En la plenitud del silencio. El monasterio cisterciense de Nuestra Señora del Espíritu Santo

Autor: Emilio de Armas

 

 

Aun al cabo de muchos años, recuerdo la lectura de La montaña de los siete círculos con la nitidez de un viaje real. Busqué el libro de Thomas Merton porque un poeta que me es muy cercano –Emilio Ballagas– lo mencionó en algún momento entre esas lecturas que son capaces de transformar una vida. Fue difícil encontrarlo en la Cuba de los años 60, un país y una época donde lo religioso era perseguido abiertamente. Pero di con el libro, y éste me permitió acompañar a Merton, como lector, en aquel difícil ascenso de su montaña espiritual, hasta verle tomar una decisión que hoy, como entonces, creo heroica: asumir la vida monástica, no como quien busca escapar de un mundo que no comprende –o al cual teme–, sino como quien aspira a vivir plenamente el camino interior del cristiano hacia Dios.

La mayor parte de los hombres y mujeres que adoptan este camino, desaparecen para el mundo, envueltos por el silencio de los claustros. Merton, en cambio, no sólo no desapareció, sino que creció en proyección intelectual y espiritual, hasta convertirse en una de las figuras más destacadas del misticismo contemporáneo, centrado en torno de la vida y la oración contemplativas. “La vida monástica”, escribió Merton, “es esencialmente ascética. Exige un espíritu de sacrificio y de disciplina, especialmente en el principiante. Este sacrificio es, primero que todo, una obra de fe, porque es la fe cristiana lo que le da al ascetismo monástico su carácter y su discipulado específicos”. (p. 27)

De este modo, mi viaje al Monasterio de Nuestra Señora del Espíritu Santo, en Conyers, Georgia, se inició bajo la advocación de Merton. Del 25 al 28 de febrero (menos, pues, de cuatro días) iba a convivir con una comunidad de monjes cistercienses. Iba a participar de su silencio, a asomarme a la penumbra de sus claustros y a unir mi voz a las suyas en las oraciones de cada día. Esto, al menos, era lo que esperaba hacer.

En el aeropuerto de Atlanta esperaba encontrarme con mi primer monje. Me recibe, en cambio, una adolescente; es la hija de Alfredo Bencomo, el organizador de mi viaje. Alfredo vistió hábito durante dos años, pero su condición de padre lo obligó a volver al mundo. “Aquí no se viene porque uno sea santo”, me advierte, “sino porque uno necesita ser santo”.

Cuando me vi solo en mi celda, instintivamente me fui hacia la ventana en busca de la luz del día. Lo que vi fue un muro de ladrillos y, del otro lado, un pequeño “jardín” donde las flores eran cruces blancas; estaba junto al silencio de todos los silencios: el cementerio.

“Ahí me van a enterrar a mí”, me dijo una hora después, con la sonrisa de un niño, el P. Eduardo Rodríguez, a quien los muchos años en Georgia no le han apagado el acento costarricense. Fue el final de mi primera conversación con un monje, mediada ya la tarde. El P. Rodríguez se había sentado frente a mí y me había relevado de hacerle preguntas: su conversación había fluido desde la evocación de sus días juveniles, en que aspiraba a formarse como jesuita, hasta el momento en que comprendió que su verdadero carisma era el de la contemplación; desde su elección del monasterio cisterciense de Conyers hasta, prácticamente, el momento en que me hablaba desde la serena plenitud de sus ya largos años de haber hecho el voto de “estabilidad”, es decir, de permanencia hasta la muerte. Cuando lo vi alejarse hacia la iglesia para integrarse al coro de sus hermanos, volví a mirar hacia el pequeño cementerio, donde los ya idos seguían reposando unos junto a otros, y sentí que “el silencio de todos los silencios” era otra forma de coralidad.

“La estabilidad y la comunidad son dos carismas interrelacionados”, dice el P. Anthony Delisi, OCSO, que ingresó en el monasterio en 1948. “La estabilidad exige firmeza de carácter y de propósito en nuestros votos, para comprometernos a vivir como una comunidad de hombres por el resto de nuestras vidas”. (61) El Padre Delisi ha ocupado el cargo de superior del monasterio (2002-2003) y allí ha desarrollado una intensa labor intelectual, con numerosas publicaciones sobre la vida contemplativa y de oración. Al final de nuestra conversación me entrega varios de sus libros, y entre ellos encuentro una hermosa serie de cuadernos de poesía, Waiting (Esperar). Muchas de sus obras han sido traducidas al español. Suyo es este poema en que la voz de Jesús anuncia:

Solamente cuando estén todos los corazones iluminados
con la luz de la Fe
me despertaré,
regresaré
y entonces llegará el amanecer.
Entonces entonarán los ángeles el gran himno de entrada,
vendrán los pueblos,
las tribus, reinos y naciones,
cada una con su historia,
como parte de la gran sinfonía de Amor.
Entonces, y sólo entonces, llegará mi reino.

En la plenitud del silencio monástico, la palabra se hace verbo poético y resplandece. La conversación, porque ha de ser breve, es sagrada: se dice lo de más adentro, y en unos minutos se cubren distancias comunicativas que la vida común ha hecho dolorosamente intransitables.

