Luz que disipa las tinieblas.

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Una imagen bellísima usada por San Juan Evangelista para referirse a Cristo, es la de ser luz que disipa las tinieblas. 

En un mundo confundido en el que las tinieblas parecen oscurecer nuestro futuro, necesitamos de verdad una luz que nos alumbre el camino. Después de la V Conferencia del CELAM en La Aparecida, Brasil, nos espera un reto a todos los que nos llamamos cristianos en Latinoamérica. Vivimos en tinieblas. Nuestro continente se debate bajo las sombras de la corrupción política, social y económica, y una Iglesia que quiere llevar una nueva forma de evangelización que nos devuelva la sanidad de juicio para solucionar todos esos problemas. La Iglesia nos quiere alumbrar con la luz de Cristo que disipa toda tiniebla. Y esto no es una consideración pía, es una condición de vida o muerte dada la emergencia de la situación latinoamericana. Sólo Cristo, luz que disipa las tinieblas nos puede guiar por el camino a seguir.  

No será fácil. Tenemos que transformar primero a los individuos y para eso instar a los líderes cívicos que atiendan las necesidades de los pueblos. No se puede crear una sociedad sana cuando la gente vive en zozobra, sin satisfacer sus básicas necesidades humanas. Esa insatisfacción ha provocado la delincuencia y la violencia que enferman nuestras ciudades. De ahí que tanta gente joven quiera emigrar para salir de ese terror y buscar otros países donde poder trabajar y progresar en paz y sosiego.  

Nuestro Santo Padre Benedicto XVI en su primera encíclica “Deus Caritas Est” nos explicaba el deber de la Iglesia de ayudar  y aconsejar al estado que es el verdadero responsable de curar los males que destruyen nuestras sociedades. Es deber de la Iglesia el guiar, denunciando las injusticias y proclamando los derechos de los pueblos basados en la dignidad de la persona humana. ¡Tremenda misión que otras religiones tratan de ignorar! 

Muchas fuerzas antisociales y dañinas atacan hoy a la Iglesia y la acusan de ingerencia política, sin embargo esas voces sólo atacan y critican todo sin proponer ni anunciar soluciones positivas. Y mientras tanto los pueblos sufren y se desangran. No se explican esos ataques tan constantes y sistematizados a la Iglesia católica.       

Al querer ayudar a transformar al individuo la Iglesia anuncia a un Dios, del que nos enorgullecemos en creer. Este es el Dios de vida, distinto a aquellos dioses arbitrarios de las civilizaciones antiguas, es un Dios de amor, que nos invita a completar la obra de su creación. Es un Dios que nos llama a colaborar con él en su reino de paz y justicia, en el que, tanto el individuo como la sociedad, crezcan en armonía hacia la felicidad. Solamente ese Dios tiene respuestas a los problemas ingentes que nos afectan  hoy en Latinoamérica y en el mundo entero. 

Insistimos en que la Iglesia tiene un papel preponderante en la formación del individuo porque Cristo la dejó encargada de llevar a todos, mujeres y hombres de todas las naciones, razas, culturas y clases sociales, esa  actitud de vida que él mismo nos enseñó. La única actitud de vida que nos puede salvar de la violencia de unos a otros. Cristo nos anunció la formula contra el egoísmo humano: ámense, ayúdense, unos a otros. Cristo, camino, verdad y vida es la verdadera luz que disipará las tinieblas de nuestro mundo.  

Pero este mensaje tiene una coletilla: al recibir la luz, tenemos cada uno de nosotros, que acrecentarla y ser luz para todos, en especial para los que viven y sufren en las tinieblas. Tenemos el deber de llevar su luz con humildad y valentía. No tenemos nada que perder, Él, que es la luz, estará con nosotros hasta el fin de los tiempos.