La unidad de España y cómo debe ser un abad.

Autor: Diego Quiñones Estévez

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Dios me libre de indicar pautas de comportamiento a cualquier cristiano, sea este del carisma y de la vocación que el Espíritu Santo le haya encomendado, porque  ya Cristo, en el Evangelio y nuestra Santa Madre Iglesia nos las han dejado bien claro a los cristianos de España, de Europa o de cualquier otra parte de la Tierra a lo largo de muchos siglos. Siglos y siglos que constituyen el más seguro aval de cuanto hacen y deshacen los humanos.

Tan sólo decir que todos los españoles católicos, amamos a la Iglesia Universal que se hace presente en la Historia de España en cuantas regiones la componen. Y digo conscientemente regiones. Regiones cada una con su historia y cultura, que han conformado el conjunto de la Historia de España y la Historia de la Iglesia en España. La Constitución de 1978 las llama autonomías, y no naciones, ni nacionalidades, ni realidades históricas, ni estados, ni otros inventos de la jerga política de los ultranacionalismos insolidarios y demagógicos que se imponen por  intereses de poder y ventajismos económicos.

Cualquier español con unas cuantas naciones de Historia básicas, como cualquier francés, alemán, ruso o inglés, es consciente que España es nuestra Patria, nuestra Nación, nuestro Estado de Derecho porque se basa en una unidad territorial, política, social, espiritual, cultural, democrática y constitucional, en definitiva en una unidad política indiscutible con valores espirituales e históricos. Y da lo mismo que cualquier español, como cualquier francés, alemán, ruso o inglés sea un cristiano sacerdote, obispo, abad,  religioso, religiosa o laico o sea de la creencia y de la ideología que sea, ¡Da lo mismo! Da lo mismo porque lo evidente, no tiene vuelta de hoja. El nacionalismo sin embargo, arranca y falsifica las páginas de la Historia y las rescribe y distorsiona sin descanso, hasta que alcanza su objetivo: imponer su etnocentrismo empobrecedor y extralimitado. Arrasa todo, y en España lo hemos comprobado y lo seguimos sufriendo, arrasa con la Patria común, con la Nación de todos y con el Estado de Derecho, arrasa hasta con la misma Religión Católica a la cual pretende administrar desde sus presupuestos ultranacionalistas. Quiere moldearla a su gusto y pretensiones.

En la Historia de la Iglesia, que es la Historia de Europa, hay ejemplos señeros de que defender la unidad de una nación no es meterse en política, porque la política es el pan de cada día de cuantos ciudadanos se sienten responsables con el destino de la Nación en la que han nacido y viven. Es propugnar el bien común desde la unión y comunión sociopolítica y espiritual de naciones como Francia, Alemania, Inglaterra. La unidad de estas naciones es la unidad de Europa que tanto promovió el Patrón de Europa, San Benito de Nursia (480-547), Patrono de Europa y Patriarca de monaquismo occidental. Uno de sus dones que le dio fama, fue practicar con sabiduría la amabilidad con todo el mundo, ya fueran romanos o bárbaros, pobres o pudientes de la Europa post-romana que le tocó evangelizar. Con la fuerza espiritual y humana de su Ora et labora (trabaja y reza) síntesis de La Santa Regla, no sólo legisló la vida monástica sino que gracias a ella se impulsó la civilización cristiana de Occidente tanto por medio del trabajo, de la economía, la política, la vida socio-cultural como por medio de la evangelización y la oración.

El Emperador Carlomagno (742-814) contó con el apoyo de los monjes benedictinos para conseguir una sólida unidad de los pueblos cristianos católicos de Europa. Los monjes benedictinos, sobre todo desde el siglo IX al siglo XII, contribuyeron a la unidad espiritual, política y cultural de todos los pueblos de Europa, de la que luego la nacieron los reinos y naciones modernas de la misma, como España.

Dicho esto, en La Santa Regla de San Benito (Capítulo II, Cómo debe ser el abad) se indica que el abad (= ABBA>Padre) que rige un monasterio, por encima de todo ha de seguir y cumplir con los preceptos de Cristo, el Señor  y por tanto de su Santa Madre Iglesia Católica:

23: El abad debe, pues, guardar siempre en su enseñanza, aquella norma del Apóstol que dice: "Reprende, exhorta, amonesta" (2 Tim 4, 2), 24: es decir, que debe actuar según las circunstancias, ya sea con severidad o con dulzura, mostrando rigor de maestro o afecto de padre piadoso. 25: Debe, pues, reprender más duramente a los indisciplinados e inquietos, pero a los obedientes, mansos y pacientes, debe exhortarlos para que progresen; y le advertimos que amoneste y castigue a los negligentes y a los arrogantes.

33: Ante todo no se preocupe de las cosas pasajeras, terrenas y caducas, de tal modo que descuide o no dé importancia a la salud de las almas encomendadas a él. 34: Piense siempre que recibió el gobierno de almas de las que ha de dar cuenta. 35; Y para que no se excuse en la escasez de recursos, acuérdese de que está escrito: "Busquen el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se les darán por añadidura" (Mt 6, 33), 3: y también: "Nada falta a los que le temen" (Sal 33, 10).

No tener esta constatación histórica presente a la hora de hablar de España como unidad, como un bien moral histórico, como un valor histórico y espiritual, es querer rendirse a los intereses de los ultranacioanalismos bárbaros que tanto han proliferado y desquiciado la Historia de Europa, especialmente cuando ésta olvida sus raíces históricas entre las cuales se encuentra el Cristianismo.

Los verdaderos nacionalismos son los que aman a la Patria, a la Nación y al Estado porque se basan en un nacionalismo justo, integral, que es el que quiere el respeto de los derechos, la Historia, y la prosperidad de todos fundamentada en el bien común.