“Los pocos sabios que en el mundo han sido”

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Con esas palabras famosas de Fray Luis de León hacemos referencia de una larga historia del ser humano para encontrar un camino positivo en la vida. La lucha de los humanos por buscar el bien y rechazar el mal nunca ha podido ser opacada por tantos que eligieron el mal con efectos nefastos en la historia humana. 

Hemos encontrado en estas reflexiones un camino positivo que activamente nos da paz interior. Podemos seguir encontrando a ese Dios, que contrario a los dioses crueles y celosos de los antiguos, se reveló  como  el verdadero Dios del bien. Ahora nos queda, con la libertad que nos dio ese Dios, vivir encontrando como escoger el bien y rechazar el mal en nuestro diario progresar. 

Esos pocos sabios que en el mundo han sido, nos han ido marcando un camino a seguir. Pablo nos dejó sus epístolas, los primeros documentos escritos sobre el mensaje de Cristo. Después nos llegaron los cuatro evangelios y otras cartas de los apóstoles y sus discípulos. Ese mensaje se esparció por todo el Imperio Romano, y a pesar de persecuciones y martirios, los cristianos comunicaron una nueva fe para la historia. En los tiempos medievales la Iglesia fue amenazada por los bárbaros que finalmente se convirtieron. Pero el Dios de la historia nos fue mandando a grandes santos. Francisco de Asís, Catalina de Siena, Ignacio de Loyola, Teresa de Avila, entre otros “sabios”, nos fueron  aclarando en medio de confusiones terribles el camino para encontrar el bien y rechazar el mal. 

Francisco dejó a su familia y su riqueza. Rechazó la pompa de aquellas figuras que se decían religiosas y predicó en vivo la simplicidad y la pobreza evangélica. Llamado a Roma a ser interrogado por el Papa y sus teólogos, no tuvo palabras para responder los interrogatorios. Francisco, levantó los ojos al cielo y comenzó a bailar ante aquellos que se decían representantes del Dios del amor. Muchos de los presentes no lo entendieron, pero el Papa sí, quien arrodillándose delante de Francisco, reconoció ante la sorpresa de sus inquisidores, la santidad y la verdadera predicación del evangelio. Francisco de Asís restituyó así la frescura del mensaje de Cristo. 

En el Renacimiento, en medio de luchas políticas y los adelantos de la ciencia, el nuevo mundo, el nuevo concepto del espacio sideral, la comunicación por medio de la imprenta, Ignacio de Loyola nos abrió las puertas a una nueva dimensión en nuestra espiritualidad cristiana. Noble español, Ignacio conoció la corrupción de las autoridades de la Iglesia de entonces, controlada por las grandes familias de Europa. Pero en vez de reaccionar como Lutero y abandonar a la Iglesia, Ignacio se dedicó a reformarla desde dentro. A su humilde casa de Roma venían príncipes, Cardenales y obispos a escuchar el evangelio, quizás por primera vez… Se reunían en oratorios, hombres y mujeres, laicos intelectuales, cristianos comprometidos, para buscar soluciones a los problemas de la Iglesia. Jóvenes nobles de todas partes de Europa dejaban sus familias y sus blasones para acompañar a Ignacio en aquella revolucionaria nueva orden religiosa que llevaba respuestas de vida eterna a todos los necesitados y sufridos, tanto ricos como pobres.  

Ignacio y sus compañeros predicaban a Cristo y su mensaje, pero más todavía, facilitaban un encuentro total con ese Dios que se hizo hombre y amigo para salvarnos. Sin dejar al mundo, Ignacio enseñaba a sus seguidores a ser contemplativos en la acción. La ciencia, los nuevos valores humanísticos, todo conducía a Dios. Todo era bueno “tanto y cuanto” condujera hacia aquél fin para que habíamos sido creados. ¡Era una nueva revolución espiritual! Había que redefinir la espiritualidad medieval que negaba todo lo que pareciera humano y mundano. 

Seguiremos a encontrar cómo Ignacio de Loyola nos enseñó a distinguir entre el bien y el mal en el mundo moderno.