La loca del sacramento.

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

A Teresa Enriquez, (1450-1529) prima hermana del rey católico Fernando de Aragón, la llamaban “la loca del sacramento” porque de manera insólita recibía la Comunión ¡una vez por semana!. La usanza de la época era de recibir la Comunión sólo una vez al año por Pascua de Resurrección. La Eucaristía, guardada y protegida en el sagrario, se había convertido principalmente en rito solemne de adoración, expuesta al público regularmente en custodias de oro y piedras preciosas.

 

Junto con “La Loca del Sacramento”, muchos santos del Renacimiento, volvieron a entender al sacramento de la Eucaristía en su sentido original.  La imprenta de Guttemberg, recientemente inventada, publicó la Biblia por primera vez, y su lectura se extendió a todos en el mundo. Y en aquel mundo confuso, de divisiones políticas y religiosas, de  una Iglesia politizada y controlada por los poderes de Europa, esos santos salvaron el cristianismo. Al poder leer directamente la actitud de vida enseñada por Jesucristo en los Evangelios, indudablemente, se encontraron con la inmensa profundidad de la Eucaristía. Ignacio de Loyola, aquel ilustre noble, capitán de ejércitos de la cortes de Castilla y Aragón, convertido a Dios, lloraba cada vez que celebraba la Eucaristía. Santos y santas en unión mística con Cristo, daban sus vidas en servicio de los necesitados, tanto de los pobres y enfermos, como de los espiritualmente confundidos.

 

En estos tiempos de descarnado pluralismo y confusión. Con un mundo polarizado por tendencias extremas, faltas de comprensión y tolerancia, hasta en los cristianos y la misma Iglesia católica, el Papa Benedicto XVI nos dirige su primera exhortación. El Santo Padre nos habla sobre la Eucaristía en un sentido, tanto trascendental, como apostólico, pastoral y práctico. De una parte, nos exhorta a renovar el respeto y una sólida devoción a la celebración litúrgica de la Eucaristía. La Eucaristía une nuestra vida terrena con la vida divina. Y ahí ocurre un fenómeno que nos  arrebata a una dimensión más allá de nuestras limitaciones y de nuestro entendimiento humano. En un hecho incomprensible, nos unimos con Dios mismo en sus tres aspectos: como Padre omnipotente, como amigo y hermano en Jesucristo, y con todo el movimiento evolutivo de la historia de la salvación en el Espíritu Santo que nos inspira y anima. Este apasionante encuentro con Dios, que es realmente místico, nos devuelve inmediatamente a la realidad de nuestro deber y responsabilidad con los demás. ¡La Eucaristía nos une como comunidad de fe, como Iglesia!

 

Hemos cometido muchos errores en la historia tratando a veces de curar los males sociales de injusticia en el mundo sin estar debidamente unidos a ese Dios de amor y de paz. Desilusionados, perdemos la esperanza. Por otra parte, seguimos errando al promover una unión mística con Dios sin preocuparnos por atender las injusticias sociales y los males que aquejan a nuestros pueblos. ¡Este error en Latinoamérica, el continente católico, clama al cielo!

 

Cristo fue clarísimo en sus enseñanzas, siguiendo la tradición judía con el primer mandamiento de amar a Dios sobre todas las cosas, y el otro, tan importante como éste, amar al prójimo como a nosotros mismos. Al instituir la Eucaristía, incluyó directamente estas dos dimensiones. La Eucaristía nos une a Dios profunda e íntimamente, y nos une también a los demás. San Juan nos dijo en una carta, ¿cómo podemos decir que amamos a Dios, a quien no vemos, si no amamos a los demás a quienes sí vemos?

 

En esta cuaresma y con la exhortación de nuestro Papa a la Eucaristía, ¡reflexionemos, arrepintámonos y convirtámonos al evangelio!