino un complemento para una cultura que cada vez es más global y universal. Así es nuestra fe en Cristo y en su Iglesia Universal en el pasado, en el presente y en el futuro. Gracias a ella y a otros saberes, la familia humana alcanza su madurez espiritual y moral.[2] Los hombres y mujeres se hacen más responsables en la vida cuando se construye desde la fe, la verdad y la justicia.

En todas las formas de expresión histórica de la cultura y de la existencia del hombre, se ha demostrado que la renuncia expresa de la Palabra interior de Dios[3], del Logos Encarnado en la Historia que es Cristo, ha traído la deshumanización del hombre.

Sin el Cristianismo no se hubiera entablado un discurso dialógico entre la Revelación de Dios en la Historia y la cultura que viene a ser las circunstancias temporales de cada tiempo especificadas en las ciencias, en las artes, en la literatura, en la política, en la filosofía, en definitiva, en todos los saberes que configuran nuestros procesos históricos a lo largo de los siglos.

Ya San Pablo, llevó a cabo un diálogo abierto y claro con el mundo griego de la razón, del logos exterior, idealizante y cósmico. Y lo hizo desde la certeza de la Revelación de Cristo, el Verbo encarnado en la Historia, en la cultura, cuya Resurrección supuso la apertura universal de la Salvación a todos los hombres: paganos, judíos, ateos, agnósticos, indiferentes.

Como San Pablo, hemos de ser conscientes de que Dios nos ha dado “esta gracia: predicar a los gentiles el Evangelio de las riquezas insondables de Cristo; e iluminar a todos, diciendo cómo se desarrolla el misterio escondido desde la eternidad en el Dios que creó el universo, para que ahora, por medio de la Iglesia, se dé a conocer a los principados y potestades en los cielos la multiforme sabiduría de Dios, conforme al designio eterno que realizó en Cristo Jesús nuestro Señor” (Ef. 3, 1-12).

La fe en Cristo, con San Pablo, es la de la Sabiduría que abre el misterio de Dios a todos los hombres de su tiempo y del nuestro. Nuestra cultura contemporánea, no empieza ni acaba en la ciencia ni en las tecnologías que ésta última desarrolla. Una ciencia sin Dios, como el arte sin el Espíritu de Sabiduría divina, nos encierra en un laberinto que nos deshumaniza y autodestruye. Ejemplo de ello es la investigación sin límites de embriones humanos; la clonación manipuladora de la integridad natural y espiritual de la persona; la eutanasia activa y pasiva que busca la eliminación de la vida terminal o en la senectud, por razones de economía política y comodidad hedonista; la utilización de fármacos abortistas para destruir la vida desde su virginal origen.

Ya desde los Padres de la Iglesia, los cristianos hemos comprendido que ni la fe, ni la cultura han de caminar por la Historia por caminos paralelos y contrapuestos, ya que ambas tienen un mismo camino: el del hombre trascendente e histórico.

En el mundo de la Antigüedad grecolatina con el que tuvieron que pensar y actuar los Padres de la Iglesia, donde imperaba el paganismo con sus dioses, productos de la imaginación humana y de sus actividades socioculturales y políticas, el Cristianismo supo introducir el misterio del Verbo Encarnado, poniéndolo en contacto dialéctico con él, para que descubriese la Verdad que se dimana de la Palabra de Dios. Al logos grecorromano, cósmico y exterior, le sucede la Palabra, la Palabra hecha carne, Cristo, que es la Palabra que sale del interior del hombre y trae la esencia de la Historia porque se comunica y relaciona con el pensamiento, la razón, la inteligencia.

De este modo, la palabra humana, que transmite la cultura  y el pensamiento, era y es imperfecta, como el hombre y su tiempo, en cambio, si se acerca a la Palabra Trinitaria de Dios, a la Palabra Interior del Espíritu[4], se purifica y dignifica, purifica y dignifica el espíritu de la cultura humana.  El misterio de la Trinidad, habla y piensa con el hombre: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, dan unidad de sentido en los diversos lenguajes de la cultura: la Filosofía, la Literatura, las artes, la Ciencia, la Historia, las Ciencias teóricas y prácticas.

