Cuanto dejasteis de hacer con uno de éstos…

Autor: Emilio de Armas

 

 

Es una verdad común que la soga de la horca termina en el cuello del condenado, pero es una verdad que conviene tener muy presente en estos momentos de crisis, en que la tensa soga de destrucciones y pérdidas económicas anudada al cuello de los más pobres de toda la Florida, amenaza con estrangular a muchos de ellos.

Viviendas perdidas sin posibilidades inmediatas de reubicar a los desplazados, pequeños negocios al borde de la quiebra, empleos que han dejado de existir, salarios que han dejado de pagarse, deudas en que ha sido preciso incurrir sin tener fondos reales para respaldarlas… No es necesario enumerar toda la secuela de empobrecimiento que dos huracanes han traído a nuestro pedazo de península este verano: basta con mirar por las ventanas para verla; basta con manejar el auto durante más de dos horas al regresar a casa del trabajo, para sentirla diariamente.

De todo este agobio, no creo que haya nada peor que la situación de los que aún están sin techo. El romanticismo de alumbrarse con velas está bien para las dos primeras noches; el deslumbramiento de ver las estrellas en el cielo es, efectivamente, inolvidable… Pero cuando la vida cotidiana se interrumpe (cuando “el hilo de los días se rompe”, para decirlo traduciendo a Shakespeare), no es el momento de velar por los intereses y las comodidades de los que están arriba, sino por la imprescindible subsistencia de los muchos que están abajo.

Para decirlo claramente: No es el momento de favorecer aumentos en las tarifas de la electricidad para compensar a una gran compañía por las ganancias que dejó de obtener mientras sus usuarios carecían del servicio, según se informó el 9 de noviembre desde la capital del estado de la Florida, un estado que se está empobreciendo a plena vista, mientras el costo de cubrir las necesidades básicas se remonta en un delirio millonario. No es el momento de gravar aún más las viviendas, permitiendo que el precio de los seguros “asegure” a los proveedores de pólizas contra todos los huracanes que aún están por llegar en los próximos 20 años.

Ninguna economía se desarrolla si no es desde la base que la sustenta. Por cada hombre o por cada mujer que se empobrece hoy, habrá mañana una nueva familia de menesterosos, y eso, además de ser profundamente triste, no le conviene absolutamente a nadie, ni siquiera a los grandes intereses económicos que hoy cabildean con todo éxito en favor de aumentar aún más los precios de sus productos y servicios.

No voy a insistir en argumentos económicos. Prefiero citar unas palabras harto conocidas, de tan poco atendidas: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis… En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo” (Mateo 25: 42-43, 45). Si quienes aspiran a recibir los votos de los cristianos se vuelven de espaldas a esta sencilla e inexcusable regla, que es moralmente válida para todas las sociedades, a la hora de “dar al César lo que es del César”, es decir, a la hora de escoger a nuestros funcionarios públicos, habrá que tenerlo en cuenta.

Cuando se calmaron un poco los embates de “Wilma”, salí a la calle con los amigos que habían pasado la noche en mi casa, ya que no podían hacerlo en el trailer donde viven desde su llegada de Cuba. A medida que nos acercábamos al lugar, comprobando los estragos a derecha e izquierda, veía el espanto crecer en sus rostros. Cuando por fin llegamos al trailer de ellos, en pie y entero entre otros severamente dañados, les escuché emitir al unísono el ¡Gracias, Señor! más hondo que he oído en mi vida.

¡Qué pobres seremos mañana, si hoy permitimos que lo que Dios salvó lo destruya la codicia humana!

 

Emilio de Armas es director de la Voz Católica, Periódico de la Arquidiócesis de Miami