Eligiendo entre el bien y el mal.

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Hablábamos de como Ignacio de Loyola aportó una espiritualidad cristiana para los hombres y mujeres que despertaban del Medioevo al Renacimiento. Por primera vez, gracias al invento de la imprenta de Gutenberg, todos podían leer los evangelios y la Biblia. Ignacio basaba su revolucionaria espiritualidad en el encuentro con Cristo a través de los evangelios. Su objetivo era el de  conocer nuestras responsabilidades como criaturas de Dios al comprometernos con su misión. Hoy nos llega esa espiritualidad con actualidad y frescura para vivir como cristianos en este Tercer Milenio eligiendo el bien y rechazando el destructivo mal. 

Ignacio define los dos campos, el del bien y el del mal. Jesucristo es la cabeza de un Reino de Paz, Justicia y Amor. En ese campo “hermoso y gracioso”, que tal parece el descrito por los evangelistas en el Sermón de la Montaña, Jesús nos invita a seguirlo y ser sus discípulos y misioneros. Él no nos fuerza, sino que nos invita con una mirada franca y sonrisa de amigo. Aunque de paz y de amor, esa misión no es para “flojos” sino para valientes. Cristo nos invita a trabajar por la justicia, a transformar un mundo confuso por el odio y la violencia.  Como joven noble mundano, él había conocido la guerra, la violencia de los poderes políticos y también las vanidades y los placeres por los que también Ignacio se había dejado arrastrar. Ahora, él nos invita a seguir sus pasos en su conversión y a elegir ese Reino de Cristo que da vida y llena de significado las vicisitudes de nuestro crecimiento en conciencia. 

Pero también existe el campo del mal. Con una descripción medieval, Ignacio nos describe ese reino presidido por el demonio: el egoísmo destructivo, la mentira, la vanidad, el orgullo que manipula a los demás… Esa figura demoníaca aparece rodeada de fuego y humo. No hay paz a su alrededor. Llama desde su trono como “si se asentase” y quiere que todos lo adoren prometiéndoles humana felicidad: “los haré como dioses” les daré poder y gloria humana, y todos los placeres… Un mensaje egoísta. Tal parece que los demás no cuentan, que no hay reglas ni responsabilidades.     

Las definiciones del campo del bien y el campo del mal nos dan pie a poder ir haciendo hoy, una lista de todo lo positivo y bueno. Todo aquello que nos conduce a construir, a crear, a transformar la creación y a contribuir a ese reino de paz, justicia y de amor. Ignacio de Loyola nos recalca que todo lo de Dios da paz interior, por encima de esas satisfacciones egoístas, efímeras y engañosas. Todo lo positivo nos lleva al amor, pero un amor profundo, que lleva necesariamente esfuerzo y hasta sacrificio. Este amor nunca se acaba sino sigue creciendo a lo largo de nuestras vidas. 

El campo del mal, por el contrario, nos lleva a la angustia y a la insatisfacción amarga incapaz de saciarnos. Lo negativo nos lleva a la animalidad de dejarnos llevar por los instintos. Esos instintos descontrolados nos llevarán más y más a la desolación. Sabemos muy bien lo que esto significa, pues como humanos, muchas veces hemos escogido ese camino, sin saber o sabiendo y nos hemos quedado vacíos. 

Si hemos encontrado al Cristo de los evangelios, al Cristo que une la fe con la razón, nos toca ahora tomar una decisión entre el bien y el mal. Él no nos presiona a una parte ni a la otra. Dios nos creó libres y respeta nuestra libertad. Es una decisión deliberada y firme, pero una decisión muy personal. Los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola están elaborados para hacernos conscientes de esa elección entre el bien y el mal por amor al Dios que nos ama. 

Sabemos que no será fácil, pero ese Rey de la Paz nos asegura que ¡siempre estará con nosotros!