La decisiva Conferencia de La Aparecida

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

¿Por qué es decisiva esta Conferencia? La V Conferencia Episcopal del CELAM está siendo esperada con gran expectación porque de ella depende el futuro de Latinoamérica.

 

Ante la gravedad de la situación social y política en América Latina, todos esperamos que la Iglesia se pronuncie sobre temas candentes como globalización y solidaridad, desigualdad y pobreza y ecología. Según los últimos análisis de la CEPAL, Comisión Económica para la América Latina, de las Naciones Unidas, nuestra región es la más desigual del mundo, la pobreza sigue aumentando, el desempleo, y las diferencias entre ricos y pobres se hacen cada vez más contrastantes.

 

Algunos, no pocos, se refugiarán egoístamente en el ¿Qué tiene la Iglesia que ver con esto? Pues sí, tiene mucho que ver. Algo ha fallado o está fallando en el deber de la Iglesia de evangelizar y llevar la actitud de Cristo a todas las gentes de todas las razas, las clases sociales y a todos los países.

 

Tenemos un continente multi-racial y compuesto de una integración de lo europeo y lo nativo americano. Hasta hace muy poco profesábamos todos una misma fe. Esa fe traída por los misioneros basada en el amor y el perdón, fue defendida con sus propias vidas. Los misioneros fueron perseguidos tantos por unos como por otros. Sin embargo, su predicación  dio un carácter especial a nuestros pueblos. A pesar de los problemas de hoy, todavía perduran los principios y valores aquellos que nos dieron familia, honestidad y amistad verdadera que se demuestra en la solidaridad humana que nos caracteriza.

Con muchos defectos hemos crecido y desarrollado. Pasamos por guerras de independencia, revoluciones, dictadores de derechas y de izquierdas, y miles de abusos de unos y otros. Pero,¡sobrevivimos!

 

Al querer confrontar los problemas de hoy no podemos prescindir de esa fe que es la única con respuestas universales a un mundo que parece destruirse. Sólo una fe centrada en el Dios de vida que se reveló a lo largo de la historia, amigo, protector, compasivo y justo. Sólo ese Dios de amor y de justicia. Tanto Dios desafiante como Dios de perdón, sólo él puede salvarnos de la desintegración. Esa fe no es un opio de los pueblos, como doctrinas ya arcaicas, anticuadas y obsoletas trataron de desprestigiarla hace años causando peores males.

 

Tenemos que partir de ese Dios si queremos ayudar a salvar a la humanidad. Nuestras respuestas y soluciones sólo humanas no nos han servido para nada. Solamente el cristianismo nos da la respuesta. Pero no nos confundamos con ese cristianismo egoísta, tanto católico como protestante, que no nos desafía a trabajar por los demás, por nuestros pueblos y naciones. Ese tipo de cristianismo sí es un opio que nos complace personalmente, pero que niega rotundamente la actitud de amor en servicio que el mismo Cristo nos vino a enseñar. Ya nos decía el evangelista San Juan, el discípulo amado, que ¿cómo podemos decir que amamos a Dios, a quien no vemos, si no amamos a nuestro prójimo a quien sí vemos?

 

La Iglesia sigue predicando esas verdades de fe, una fe que se tiene que demostrar con obras. Y esas obras tienen que mejorar un mundo en el que el ser humano está cada vez más sólo y confundido, con hambre espiritual y hasta física, frustrado y vencido, sin futuro. El cristiano tiene que fomentar sociedades justas y que no sólo respeten sino promuevan la dignidad de la persona humana.

 

Esperamos todos que esta conferencia de La Aparecida nos traiga, despierta y revitalizada, la única fe que nos hace crecer.