La fe y la razón

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Si hay algo que distingue significativamente al cristianismo de todas las otras creencias que la historia ha dado al mundo, es la integración de la fe con la razón. Respetando a las otras creencias o filosofías que existen, nadie puede negar que este Tercer Milenio con su problemática, las hace caer de base como obsoletas. Aunque cada una ha aportado a las civilizaciones ideas muy profundas y ciertamente provechosas para el pensamiento humano, estas creencias carecen de respuestas a la des-humanización existente.

 

Hoy vemos que ninguna fe religiosa que discrimine los derechos de la mujer, o que racialmente no acepte el pluralismo o los derechos de igualdad de toda la humanidad, no puede guiar a ningún pueblo ni grupo.

Por una parte el mundo globalizado nos obliga a aceptarnos con nuestras diferencias y desarrollos históricos. Como contraste, hay hasta tendencias exageradas que promueven un relativismo que nos obligaría a “respetar” toda opinión y expresión cualquiera que sea, en base a ese aceptar a los demás. Según esta teoría del relativismo, un Hitler, el nazismo y sus horrores, deberían de ser aceptados,  respetados y hasta aplaudidos...

 

Gran peligro sería el creer en que no hay un sentido común denominador que a pesar de las diferencias culturales e históricas, todos los seres humanos compartimos universalmente.

 

Y ahí vemos que sólo el cristianismo sale victorioso en todas las pruebas que nos pone la historia, sobre todo en este Tercer Milenio. Muchas religiones caen sólo en una euforia sentimental, que carece tanto de razón como de sentido común. Le religión se convierte entonces en un mero escapismo, como para no pensar…

 

Sólo el cristianismo nos trae respuestas, algunas más allá de nuestro razonamiento humano, pero nunca ignorando la razón. Las enseñanzas de Jesucristo, después de 2000 años, cada vez tienen más sentido. No podemos pensar en paz entre los pueblos si no entendemos la justicia social. No podríamos nunca pensar en la felicidad si no atendemos las necesidades personales de cada ser humano con sus derechos y deberes. Nunca sería posible una comunidad universal, si no respetamos a los demás.

 

El ideal de Jesucristo enseñado en los evangelios es factible sólo si nos amamos verdaderamente como él nos enseñó hasta darnos su propia vida.

Ese mandamiento del amor nos invita, nos anima y nos obliga a ser responsables unos con otros. Pero ese amor, no viene sólo como teoría, sino como práctica activa y con esfuerzo, cada día, integrando la fe con la razón.

 

El Santo Padre, nuestro Papa del Tercer Milenio Benedicto XVI, nos lo repite una y otra vez. La razón sola nos aísla como humanos. La fe sola de pura emoción y sentimiento nos hace irresponsables. La integración de la fe con la razón refleja el mayor misterio de la historia de la humanidad. El Dios que se hizo hombre y que aceptó nuestra humanidad para salvarnos.

 

Vivamos día a día discerniendo en esta actitud de vida, como Ignacio de Loyola y tantos santos nos han enseñado: el amor en discernimiento. No es un amor a lo loco con aires de romanticismo teórico. El amor cristiano es un amor práctico, pensado, discernido, valientemente aplicado en nuestra vida diaria, y sobre todo con esfuerzo de parte de cada uno.

 

Donde se han caído todas las religiones que nos dividen y separan, ahí se levanta el cristianismo uniendo la fe con la razón. Las enseñanzas de Cristo nos llegan hoy como esperanza a toda la humanidad. ¡Solo él tenía y tiene palabras de vida eterna!