La anti-cultura de la muerte.

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Hay ahora una tendencia negativa en el mundo occidental. Aunque comúnmente nuestros medios de comunicación la disfracen con adornos glamorosos de belleza y diversión con miles de colores llamativos, esta anti-cultura se transluce con tonos grises de muerte. ¡Es una cultura de muerte! Quizás al sistema consumista de hoy le conviene esta anti-cultura, para vendernos soluciones temporales y efímeras como una falsa felicidad alcanzable automáticamente al golpe del teclado de un “computer”.

 

Sin embargo, esa anticultura de muerte se descubre a pesar de su disfraz. Y es que nada que dé vida puede estar fundamentado en el egoísmo. La anticultura de la muerte es fundamentalmente egoísta, busca el propio placer y la propia satisfacción, sin contar con la profunda realidad de la persona. Tira hacia abajo.

 

No se puede ser feliz aislando al individuo de su camino personal a la felicidad. El ser humano para estar plenamente vivo debe encontrar el amor, ser amado y poder amar. El verdadero amor incluye la  responsabilidad del corresponder al ser amado. El error de la anticultura de la muerte, es que habla de un amor meramente egoísta. Amar, por lo contrario, significa esfuerzo, comprensión y hasta sacrificio por el ser amado. Esto parece estar totalmente fuera del lenguaje de la anticultura de la muerte.

 

Por otra parte, no se puede aislar al individuo de los demás socialmente. Los grupos sociales, básicos, como la familia, nuestras comunidades de trabajo y actividades, hasta nuestros intereses nacionales y patrióticos, exigen también un compromiso al esfuerzo y crecimiento en conciencia. Por último, hasta el último ser humano necesita de una fe trascendental que lo guíe a una creatividad más allá de sus propios límites. Todo aquello que sea limitado a las tendencias de sus instintos y del egoísmo, sólo puede conducir a la muerte.

 

El Santo Padre Benedicto XVI se ha referido repetidas veces a la anticultura de la muerte que permea en las costumbres del mundo de hoy. Tristemente vemos los resultados trágicos. La decadencia de la corrupción se olvida de las necesidades sociales e injustamente se utiliza para el enriquecimiento exacerbado de unos pocos. De ahí se derivan la delincuencia, los vicios, la violencia y hasta la guerras. Todo esto causado por el egoísmo consciente o inconsciente de algunos, quizá de muchos.

 

¿Cómo hacerle frente a esa anticultura de la muerte? ¡Pues con la vida! Con todo aquello que nos hace crecer en conciencia. Con la reflexión que nace de la oración y la fe que tiene que ser alimentada constantemente. Primero, se debe reflexionar sobre la fe personal. Esta fe tiene que tener sentido en el mundo de hoy, sobre todo, una fe que nos haga vivir por encima de nuestras limitaciones. Esta fe no se puede adquirir ni comprar.

 

Humanamente hablando, tenemos que encontrar una fe que pueda compaginar con la razón. Ahí se caen muchas doctrinas que sólo satisfacen necesidades secundarias y que realmente nos hacen escapar inconscientemente de las verdaderas necesidades de que ya habíamos hablado. ¡Necesitamos una fe que hable de vida eterna! 

 

Acabando de celebrar la fiesta de la Resurrección de Cristo, nos  encontramos con el impacto del misterio de nuestra propia vida y eternidad. Ahí no hay límites ni soluciones automáticas y fáciles que sólo nos embriagarían por un determinado período de tiempo. El misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo contiene todas las respuestas para encontrar una cultura de vida, que disipe las sombras de la anticultura de la muerte.