El relativismo nos ayuda a ser más soberbios y egoístas.

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Nos tiene que alarmar una ola de relativismo que amenaza arrasar con los logros de siglos en nuestra civilización occidental. Se proclama que no hay verdad absoluta, que todo es relativo según el contexto y las circunstancias. Y en esa ola parecen ahogarse los conceptos de Dios, la verdad, la justicia y hasta  las instituciones básicas como la familia. Lo peor de todo es que se suplantan estos valores absolutos por el dios dinero, el placer egoísta, el vivir sin dirección ni propósito. Esta “doctrina filosófica” solamente puede complacer a sistemas deshumanizantes como el consumismo de hoy. Nos hace sospechar que los medios de comunicación, televisión, revistas, etc., están patrocinados por los mismos que promueven el consumismo y les conviene que no pensemos.

 

Los efectos nefastos de una sociedad moderna en la que el dinero ha suplantado a Dios y en la que todo es “relativo”, nos deben hacer reflexionar. La brecha entre ricos y pobres, sobre todo en Latinoamérica se hace cada vez más grande. Muchos pobres se quieren hacer ricos a cualquier costo, robar, matar, ser esclavos de la droga y de los narcotraficantes. Todo esto, por tener las cosas que tienen los ricos. Muchos ricos les restriegan en la cara sus últimos caprichos con derroches que claman al cielo. Al final tanto unos como otros siguen cada vez más insatisfechos y cada vez más irresponsables.

 

No en balde el Papa Benedicto XVI nos anima a recuperar la fe razonada y viva para salvar a la civilización occidental. En su discurso de la Universidad de Ratisbona llamó la atención a los intelectuales de hoy por ignorar a Dios, y reconocer sólo a la razón humana. Bajo esa luz de la sola razón, todo aparece como relativo. La fe y la razón se deben de equilibrar.

 

Necesitamos centrarnos en un principio y fundamento que sea absoluto. Encontrar otra vez a un Dios que no sea de fabricación humana. La tradición judía registrada en la Biblia nos trajo una nueva visión de la vida descubriendo a un Dios que nos ama. Un Dios que nos invita a colaborar en su misión la cual nos lleva a la felicidad eterna. Estos conceptos eran insólitos tanto para entonces como lo son ahora para algunos. Sin embargo, tienen una profundidad única ante todas las otras doctrinas humanas que inventamos a capricho con infantil facilidad.  

 

El cristianismo llevó ese mensaje a toda la humanidad aportando un inusitado crecimiento en conciencia: la igualdad de los seres humanos, el respeto y la responsabilidad con la verdad y la justicia. Sólo con ese principio y fundamento se pueden construir sociedades sanas capaces de vivir en paz. El cristianismo es el único, como teoría de vida, que nos ayuda a crecer en conciencia.

 

Pero, hay equivocados que se dicen cristianos, que creen que por la fe sola ya están “salvados” y que basta con cumplir fielmente la ley de Moisés. Recordemos la parábola del fariseo, fiel a la ley, que se creía justo, y el publicano pecador. Cristo nos vino a enseñar una actitud de vida práctica humilde y profundamente humana basada en el amor en servicio a los demás. Esa actitud de vida está bien definida las Bienaventuranzas. En el pasaje sobre el Juicio Universal del evangelio de Mateo, ¿no nos explica Jesús cómo se nos juzgará a cada uno? Será a Cristo, al mismo  Dios, a quien ayudamos, o no ayudamos. A muchos les gusta ignorar estos pasajes. El Evangelio nos describe claramente una actitud que no es relativa, sino profundamente universal, absoluta y sobre todo, práctica.

 

En esta Cuaresma renovemos nuestra fe razonada día a día en ese Dios de amor que nos invita a un desarrollo de conciencia vivo, dinámico y responsable. No nos dejemos llevar ni por el soberbio y egoísta relativismo, ni por la presunción arrogante del fariseo.