¿Tres Santos Reyes Magos?
Autor: Padre Eduardo Barrios, S.J.

 

 

        Cuando uno publica un escrito sobre los protagonistas del 6 de enero, no faltará algún lector sabichoso que responda muy orondo: “Pues sepa Ud., señor cura, que esos personajes ni eran tres ni eran santos ni eran reyes ni eran magos”.

          Es cierto que el evangelio no da número. Sólo en el siglo V de nuestra era comenzó a fijarse la tradicion en tres. Y a partir del siglo VIII suenan los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar.

          Mateo, único evangelista que relata el episodio, no los llama santos ni reyes. Y en cuanto a magos, ciertamente que no eran prestidigitadores. Las biblias modernas prefieren el término “sabios”, entendidos en Astronomía.

          Hay personas que pretenden exigirle a los libros sagrados un rigor histórico muy lejano a la intención de sus autores. En el caso de los evangelios, téngase presente que nadie tomaba nota cuando los sucesos de Jesús se desarrollaban. Despúes de la resurrección, nace la Iglesia y comienzan los evangelios en forma oral. Predicaban los testigos oculares. Con el tiempo habría que poner por escrito lo predicado. Así nacieron los cuatro libros. Había mucho material. Cada autor seleccionó lo que más interesaría a sus destinatarios. Eso explica que no coincidan en muchos detalles. La Iglesia enseña que los evangelistas fueron fieles a sus fuentes, pero exponiéndolas con la más plena inteligencia que sacaban de la luz pascual e inspirados por el Espíritu Santo (Cfr. Vat. II. Dei Verbum N° 19).

          Del episodio de enero 6 importan más las enseñanzas que la precisión histórica en el sentido moderno de historia.

          Importa que el Niño Jesús fue rechazado por algunos, Herodes en concreto; y acogido por otros. En el relato lo acogen benévolamente unos extranjeros que viajan desde un punto del Oriente.

          Queda claro que Jesús llega como signo de contradicción, y sigue siéndolo. De la estrella-guía podemos retener un fenómeno meteorológico natural que los viajeros intrepretan como providencial. También el astro, en cuanto fuente de luz, puede tomarse como símbolo del mismo Jesús, quien un día diría: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8,12).

          La narración subraya la realeza del recién nacido. Herodes ve contrincante, pero nace un rey que en su momento dirá: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36).

          Conviene fijarse, además, en los regalos que ofrecen los viajeros. Le regalan oro como conviene a un rey, incienso con que se da culto a Dios y mirra a quien va a sufrir.

          Al honrar sobremanera al recién nacido se reconoce que Jesús es quien es desde el primer momento de su existir. Él no es un personaje que con el tiempo se crecería a modo de un Napoleón Bonaparte, plebeyo de Córcega, que llegó a emperador de Francia. Jesús llega como mesías, rey y Dios humanado, que viene a salvar no sólo a los judíos, sino a todos los pueblos. La Iglesia celebra el encuentro del Niño Jesús con extranjeros como su “Epifanía”, que significa manifestación.

          Pero los niños prefieren celebrar el Día de los Reyes. Mientras disfruten de Cenicienta, Batman y Spiderman, déjenles creen en los Reyes Magos. Pasada la inocencia, se les explica que los Reyes existieron y que le llevaron regalos a Jesús. Los padres se inspiran en ellos para obsequiar a sus hijos en el tiempo feliz de Navidad.

 

El autor es un sacerdote jesuita.

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