La esperanza va cambiando

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

¡Nos aterra la inseguridad! Nos ha costado creer a la ciencia y darnos cuenta de que Dios nos creó en evolución, intuida ya en la maravillosa interpretación de los siete días en la creación del Génesis. El dio el poder de la nada para que todo fuera evolucionando de estructuras microscópicas simples hasta las complicadas formas vegetales, orgánicas y luego animales. El ser humano, creado para completar esa evolución, experimenta en sí mismo ese fenómeno. Somos concebidos por dos células microscópicas producidas por el padre y la madre. Desde ese humilde pero maravilloso origen, crecemos hasta convertirnos seres racionales, independientes, pensantes y creativos, capaces de transformar la tierra.
 
Todo cambia y sigue cambiante alrededor nuestro. Ante esta aparente inseguridad, ¿cómo entonces podemos definir la esperanza que guía la dirección de nuestras vidas? El Papa Benedicto XVI en su segunda encíclica “Spes Salvi”, nos define la esperanza cristiana en ese mundo cambiante siguiendo el proceso histórico en que crecemos y vivimos. “En el conocimiento progresivo de las estructuras de la materia, y en relación con los inventos cada día más avanzados, hay claramente una continuidad del progreso hacia un dominio cada vez mayor de la naturaleza. En cambio, en el ámbito de la conciencia ética y de la decisión moral, no existe una posibilidad similar de incremento, por el simple hecho de que la libertad del ser humano es siempre nueva y tiene que tomar siempre de nuevo sus decisiones… La libertad presupone que en las decisiones fundamentales cada hombre, cada generación tenga un nuevo inicio”.
 
En verdad las nuevas generaciones pueden construir a partir de los conocimientos y experiencia de quienes les han precedido, así como aprovecharse del tesoro moral de la humanidad. Sin embargo, nos aclara el Papa, que a diferencia de los inventos de la ciencia, el tesoro moral de la humanidad existe sólo como una invitación a la libertad. “Esto significa que el bienestar moral del mundo nunca puede garantizarse solamente a través de las estructuras, por muy válidas que estas sean. Dichas estructuras no sólo son importantes, sino necesarias; sin embargo no pueden ni deben dejar al margen la libertad del hombre. Incluso las mejores estructuras funcionan únicamente cuando en una comunidad existen unas convicciones vivas capaces de motivar para una adhesión libre al ordenamiento comunitario”.
 
Esta convicción ha de ser conquistada comunitariamente siempre de nuevo. Pero como los seres humanos podemos mal usarla por nuestro egoísmo, la libertad debe ser conquistada para el bien una y otra vez. Así pues, las estructuras deben ser renovadas y discernidas constantemente. “Las buenas estructuras ayudan pero por sí solas no bastan.”
 
Los que caen en la trampa del miedo se aferran siempre a lo que ellos llaman “tradición”, o sea, a una serie de estructuras implantadas sólo hace dos o tres siglos. Ignoran el dinamismo de la verdadera tradición cristiana de 2000 años que está iluminada siempre por las enseñanzas de Cristo en los evangelios. Nuestro Santo Padre nos define esta actitud en su encíclica y nos alerta también sobre el peligro del cristianismo moderno: “Ante los éxitos de la ciencia y en la progresiva estructuración del mundo, se ha concentrado sólo sobre el individuo y su salvación. Con esto ha reducido el horizonte de su esperanza y no ha reconocido tampoco suficientemente la grandeza de su cometido, si bien es importante lo que ha seguido haciendo para la formación del hombre y la atención de los débiles y de los que sufren”.  
 
Unidos en constante diálogo bajo el Papa Benedicto XVI, nuestro guía espiritual, tenemos que seguir activamente evolucionando en oración y reflexión. Vivir plenamente la esperanza en esta fascinante aventura de vida, aparentemente sin seguridad, pero con la certeza firme de la fe.