Sin ideas en el Debate sobre el estado de la Nación

Autor: Diego Quiñones Estévez

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El Debate  sobre el estado de la Nación, ha sido un debate carente de ideas, y muy recurrente en divagaciones políticas que han servido para el ocultamiento de los gravísimos y cruciales problemas por los que está pasando la nación española.

El  pesado y eufórico discurso del máximo responsable de la situación crítica de nuestra democracia constitucional, ha sido un discurso sin ideas y con toda la ideología de partido, que, se basa, en atacar a la Oposición para llevarle la contraria en cuanto dice y crítica de la política gubernamental. Su discurso, como su política, siempre están anclados en un pasado de rencor que a los españoles no les interesa porque el presente tiene ya sus tareas que han de resolver los políticos junto a todos los españoles.

El discurso incisivo del responsable de la Oposición, se ha quedado en un simple amago de retórica parlamentaria de salón pero le ha faltado sacar a la luz los tremendos errores del actual gobierno en los graves asuntos por los que pasa España. La Oposición liberal y conservadora aún no ha caído en la cuenta de que los ciudadanos piden más valentía y rigor en las palabras y en los hechos de la política española.

Por el Parlamento, las ideas sobre la vida de la política española, no han aparecido. En cualquier parlamento que presuma de democrático y constitucional, los grandes problemas se debaten y se intentan resolver desde las ideas políticas de peso y substancia porque están en juego la libertad, la seguridad, la justicia, la verdad, la democracia, la Constitución, en definitiva el bien común de la nación española.

El terrorismo ultranacionalista y las mentiras y oscuridades del atentado terrorista del 11-M, se han pasado de largo, como si no afectaran en nada a nuestra existencia y de manera especial a la dignificación de la memoria de las víctimas del terrorismo. Mientras el terrorismo sea una lucha entre poderes políticos para alcanzar sus objetivos de dominio, éste nos seguirá golpeando en la tranquilidad de nuestras conciencias y en un futuro cercano en el bienestar material del que tanto ahora se ufanan nuestros políticos. O se resuelve de una vez para siempre, o nos hundiremos en sus trampas nihilistas.

El proceso de la descomposición de la España constitucional del Estado de las autonomías, se ha despachado con evasivas y divagaciones. Ya no se trata de que las autonomías adquieran las competencias legítimas y constitucionales que les correspondan, sino que el estatuto de Cataluña y su fotocopia desvaída que es el de Andalucía, así como los venideros estatutos, son constituciones encubiertas que rompen la unidad de España al inventarse realidades nacionales históricas y naciones-estados confederados teñidos de un viejo republicanismo laicista, anticatólico y totalitario que va de la mano de las imposiciones del terrorismo. El bien histórico que es la unidad de la nación española, si se rompe, nos conduce a un abismo de desequilibrios regionales: la solidaridad, el reparto de la riqueza del Estado, la igualdad de oportunidades para el desarrollo económico y cultural, serán privilegios de las naciones confederadas con más competencias y prebendas.

Si sobre estos dos cruciales problemas el Gobierno y la Oposición, han pasado de puntillas, no digamos ya de las indignantes y ocultas problemáticas como son las del aborto y las leyes de investigación con embriones humanos sin límites, que afectan, a la estabilidad moral y social de la familia y de la sociedad: en las cloacas inmorales del estado y de la ciencia se destruye el derecho a  la vida. Las víctimas inocentes e indefensas, se han de ocultar porque perturban la tranquilidad del estado del bienestar. Y a ello se añade: el caos de una educación sin libertad y estatalista; la aniquilación de la familia natural y el matrimonio hombre y mujer; la inhumana inmigración ilegal y la inseguridad ciudadana de todos los días y todas las noches. Unos y otros se echan la culpa de sus errores, en vez de establecer un debate de ideas que pongan en marcha medidas humanitarias y legislativas que tranquilicen a la población y comiencen a resolverlos desde el Estado de Derecho y los Derechos Humanos.

La dialéctica parlamentaria española demuestra una pobreza de argumentos, de ideas y principios éticos, que la alejan de lo que ha de ser el fin de la dialéctica tal y como la entendían los grandes sabios de la Antigüedad: buscar la verdad por medio de un diálogo razonado, por medio de propuestas y argumentaciones razonables. La  espuria retórica parlamentaria española vive en una parálisis de ideas y principios. No hay ni tan siquiera sutilezas ni propuestas ingeniosas, tan sólo la inutilidad de unos sofistas funcionales al servicio de las mentiras del poder.

Mientras, España languidece y duerme narcotizada porque es incapaz de afrontar y resolver los problemas vitales que engrandecen a las naciones en la Historia.