“San” Gimnasio
Autor: Padre Eduardo Barrios, S.J.

 

 

        En las ciudades proliferan templos donde se venera a un santo secular llamado “Gimnasio”.

          Como la mecanización ha hecho menos necesario el esfuerzo físico, y como el poder adquisitivo de muchos les permite una ingesta desorbitante de calorías, nos encontramos ante una pandemia de obesidad.

          Para contrarrestar los efectos nocivos del sedentarismo han surgido numerosos gimnasios. Algunos acogen a sus fieles desde las 5:00 a.m. hasta tarde en la noche.

          Por edades, los devotos oscilan entre “teenagers”, pasando por adultos y senescentes, y llegando hasta veteranos de la más provecta edad.

          Por supuesto que la gente puede ejercitarse en su casa o en un parque. Pero la ventaja del gimnasio estriba en la variedad de equipos. Permiten ejercitar toda la osamenta y musculatura, y pueden graduarse a la capacidad de sus usuarios. El mismo aparato que usa un atleta moviendo arrobas lo puede utilizar un anciano, calibrándolo para pocas libras.

          Si alguien cree que el ejercicio aburre, se equivoca. La diversidad de maquinaria entretiene. Además, algunos gimnastas escuchan grabaciones o leen mientras sudan. También los buenos gimnasios divierten, pues cuentan con instalaciones deportivas como canchas de “racquet ball” y “basket ball”, así como con piscina para natación.

          También yerran quienes piensan que el ejercicio físico anula el beneficio de las dietas por aumentar el apetito. De hecho, los prácticas dan más sed que hambre, y los feligreses observantes la apagan sólo con agua; sí, con H2O en estado químicamente puro. Quienes quieran adelgazar deben renunciar, al menos por un tiempo, a cervezas, refrescos, vinos y helados. En cuanto a líquidos, más allá de la humilde agua, deben contentarse con juguito de toronja, algo de leche magra, y café o té sin azúcar. La gimnasia apoya a la dieta, pues la disciplina del entrenamiento embulla a disciplinarse en el comer. El provecho corporal de los ejercicios estimula fidelidad al régimen.

          Se nos antoja llamar “santo” al gimnasio por el fervor que despliegan sus usuarios. Lo entrecomillamos, pues la Iglesia no puede “canonizarlo” sin reservas. Como toda creación humana, la gimnasia se presta al exceso. Algunos la toman para dar riendas sueltas a su narcicismo. Hay personas obsesionadas con la figura física. Esa obsesión puede conducir al más grotesco fisiculturismo, tan dañino para la salud integral.

          Pero la Iglesia puede simpatizar con el “santo” cuando se toma como instrumento para mejorar la salud. Abundan los documentos eclesiales que estimulan las prácticas deportivas. No hace mucho, el pasado 17 de enero, el Papa Juan Pablo II se dirigió a los miembros de la escudería Ferrari con estas palabras: “La Iglesia considera a los deportes, practicados con respeto absoluto por las reglas, como un instrumento educativo completamente válido para los jóvenes”.

          Un santo de verdad, San Ignacio de Loyola, aconsejaba a sus jesuitas cuidar la salud: “El cuidado competente de mirar cómo se conserve para el divino servicio la salud es loable y deberían todos tenerlo” (Const. # 292). Y hasta parece recomendar los deportes cuando dice: “Algún exercicio corporal conviene ordinariamente a todos, aun a los que han de insistir en los mentales, que deberían interrumpirse con los exteriores, y no continuarse sin la medida de la discreción” (Cont # 298).

          San Ignacio no hace más que explicitar el quinto mandamiento de la Ley de Dios, pues el “no matarás” incluye el “no matarse”. Y hay personas que descuidan tanto su salud que parecen estarse aplicando un suicidio lento y solapado.

 

El autor es un sacerdote jesuita.

Ebarriossj@aol.com