Caer en tentación.

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

¡Qué fácil es caer en la tentación! Al ser libres, como Dios nos creó, podemos escoger entre el bien y el mal. Nuestra inclinación al mal viene del egoísmo, que por una parte parece protegernos y nos defiende del mal y de los “malos”. Pero por otra parte el egoísmo nos separa y nos aísla, presente siempre a lo largo de nuestras vidas. Desatado y sin control, ese egoísmo, no sólo nos aliena de nuestras sociedades en las relaciones con los demás, sino también llega a engañarnos y hacernos creer dioses. “Si me obedecen”, dijo la serpiente en la alegoría del Edén, “serán como dioses.” ¡Y ahí caemos todos en la tentación!

En el mundo de hoy, bombardeados constantemente por los medios de comunicación masiva, se nos predica el egoísmo del materialismo y el consumismo. La felicidad se identifica con la belleza, el dinero, el poder y el éxito. El Santo Padre denuncia constantemente los peligros de una sociedad que rechaza a Dios con explicaciones infantiles y superficiales que hacen caer a tantos en el vacío y la soledad. Benedicto XVI nos invita a pensar y reflexionar. La razón debe equilibrarse con una fe profunda y trascendental, más allá de nuestros logros efímeros y pasajeros. La fe y la razón juntas nos hacen comprender los peligros en que nuestras racionalizaciones egoístas nos pueden hacer caer.

¡Padre Nuestro, no nos dejes caer en la tentación! ¡Ayúdanos a seguir creciendo como animales racionales y no como salvajes rinocerontes, violentos, insensibles y tercos! ¡Ayúdanos a reconocer la tentación que la mayor parte de las veces viene dorada y cubierta de dulces promesas!

Sí, Jesús tenía mucha razón en dejarnos en el Padrenuestro una petición para ponernos en manos de Dios y confiar en Él la lucha en contra la tentación. Jesús mismo fue tentado por el maligno quien le ofreció respuestas humanas y egoístas: poder, gloria, vanidad… Cristo sabía bien lo que ofrecía la tentación. En la oración del huerto de Getsemaní, ante el paso final de su pasión y muerte, Él pudo haber elegido el camino fácil, sin embargo decidió el seguir su llamada trascendental. Su “sí”, entregándose a la voluntad del Padre, le valdría la muerte, pero le llevaría gloriosamente a la resurrección y a la salvación de todos.

En ese momento de la oración en el huerto, ¿estaría Jesús orando con la oración que Él mismo nos enseñó?

“No nos dejes caer en la tentación”. ¡Padre, que nos das el pan material y espiritual de cada día! ¡Hágase tu voluntad y no la mía! ¡Que vea más allá de las promesas efímeras que nos propone el mundo! ¡Desenmascara el egoísmo que nos quiere derrotar en cada tentación! ¡Hazme conocer más profundamente tu llamado al amor y al perdón! ¡Haz, Señor, que vea!

En la oración del Padrenuestro está contenida toda la actitud que Jesucristo vino a enseñarnos. Si el fariseo de su parábola con el publicano hubiera orado en el templo con el Padrenuestro, se hubiera salvado. No podemos ser arrogantes, ni creernos santos, ni mejores que los demás, ni siquiera mejores que los que llamamos pecadores públicos.

Oremos en el Padrenuestro, con la humildad del publicano y sabiendo que somos vulnerables a la tentación del egoísmo. Oremos entendiendo que necesitamos seguir creciendo en conciencia, amor y perdón. Oremos con la confianza que nuestro Dios nos ha demostrado a lo largo de nuestras vidas.

Confiados en la verdadera felicidad que Él nos ha prometido, unidos y solidarios con los demás en amor y en comprensión, oremos profundamente sintiendo y diciendo: ¡Padre Nuestro, no nos dejes caer en la tentación!