Tengo ahora frente a mí al P. Thomas Francis. Cuando comienza a hablar se le va ahondando la mirada, donde la piedad y la inteligencia se hacen luz. “Diariamente, llevo a cabo tres períodos de oración contemplativa en mi celda”, explica. “Allí tengo un banquillo en el cual puedo arrodillarme parcialmente, o sentarme parcialmente (un ‘banco de oración’). De modo que, primero me siento-arrodillo (claro está, se puede estar en cualquier posición), cierro los ojos y pongo toda mi atención y concentración en mi respiración: al inhalar y al exhalar. Obviamente”, aclara, “esto es sólo un ritual –pero también es una señal. ¿De qué? Del Espíritu Santo”, responde, “el mismo aliento de Dios, correspirando dentro de mí. En todas las lenguas antiguas, el primer significado de ‘espíritu’ es aliento, viento”. Y amplía: “Jesús juega con estos dos significados en el diálogo con Nicodemo en el tercer capítulo de Juan. El simple acto de respirar puede ser percibido como un ‘sacramento, o signo’ del Espíritu (Aliento) de Dios. Uno puede notar de inmediato el efecto calmante que esto tiene, al sentirse sosegado y receptivo”.

El P. Thomas Francis define la oración contemplativa como un acto de amor esencial: “Cualquiera que haya amado sabe lo que es y ha experimentado el gozo del estar completamente presente con el ser amado, en una unión y un reconocimiento recíprocos. La felicidad humana de los que aman”, señala, “es sólo una imagen tenue de lo que es estar enamorado y presente con la Santísima Trinidad”.

La conversación se nos interrumpe cuando la campana llama a rezar Vísperas, y salimos poco menos que corriendo hacia la Iglesia. A la entrada, se ajusta la capucha negra sobre el hábito blanco, y lo veo confundirse con sus hermanos en la penumbra del coro.

Al día siguiente, hablo con el Hno. Michael, director de vocaciones. ¿Cómo se llega a ser monje cisterciense? El proceso que me describe se parece muchísmo al de ingresar en una universidad o al de aspirar a una plaza académica: solicitud y envío de currículum, evaluaciones de la situación familiar y financiera del candidato, entrevistas, período de pruebas; los votos definitivos sólo se pronuncian cuando la comunidad y el novicio están seguros de que éste ha adoptado una decisión espiritualmente madura. El tiempo no se detiene para quien ingresa en un monasterio, pero comienza a parecerse a la eternidad.

El 21 de marzo de este año, el Monasterio de Nuestra Señora del Espíritu Santo cumplió 60 años de existencia. El P. Francis Michael, OCSO, superior de la institución, señala que ésta atraviesa un inusitado período de transición: numerosos monjes han llegado a una edad avanzada, y su cuidado se ha convertido en tarea permanente de la comunidad; las ocho camas de la enfermería están ocupadas. “En estos 60 años, con la excepción de algunos proyectos especiales, nunca hemos tenido que pedir ayuda”, afirma. “De hecho, y hasta donde sé, nunca hemos hecho una colecta en la Misa, excepto para los pobres. Ahora estoy en una situación en la que tengo que pedir”. El P. Francis Michael señala que la base de esta necesidad radica en el desequilibrio actual entre el número de monjes ancianos y el de jóvenes, pero añade que este período va a superarse en unos cuantos años. “Probablemente nos convertiremos en una comunidad más pequeña, pero más equilibrada en cuanto a la edad”, observa. Y enseguida agrega que “el monasterio es aún muy fuerte; de hecho, es una de las mayores comunidades cistercienses masculinas en el mundo”.

Esta fortaleza se percibe claramente en cada momento que se vive entre estos hombres, que inician sus oraciones cotidianas a las 4:00 a.m., después de un período de sueño que no llega a las 6 horas diarias; que trabajan en la producción de exquisitos bonsais y de inolvidables pasteles de frutas, y en una excelente tienda de artículos para alimentar el espíritu; que ofrecen a los visitantes una iglesia de puertas abiertas durante largas horas, y cuyos retiros espirituales pueden convertirse en auténticas aventuras para el alma.

Al final de esta “aventura sigilosa” –como tal vez la hubiera calificado el poeta José Lezama Lima– hablo con el Hno. Gerard, director de la Casa de Retiros. Sus palabras parecen prolongar las oraciones que dirigió unos minutos antes para un nutrido grupo de visitantes. Más que dialogar con él, lo escucho: sus palabras de paz y de amistad vienen de muy lejos y de muy cerca: están en los evangelios y también allá afuera, en la fría y luminosa mañana de Conyers, donde los pájaros siguen cantando como en la primera mañana del mundo.


El Monasterio de Nuestra Señora del Espíritu Santo ofrece un amplio programa de retiros con un atractivo contenido temático. Para obtener la información necesaria:

Dirección postal:
Our Lady of the Holy Spirit Monastery
2625 Highway 212 S.W.
Conyers, GA 30094-4044
Teléfono: 770-483-8705
Fax: 770-760-0989
E-Mail: monastery@trappist.net

 

Emilio de Armas es director de la Voz Católica, Periódico de la Arquidiócesis de Miami