La realidad de España no es la de los estatutos

Autor: Diego Quiñones Estévez

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Los españoles, tienen otros problemas más vitales y transcendentes que estar al capricho de los políticos socialistas, nacionalistas y sus oportunistas compañas-comparsas de izquierdas. Ni el estatuto de Cataluña, ni los futuros estatutos como el de Andalucía, lo han pedido a gritos los españoles, sino que son una excusa más, de las muchas con las que los gobiernos socialistas y nacionalistas han desgobernado la España de las autonomías de las desigualdades.

Es la excusa para seguir ocultando la realidad diaria que los españoles llevan sobre los hombros sin que las políticas de las administraciones autonómicas, de mucha publicidad y nula manifestación de progreso, hayan hecho despegar regiones como Andalucía y Extremadura, que siguen siendo las últimas en desarrollo económico, tecnológico, social y cultural. Y con los nuevos estatutos, se hundirán todavía más.

Insultan  a los españoles, estos políticos caducos que viven a costa del trabajo diario de millones y millones de españoles, cuando imponen estatutos de autonomías que encubren proyectos de naciones. Viven autosatisfechos, se creen los dueños exclusivos de las instituciones, y de que son los únicos que conocen la Constitución Española para desvirtuarla cuando llevan a cabo sus programas de partido o las políticas que luego afectan a la vida de todos los españoles. Los hechos nos dicen que los estatutos y sus descabelladas propuestas sólo van hacia el precipicio del independentismo y de los privilegios insolidarios que auguran la ruina.

El estatuto de Andalucía, como antes el  de Cataluña, y los que están por venir, reflejan la incapacidad política de unos dirigentes que han demostrado que están acabados  en cuanto a su función de políticos. Pertenecen a un tiempo ya pasado, no forman parte de la realidad española. Los españoles han alcanzado un alto nivel de progreso económico, gracias al trabajo de varias generaciones que fueron conscientes, que, para alcanzarlo, era preciso olvidar ideologías y reivindicaciones políticas obsoletas, que demostraron su fracaso tanto fuera como dentro de España (el colectivismo esclavizante e intervencionista del socialismo o el capitalismo salvaje e insolidario).

La realidad histórica de España como nación, no es la realidad inventada de los estatutos de autonomías, éstos han nacido de las invenciones ególatras de políticas ya fenecidas que son cadáveres que huelen a totalitarismo, intervencionismo, ultranacionalismo, socialismo utópico y laicismo radical anticatólico. La realidad de los españoles desde que se levantan hasta que se acuestan es otra bien distinta: es la educación de calidad y en libertad de los hijos; la preocupación por el paro y por un trabajo más digno y humano; la intranquilidad ante la creciente inseguridad ciudadana que ya ha entrado hasta en los propios hogares; el aumento de la violencia doméstica y urbana; el descontrol y ocultación de la problemática de la inmigración; el endeudamiento vitalicio por la adquisición de una vivienda; el desprecio de la cultura y de la libertad de pensamiento y de creencias; la amenaza constante del nihilista pacifismo tanto del terrorismo nacionalista como del islámico, que nunca cesarán hasta alcanzar sus objetivos de muerte y esclavitud; la libertad de mercado y la libertad de opinión, tan amenazados por el intervencionismo político; la independencia de la justicia; la verdad y no las mentiras sobre el trágico atentado terrorista del 11-M; la libertad de vivir en privado y en público la fe en la Iglesia de Cristo, la Iglesia Católica; el miedo a afrontar gravísimos dilemas que deberían desaparecer en el siglo XXI: la eliminación del aborto; la imposición política de la eutanasia activa y pasiva; la manipulación genética de la ciencia y de sus intereses político-comerciales.
Esta es la realidad histórica de España como nación de Europa y del mundo, tan alejada, tan distante, de la realidad inventada de unos estatutos de autonomías extemporáneos. Sólo falta que la mayoría de los españoles hagan ver a los políticos que nos malgobiernan, que se han instalado en las mentiras de la incapacidad histórica, y que su tiempo se les ha terminado. Ya es hora que abandonen las instituciones democráticas desde las cuales han demostrado que sólo sirven a sus intereses de poder y desprecian el bien común de los españoles.