Es el amor que nos redime, no la ciencia

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

Preocupados en un mundo cada vez más deshumanizado, nos intriga el futuro. Nos cansamos de los cacareos insolentes de un “mundo sin Dios” que amenaza con ser también un mundo sin humanos.
 
Nuestro Papa Benedicto XVI, conocedor a la vez de la historia y el progreso de la ciencia, teólogo de profunda convicción, nos sigue definiendo la fe bajo la luz de los evangelios. En su segunda encíclica “Spe Salvi” el Santo Padre nos recalca las verdades fundamentales de nuestra fe que parecen ser olvidadas hasta por mismos que se dicen miembros de la Iglesia. Nos hemos ido por las ramas y pasamos por alto las raíces y el tronco. Cristo nos trajo un mensaje para todas las naciones, culturas y para todos los tiempos. Ese mensaje de vida ni cambia ni se pasa de moda, pero necesita ser estudiado y aplicado en cada generación. Jesús nos encargó como discípulos y misioneros a llevar esa “Buena Noticia” de la redención a todos en el mundo con humildad y valentía.
 
La doctrina de Jesucristo está fundamentada en el amor, que hoy parece ser ignorado tanto por unos como por otros. Unos, por un lado opacan el clarísimo y fundamental principio del amor en servicio a los demás, solamente dándole importancia a reglas y conceptos etéreos… Otros, por  otro lado, intentan reemplazar el amor por la ciencia a la que ciegamente  consideran como un dios. La ciencia, sin embargo, aunque valiosa, no salva, y tratando de suplantar a Dios, amenaza con extinguirnos.
 
Nos dice el Papa en la encíclica: “No es la ciencia la que redime al hombre. El hombre es redimido por el amor… Cuando uno experimenta un gran amor en su vida, se trata de un momento de ‘redención’ que da un nuevo sentido a su existencia.” Sería absurdo comparar los logros de la ciencia con ese sentimiento de amor que nos alegra profundamente, nos libera y nos trae una paz interior difícil de explicar en palabras. El Papa conoce muy bien la teología del amor.
 
Sin embargo, prosigue el Santo Padre un poco más allá: “el hombre se da cuenta también que ese amor por sí solo, no soluciona el problema de su vida. Es un amor frágil. Puede ser destruido por la muerte. El ser humano necesita un amor sin condiciones. Necesita esa certeza que le hace decir como a Pablo: ‘Ni muerte, ni vida,… ni presente ni futuro… ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro.’ Rom.8, 38-39. Si existe este amor absoluto entonces –sólo entonces- el hombre es ‘redimido’ suceda lo que suceda en su caso particular.” Aquí estamos hablando de conceptos muy profundos y trascendentales que ninguna ciencia, por mucho que nos ayude a dominar la naturaleza, nos puede hacer entender.
 
En este sentido, continua el Papa, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando ‘hasta el extremo’…”  
 
A esta esperanza tenemos que llegar individualmente, pero sin voluntarismos “ni pactos económicos” con Dios: “Señor, yo te voy a dar esto para que tú me des esto otro…” Tanto la fe como la esperanza que ésta produce son dones de Dios, y lo único que podemos hacer es abrirnos de mente y corazón para recibir esos dones. Debemos constantemente quitar los obstáculos que nuestro egoísmo nos pone a cada paso del camino. “Toma Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer…” lloraba en oración ante Dios aquél noble capitán convertido en peregrino, Ignacio de Loyola. “Dame tu amor y tu gracia que ésta me basta.”