La cultura del siglo XXI, ha de quitarse de encima los peligros atávicos, siempre dispuestos a amenazar nuestras vidas: los totalitarismos, los fundamentalismos, los sectarismos, los integrismos. Ellos deshumanizaron al hombre al arrancarle el sentido de Dios y de la vida. A los hombres y mujeres se les condenó a seguir los caminos sin retorno del fascismo, del comunismo, de la náusea del existencialismo y la nada absurda e infernal del nihilismo. Los mundos caóticos del poder político e intelectual, científico e económico, se convirtieron en los ídolos de adoración sanguinaria y hedonista.

No podemos volver a cometer los mismos errores, y la cultura ha de armonizar el progreso de las ciencias y la tecnología con el cultivo del espíritu.[5] Armonizar para que mutuamente den frutos de humanización. Una síntesis transcendente e histórica, que en absoluto nada tiene que ver con el sincretismo, el agnosticismo, el indiferentismo y el relativismo de las ciencias experimentales y de las ciencias humanas. Sobre todo del relativismo y del agnosticismo, que empobrecen la cultura y la desarticula y atomiza hasta hacerla desaparecer en una globalidad sin sentido, donde los poderes económicos, políticos y sociales, encuentran su caldo de cultivo para arrinconar a la fe, a Dios y a la cultura que conduce a la Sabiduría.

El humanismo del siglo XXI, ha de ser el de la persona humana total, no el de las ideologías sin escrúpulos, ni de las ciencias agnósticas y las apetencias del poder económico, que la Historia ha demostrado que se han servido de las personas, y no han estado a su servicio. Sólo cabe un humanismo para el siglo XXI, el humanismo integral e integrador, que no excluya a ninguna cultura ni a ninguna religión. El protagonista de este humanismo integral es el hombre creyente en Cristo, dispuesto a desempeñar su vocación cristiana en el mundo, cumpliendo con sus obligaciones pero proyectadas hacia su realización definitiva en la plenitud de la gloria de Dios[6]. El hombre ha de estar al servicio de los demás y desempeñar la función que le corresponda en la vida pero siguiendo el proyecto de Dios revelado en la Encarnación y la Resurrección de Cristo. De este modo se perfecciona pero siempre y cuando ayude a perfeccionar la cultura y la realidad donde vive: en el trabajo, en la filosofía, en el arte, en el mundo del deporte, en las ciencias del espíritu y en las ciencias prácticas, en los medios de comunicación. En todos estos ámbitos ha de encontrar la verdad, la bondad, la belleza y los juicios de valor universal para que descubra la sabiduría de Dios. De lo contrario, volveremos a caer en la prepotencia del cientificismo, del economicismo y de la tecnocracia, donde se monocultivan el agnosticismo, el ateísmo o el indiferentismo.

De todo esto se desprende la necesidad de la presencia fermentadora de la fe en cada época, porque el Hijo de Dios encarnado desde el siglo I hasta el siglo XXI, y los siglos venideros, está en continuo diálogo con la cultura de cada tiempo. Se hace presencia real y tangible por medio de su Iglesia, que ha entrado en comunión, en comunicación con las diversas civilizaciones de la Historia[7]. Con su fe en Cristo, la Iglesia fecunda y fortalece las identidades culturales de cada pueblo y de cada época. Todo ello para perfeccionarlas y reestablecerlas en Cristo. De este modo, cumple con su deber y contribuye al perfeccionamiento de la civilización humana, para educar al hombre en la libertad interior.

Nuestro pensamiento, nuestra sabiduría, nuestra Historia, nuestra esencia de ser y de existir como personas humanas, nacen de la Encarnación del Verbo a través de los siglos.

 

[1] Gaudium et Spes”, nº 53, Documentos del Concilio Vaticano II, Ed. Mensajero, Bilbao, 1987 15ª.

[2] Ibídem, nº 55, op. cit.

[3] Gadamer, Hans-Georg, Acuñación del concepto de <<lenguaje>> a lo largo de la historia del pensamiento occidental”, en Verdad y método, Edic. Sígueme, Salamanca, 1991, ps 502-513, Vol. II.

[4] Gadamer, Hans-Georg, “Acuñación del concepto de <<lenguaje>> a lo largo de la historia del pensamiento occidental”, Verdad y Método, Edic. Sígueme, Salamanca, 1991, ps 502-513, Vol. II.

[5]Gaudium et Spes, nº 56, op. cit.

[6] Ibídem, nº 57, op. cit.

[7] Ibídem, nº 58, op. cit.