El semáforo del dolor

Autor: Eduardo Orellana

 

 

El dolor puede ser percibido
no como un repentino castigo
ni tampoco un cruel enemigo
de nuestra anhelada felicidad.
Puede ser visto como ansiedad
o algo que nos impulsa a buscar
y seguir acercándonos a Dios.

Es la actitud tomada ante el dolor
o la particular forma de aceptarlo
lo que nos impide el sobrellevarlo
o transformarlo en acto de amor.
Y es que el dolor sirve, igualmente,
para hundir o elevar al ser humano,
para hacerlo crecer o amedrentarlo,
para torturarlo o, también, bendecirlo.
Por ello, quizá, sería bueno visualizar
al dolor como sabio semáforo de vida:
Rojo, amarillo y verde, constántemente
indicándonos las señales a observar.

Es el dolor de color rojo el que grita:
“¡Deténte, ya no debes continuar.
Ésto es algo que te puede afectar a ti,
a terceros o debilita tu fuerza de amar!”
Es en y a través de ese rojizo dolor
cuando hacemos un alto en el andar
para voltear a ver las carencias ajenas
y la necesidad impostergable de ayudar.
Es con la aparición repentina del dolor
cuando se cruzan frente a nuestros ojos
miedos, egoismos o mil dependencias
que nos han encadenado y alejan de Dios.
Es cuando ese dolor rojo tiene una voz.


El dolor es de chillante color amarillo
cuando nos previene de algún peligro
inminente para el cuerpo, mente o el alma.
Es con este color cuando perdemos la calma
o la seguridad de que todo lo hacemos bien.
Es el dolor pálido de cualquier enfermedad
que nos grita: “¡cuidado, por ahí vas mal!
Haz un cambio urgente en tu propia vida;
en lo que piensas, haces o dices también”.
Es el dolor que nos advierte e invita al cambio.
Es un color amarillo que nos hace reflexionar
sobre algún problema latente y su alternativa.
Dolor con fuerte color de sol que nos activa.

Existe, también, un dolor coloreado de verde.
Es el dolor optimista que nos susurra a diario:
“¡sigue adelante, el que persevera no pierde!”
Es el color de la sublimación ante lo inevitable:
una separación, la lastimadura por una caída,
la entrega amorosa sin ser correspondido,
la añoranza de un tiempo gozoso, pero ya ido.
Dolor con color de esperanza para poder recordar
que existe algo mucho mejor más allá de la vista.
Color verde que trasciende al mundo y lo conquista.
Dolor que puede transformarse en ofrenda de amor
para hacer crecer y fortalecer nuestra vida interior.
Dolor-verde que nos acerca siempre al Ser Superior.

Sí, como dice acertádamente aquel refrán popular:
“El dolor es inevitable en la vida, pero el sufrimiento
es y será siempre opcional”.
Hagamos del dolor un sabio consejero de vida,
para poderla transformar en su parte más medular.