Desafío

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Una de las imágenes más significativas del Antiguo Testamento de la Biblia es la historia de Jacob luchando con el mismo Dios.

 

Jacob huía de su destino. En vez de hacerle frente a su hermano Esaú al haberle ganado el derecho a ser el padre de las doce tribus por el famoso plato de lentejas, Jacob decide escapar de todo.

 

En el camino recibe dos grandes revelaciones. En Betel durmiendo una noche tiene un sueño. Ve una visión con una escalera apoyada en la tierra y que llegaba al cielo. Por ella subían y bajaban los ángeles. Jacob entiende algo trascendental que marcará por siempre la fe judeo-cristiana. Dios no está allá arriba desligado y despreocupado de los humanos, como la mayor parte de las religiones de su tiempo lo concebían. Aquellos eran dioses a quienes los humanos no les importaban. Al Dios de su abuelo Abraham y de su padre Isaac, por lo contrario, sí le importan los humanos a quienes quiere y les ha prometido la felicidad. Esa escalera representaba que hay una comunicación activa y dinámica con ese sorprendente Dios. Los ángeles, sus mensajeros, suben y bajan conectando el cielo con la tierra. Y Jacob se irá dando cuenta que por él, por su liderazgo, llegará ese misterioso mensaje al mundo entero.

 

Pero Jacob sigue huyendo… le viene entonces la segunda experiencia. Una noche le llega un extraño que le invita a luchar. Jacob acepta. Durante la lucha, que dura toda la noche, se da cuenta primero, que aquel extraño no es un enemigo. Después, comprende que es un ángel que al parecer quiere probar su fuerza. Este ángel lo desafía a luchar. Ya casi en la mañana, asustado, pero aceptando el reto todo el tiempo, Jacob se da cuenta que aquél extraño no es un ángel, sino el mismo Dios. Su Dios se le ha manifestado como un reto, un desafío para luchar por su propia vida, su destino. No existe en la historia de las religiones una idea de Dios tan clara y audaz.

 

Hoy que vivimos en medio de relativismos absurdos y que nuestra terquedad nos animaliza cada vez más, chocamos contra estas antiguas verdades de una fe que nos hace reflexionar. Una fe universal que nos desafía pues tiene una profundidad imposible de pasar por alto. Se nos habla de un Dios que nos quiere, un Dios de amor que quiere nuestra felicidad personal pero que también nos hace responsables en la felicidad de los demás.

 

Ese mismo Dios nos desafía como desafió a Jacob. Nos hace enfrentar nuestro destino valientemente, a cada uno según su capacidad.

No podemos seguir huyendo. No podemos buscar soluciones escapistas como lo son la droga, el alcohol, los placeres hedonistas y superficiales. No podemos justificar nuestra inconciencia en cuanto a los deberes con los demás y tratar cada uno de construir un mundo más justo y más humano donde no nos tratemos como perros rabiosos y nos devoremos, ya sea físicamente con violencia y abusos, ya sea con estructuras sociales y económicas que rayan en el genocidio de los pobres y los marginados.

 

Dios es amor y nos da su mandamiento del amor que va muy en serio. Por ese mandamiento se nos va a juzgar. No nos va a salvar siquiera el haber gritado alguna vez que otra, ¡Señor, Señor!

 

Jacob respondió a este desafío de Dios. Se reconcilió con su hermano y llegó a ser padre de un gran pueblo, patriarca de las doce tribus. Por él nos llegó el Mesías, la salvación para toda la humanidad de todas las razas, religiones y clases sociales. Frente a un mundo de guerras, terrorismos e injusticias y a la vez apático, el Dios del amor lucha con nosotros y nos desafía a ser responsables. Aceptemos el reto. ¡El nos dará la fuerza que hace falta!