Pedagogía de Dios y anticlericalismo laicista

Autor: Diego Quiñones Estévez

 

 

¿Será verdad que el socialismo laicista, se ha olvidado de que Dios existe desde siempre en nuestra Historia, y que por eso no quiere ni verlo, ni entenderlo, ni posibilitarlo como pedagogía y experiencia social e histórica? ¿O su amnesia de Dios es más bien el reflejo de su pedigrí anticlerical, que tantos frutos le ha dado en su historial como estrategia política para llegar al poder, a costa de su pose antirreligiosa-católica?
La droga anticlerical-laicista tiene sus puntos de ventas estratégicos, sus irresponsabilidades, en los tentáculos antirreligiosos que son los intelectuales de la progresía decadente, ciertos sindicatos anquilosados, algunas asociaciones de padres y compadres politizadas, influyentes grupúsculos antipluralistas, y no hay que olvidarse que también están muy bien implicados y respaldados por las poderosas promotoras mediáticas de la especulación desinformativa en asuntos relacionados contra la Iglesia Católica. Sus recursos ideológicos están más que desfasados (murieron con los siglos XIX y XX donde nacieron), pero funcionan con unos simples instrumentos-residuos de propaganda y marketing muy bien organizados y difíciles de desmontar porque cuentan con poderes económicos, mediáticos y políticos que siempre los respaldan. Las ideas socioeconómicas y de pensamiento se les han acabado, pero les queda la propaganda infantiloide que cala muy hondo en una sociedad a la que le han ido desmantelando la cultura, la educación política, la semántica de las palabras, el sentido de la tradición histórica, es decir, todo aquello que hace grande a las naciones y que no mutilan su razón crítica ante las circunstancias que aparecen en cada época.
En el mundo de la política, la estrategia del anticlericalismo es una de las taras genéticas heredadas por el laicismo que ataca y pone en el mismo nivel a las creencias que les conviene. Ataca a las que sabe, que, por sus principios morales y tradición histórica, no van a utilizar ni la violencia del terror, ni la violencia de las palabras. Y en cambio tiene miedo y trata con tolerancia cobarde, a los fundamentalismos teocráticos que no reparan en usar cualquier medio para imponer sus creencias por la fuerza. No va al fondo de la realidad, sino que la oculta y difumina con estrategias que le rindan el mayor beneficio político, utilizando siempre un discurso político donde imperan las dictaduras de los eufemismos como cuando se escamotea el nombrar por su propio nombre al terrorismo islámico, al israelita, al palestino o al vasco-etarra, y se les engloba con el sintagma único de “terrorismo internacional”; O, como en el caso de los laicistas jacobinos franceses, la prohibición del velo no es más que un pretexto para ocultar su miedo ante el fundamentalismo islámico, metiendo en la misma bolsa de la basura a los símbolos de otras religiones para provocar la confusión, la discriminación y la intolerancia. El colmo de los laicistas es disfrazarse de laicos, y lo hacen distorsionando, con intenciones políticas, el verdadero sentido del vocablo “laico” que implica la independencia, los límites entre la religión y el Estado, pero no supone la persecución y el desprecio de la misma. Quienes se autoproclaman “laicos”, en el fondo y en sus multiformas carnavalescas, son laicistas puros y duros, es decir, intransigentes con todo lo religioso.
Una de las muchas secuelas de tanto dopaje anticlerical-laicista, es que por nuestra España, pulula ya una pandemia, camuflada y silenciada por los enemigos de la verdad de cada día, que se llama analfabetismo funcional, que está socavando poco a poco los cimientos de una de las culturas más antiguas y ricas del planeta tierra, y que no se puede entender si se aniquila la pedagogía cristiana de Dios en nuestra sociedad, que viene a ser la pedagogía del amor frente al odio; la pedagogía de la vida frente a un mundo de muerte programada e impuesta; la pedagogía de la paz frente a la violencia, el terror y la guerra; la pedagogía de la justicia y la libertad frente a la injusticia y la opresión; la pedagogía de la misericordia frente a la venganza; la pedagogía que libera a los pobres de las miserias inhumanas; la pedagogía de la conciencia frente a la amoralidad irresponsable; la pedagogía de la Verdad frente a las mentiras ; la pedagogía de las bienaventuranzas frente a los fundamentalismos y los totalitarismos; la pedagogía del diálogo ecuménico e interreligioso frente a los sectarismos y las imposiciones ideológicas consensuadas, en definitiva, viene a ser la pedagogía del evangelio de Cristo repleto de valores universales que hace factible que todas las personas tengan la experiencia histórica de Dios.