Nuestro Padre

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Rezamos tantas veces el Padre Nuestro sin pensar en lo que decimos ni reparar en la profundidad de esa oración que Jesucristo mismo nos enseñó. Algunos tienen miedo a rezarle al Padre basándose en algunos pasajes de la Biblia , leídos indiscriminadamente. Creen que el Dios del Antiguo Testamento es cruel. Bastara que leyeran las introducciones al principio de cada libro para entender el contexto histórico en que fueron escritos. Así verían cómo los judíos cargaban las tintas y ponían en boca de Dios insultos y castigos contra los enemigos que los atacaban. Muchas veces hasta a los maravillosos salmos de David le fueron añadidos versos con arengas fuera de su tono principal.

El Dios del Antiguo Testamento siempre se reveló como Dios de amor, fiel a su pueblo escogido, que en contraste le fue infiel muchas veces durante toda su historia. La infidelidad del pueblo judío es reflejo de nuestra propia infidelidad que siempre existirá en la humanidad por la libertad que el mismo Dios nos donó. Ese Dios del amor se demostró siempre dispuesto a perdonar y darnos una nueva oportunidad.

Si todavía nos quedara alguna duda, Jesús nos dio la imagen inconfundible de su Padre y Nuestro Padre Dios en la Parábola del Hijo Pródigo. Aquel mal hijo abandonó a su padre, malgastó su fortuna, y regresó sólo porque tenía hambre. El Padre nos esperará siempre con los brazos abiertos. Y cuánta alegría habrá en Él cuando nos encuentre otra vez. La misma alegría de aquella pobre mujer que perdió su monedita, y la del pastor que encuentra su oveja perdida. El evangelio de Lucas, que nos trae esas tres imágenes, parece decirnos que Nuestro Padre es “el Dios que ama lo perdido…”

A ese Padre Nuestro es que Jesucristo, su hijo, nos enseña a orar. ¡Ese Nuestro Padre nunca nos va a fallar ni aunque nosotros le fallemos!

El Papa Benedicto XVI en su nuevo libro, Jesús de Nazaret, escrito con gran sencillez, dedica un capítulo a la oración del Padre Nuestro. No escribe como Papa, sino como uno de nosotros. Nos alienta a desarrollar una íntima relación con ese Padre que está en los cielos, en todas partes, cubriéndolo todo, inalcanzable, pero al mismo tiempo, al alcance de todos, de toda la humanidad., sobrepasando toda frontera y que crea la PAZ. Ese todo incluye también cada uno de nuestros corazones. Por eso es Padre Nuestro.

En un mundo resquebrajado por nuestros sistemas políticos y sociales que quieren prescindir de Dios, la imagen de Nuestro Padre que está en los cielos nos hace recapacitar. Hoy, el mismo concepto de ser padre se pierde por la irresponsabilidad de los mismos padres, y los sistemas egoístas que hemos creado destruyen la familia. Vivimos en las tinieblas del odio, la corrupción, la venganza y la violencia hasta de ciertas religiones que usan el nombre de Dios para cometer los mayores abusos humanos. Agrava la situación, la apatía de muchos que se dicen cristianos y que ignoran culpablemente las enseñanzas de Cristo y la responsabilidad social. ¡Todo esto clama justicia al cielo! Y en ese cielo está Nuestro Padre, nuestro Dios Viviente, Dios de Justicia, Dios de Amor.

A ese Nuestro Padre tenemos que orar, sin miedo, con confianza, con seguridad. Esa oración tiene que llevarnos una disposición de apertura y generosidad. Nuestro Padre nos espera que volvamos, como el hijo pródigo, por nuestra propia voluntad. Tenemos que crecer interiormente y exteriormente como seres humanos, al darnos cuenta de que nos hemos animalizado y perdido la dignidad humana.

En lo oscuro de nuestro corazón, implorantes, encontrémoslo nosotros a El que nos espera con su luz. ¡Padre Nuestro que estás en los cielos!