Belen

Autor: Eduardo Rivas

 

 

Estos días, todos tenemos presente al portal de Belén. No podemos dejar de pensar con más o menos detenimiento a lo acontecido hace 2.000 años. Dios mismo, encarnado en el humilde vientre de una jovencita de Judea, trayendo al mundo la Luz, la Paz y la Esperanza, con la sencillez con la que suceden todas las grandes cosas.

Él pudo haber llenado el mundo de cosas maravillosas que avisaran a todos su nacimiento, o simplemente, hubiera podido aparecer en el mundo, sin necesidad de tener que pasar por todas las dificultades y penurias de la vida cotidiana, sujeto a la autoridad de unos padres, que a su vez eran sus propias creaturas.

Pero se ocultó en una familia como cualquier otra, para demostrarnos que si es posible alcanzar la vida plena en Dios, nuestro Padre. Quería abrirnos el camino mediante su ejemplo, cumpliendo, antes de enseñar, actuando antes de hablar.

El nacimiento de Belén, sigue hoy en día iluminando al mundo, tal y como iluminó el portal, símbolo de la Luz verdadera que acababa de nacer. La criatura de María, estiraba las manitos, con ese signo eterno de llamada, de abrazo, de amor por cada uno de nosotros.

Él, calentado en su pobreza por el aliento de un burro y un buey, nos trajo el calor infinito de su amor, y en esa piel delicada y suave, nos mostraba en lo que podemos convertir a nuestra alma, ahora lastimada, sucia y magullada por las durezas inmisericordes de nuestros pecados acumulados por veinte siglos de indiferencia y maldad.

El nacimiento que esta navidad celebraremos, visto como deberíamos verlo cada día, deberá (como fue hace 2.000 años), marcar nuestra vida a fuego vivo, el fuego del amor de Jesús, nuestro Salvador Misericordioso.

¿Será ésta, nuestra última Navidad? ¿Estamos seguros de poder festejar la Navidad de 2005? ¡Puede que si, pero también puede que no, nada ni nadie nos lo asegura! 

Entonces, festejemos ésta, como si fuera la última Navidad que nos regala el Señor, Preparémonos a la llegada de Dios - Niño, como debe prepararse para recibir a un Salvador.

¿Se imaginan algo más triste que un niño que nazca en una familia que no lo quieran? Recibamos a Jesús llenos de amor, como al bien necesitado y apetecido, con la alegría y la felicidad con que Él llega a nosotros, con la esperanza que Él deposita, con la fe que siembra en nuestras almas.

No hagamos como cada año, el acto intrascendente de rodear un árbol mirando solamente a los regalos, no olvidemos al dueño del cumpleaños embotando nuestras mentes con alcohol hasta olvidarnos del verdadero motivo que nos reúne en familia.
Cuando Él llegue a nuestra alma, cubrámoslo con nuestro amor delicado y tierno, hagamos que se sienta a gusto, busquemos afanosamente todas las cosas que eviten entristecer su carita de niño, y mantengámoslo arropado y caliente, dueño de nuestras vidas.

Y cuando pase la Navidad, no lo dejemos en el cajón en que guardamos los adornos y el arbolito. Que no se quede olvidado y solo, como lo dejamos día tras día en el Sagrario, siempre triste, siempre oscuro, siempre silencioso.

Pensemos cada día, que Él nació en nuestro corazón, que está allá vivo, creciendo cada día un poquito, hasta hacerse dueño y Señor de toda nuestra vida. No lo insultemos, no lo lastimemos, no convirtamos nuestro corazón en una caja oscura y fría, donde se sienta tan mal. No lo echemos a la basura con el desprecio de nuestros pecados. Por favor, amémoslo, ES NUESTRO DIOS QUE VIENE A VISITAR NUESTROS CORAZONES...