Béisbol: El "Perdetiempo" nacional

Autor: Padre Eduardo Barrios, S.J.

 

 

          Nos encontramos en plena estación del llamado “pasatiempo nacional” de Grandes Ligas. Pero la gente despilfarra tantas horas con la afición al Béisbol, que bien podría considerarse un “pierdetiempo”.

          En primer lugar, la temporada resulta excesivamente larga: Más de 160 juegos. Podría restársele ventajosamente un par de meses. Si, por ejemplo, comenzase en Mayo para terminar con la serie mundial en Septiembre, se ahorrarían además las incomodidades y cancelaciones debido a tardías nieves en Abril o prematuras ráfagas polares en Octubre.

          En segundo lugar, los juegos en sí también duran más de la cuenta. Con frecuencia los fanáticos que viven en EE.UU. salen de su casa hacia el estadio bajo la luz solar y no regresan hasta avanzada la madrugada.

          Un encuentro regular con mucho movimiento por las bases y varios cambios de pitchers puede fácilmente durar hasta cuatro horas.

          Pero a eso habría que añadir que, donde falta techo móvil, se dan interrupciones por los frecuentes chubascos de verano. Tal es el caso del Dolphin Stadium de Miami.

          Se complica la duración del evento si hay empate al final de la novena entrada. A veces los juegos se van a muchos “extra innings”, y pueden durar más de seis horas.

           Por si fuera poco, el espectáculo se hace más lento aún a causa de interrupciones por violencia verbal o física. Se pierde tiempo cuando los jugadores o los managers se enfrascan en peleas verbales contra los “umpires”. De nada les vale, pues los árbitros nunca cambian sus fallos por presiones irrespetuosas. Peores aún son las interrupciones por violencia física, como cuando un lanzador golpea adrede con la pelota el cuerpo del bateador. Eso no es broma, pues las bolas no son copos de algodón. Con frecuencia ese tipo de agresiones hace que todos los jugadores salten al terreno a enfrascarse en lo que parece una bronca barrial entre pandilleros. Se ganaría en tiempo y decencia pública si estuviesen absolutamente prohibidas las protestas y peleas.

          También es cierto que al deporte se le ha dado cierto matiz bélico. Al leer las crónicas deportivas, se oyen retumbar los tambores de guerra. Si, por ejemplo, los pitchers abridores dominan a los bateadores, se dice, “duelo entre pitchers”. Si, en cambio, los bateadores se muestran inspirados, la prensa reportará, “ofensiva aplastante”, reservando para los primeros cuatro bates la designación de “artillería pesada”. Si el dominicano Papi Ortiz conecta jonrón, entonces, “disparó cañonazo por el centro”. Si el fildeo saca “out” a cuanta bola va hacia el terreno, se habla de “defensa inexpugnable”. Si el pitcher se descontrola y concede varios hits seguidos, se escribirá que fue “acribillado a batazos”. Al final no habrá simples perdedores, sino “tendidos en el terreno”. Y si la derrota fue por amplio margen, entonces fueron, “pulverizados, aniquilados, triturados” o lindezas por el estilo.

          Pero dejemos el tema de la violencia en el deporte, que bien merece un ensayo aparte, y propongamos un modo de reducir la duración de los encuentros.

          Deberían acabar al final del séptimo inning. Quedaría victorioso,  desde luego, el equipo que tenga más carreras anotadas. ¿Y si estuvieran empatados? Entonces se adjudicaría la victoria al club con más hits conectados. ¿Y si estuviesen igualados en imparables? Pues se le concederían los laureles a la novena con menos errores. ¿Y si también se encontrasen emparejados en ese capítulo? Pues habría que buscar una solución salomónica parecida a los “penalties” en el fútbol (soccer). Que, por ejemplo, se careen dos pitchers contra dos bateadores para decidir de alguna forma.

          Lo importante es que los juegos no consuman tantas horas. El tiempo es oro, y el tiempo perdido jamás se recupera.

El autor es un sacerdote jesuita

Ebarriossj@aol.com