¿Dónde encontrar la esperanza?

Autor: Padre Ernesto Fernández-Travieso, S.J.

 

 

YCon un mundo que parece se nos viene abajo debemos de ejercitar la esperanza. