Dios se hizo carne...

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Los cristianos estamos oyendo esto desde que nacemos. Como es un “misterio” y no lo entendemos, asentimos respetuosamente y lo echamos a un lado. Los no cristianos tampoco lo entienden, y quizás al ver la irresponsabilidad con que la mayoría de los cristianos viven, no le dan ninguna importancia.

Sin embargo, este misterio cambió la historia y la manera de vivir de la civilización occidental.

Del pueblo judío en su inigualable historia, venía esta idea de una promesa de salvación. La promesa se llega a concretizar en un Mesías, que no sólo salvaría a su pueblo, sino también a toda la humanidad. Profetas, poetas y todo el pueblo judío, cantaban y anunciaban esta estrella que brillaría ante todas las naciones. Aquel Mesías anunciado era el mismo Dios que se haría “carne” y habitaría entre nosotros. ¡Emmanuel, Dios con nosotros!

Los primeros discípulos de Cristo, llevaron la gran noticia al triunfalista y ya decadente Imperio Romano, a un mundo completamente adverso. Sin embargo, aquél mensaje cambió radicalmente la mentalidad del imperio más poderoso que haya existido. Como si fuera poco, aquél Dios venía humanamente como un fracasado y moría como un criminal. Esto chocaba contra todas las expectativas humanas de entonces, tanto de religiosos judíos como de gentiles romanos.

Este Dios no venía a “competir” con los seres humanos, ni a manipularlos con miedos y crueldades sin sentido, como en aquellas creencias de los griegos. Jesús venía a invitar a todos los seres humanos a ser justos, perdonar, y hasta amar a los enemigos. El mismo lo proclamó desde la cruz. Los religiosos judíos de su época, en su angustiosa espera, habían transformado al Mesías en un guerrero libertador, una figura de poder.

Paradójicamente, Jesús vino como uno más, aceptando las debilidades humanas, dándole valor a todo lo que es profundamente humano. Y ahí está el verdadero valor práctico de la Encarnación de Dios: siempre podremos identificarnos con ese Dios que se hizo uno de nosotros, que creció y sufrió como nosotros, que tuvo hambre y sed, y fue perseguido por ser justo.

Hoy vemos que nunca la humanidad a través de los siglos hubiera podido seguir creyendo en un Dios omnipotente que solamente esté allá arriba lejos de nuestras necesidades. Esos dioses crueles y de miedo han pasado a ser meras supersticiones todavía manipuladas por poderes políticos. Ya no tienen sentido en el mundo de hoy.

El Verbo, la expresión de Dios, aquél “Logos” de los griegos, se hizo carne y habitó entre nosotros, y su gloria nos sigue trayendo una válida respuesta en el presente, dirigida hacia el futuro. Pero ese Dios Jesús, humilde, amable y lleno de comprensión, nos sigue invitando ahora a continuar su Encarnación. Se quedó en nuestros corazones como fuerza y fuego para seguir aquel proceso empezado con el “sí” de María y el “sí” que Él mismo dio ante su pasión y muerte, con el resultado glorioso de la Resurrección.

En la Navidad , al verlo representado como niño indefenso en el pesebre, unámonos en oración y adoración ante Dios que vino a nosotros a salvarnos. Ahora Él nos sigue llamando a la responsabilidad, nos pide seguir llevándolo al mundo entero en justicia y amor, aunque nos cueste trabajo. El, que nos conoce bien, nos dará la fuerza para traer paz, con justicia y amor, a todos los seres humanos de buena voluntad!