Salud. "...Los sordos oyen..." (Lc. 7,22)
Autor: Padre Eduardo Barrios, S.J.

 

 

        Cuando Juan Bautista envió una embajada a preguntarle a Jesús si él era el esperado Mesías, el Señor respondió con una serie de milagros a favor de ciegos, cojos, sordos y otros enfermos. Esos prodigios valían como credenciales mesiánicos.

          Hoy en día, muchos dolientes de los tiempos bíblicos encontrarían la salud o el alivio a sus dolencias mediante la ciencia.

          Actualmente numerosos enfermos se curan o alivian gracias al milagro indirecto de la tecnología. Los adelantos tecnológicos provienen de ese milagro de la creación, que es el ser humano, creado a imagen y semejanza de su Creador.

          Ya estamos acostumbrados a ver prótesis para resolver o paliar muchas limitaciones corporales: Para los ciegos hay lupas cada vez más potentes; para los lisiados existen sillas y equipos siempre más sofisticados; y desde hace muchos años se venden audífonos para los sordos.

          Para éstos últimos ahora también hay solución quirúrgica. Cuando la sordera llega a niveles muy profundos, existe la posibilidad de un implante de cóclea. Se practica en muchos hospitales del mundo, incluyendo uno no muy lejos de Santo Domingo, el de la Universidad de Miami, también conocido como Jackson Hospital. Consiste en implantar entre el cráneo y el cuero cabelludo un artefacto con 22 electrodos que suple la función de la cóclea. A ese aparato interno se le conecta un artilugio externo, parecido a los audífonos, y operado con baterías, que sirve de puente entre el mundo sonoro exterior y el oído interno. Por supuesto que se necesitan varias sesiones audiólogicas para sintonizar los dos equipos y programarlos para diferentes situaciones auditivas, pues no es lo mismo un lugar silencioso que un sitio bullicioso.

          La gente compadece más a los paralíticos y a los ciegos que a los sordos. No saben que éstos últimos sufren mucho aislamiento y no pocos inconvenientes en su vida familiar, social y profesional por carecer de adecuada audición. De ahí que deba animarse a las personas con severa pérdida del oído a buscar la solución más apropiada para ellos, sin descartar la quirúrgica.

          Oir bien es importantísimo para todo ser humano, pero sobre todo para aquéllos que por profesión deben comunicarse mucho con sus semejantes. Imaginen, por ejemplo, a un sacerdote sordo en el confesonario. No poder oir bien no es sólo un tormento para el confesor, sino también para el penitente. El que esto escribe lo hace desde su experiencia personal (!) 

El autor es un sacerdote jesuita.

Ebarriossj@aol.com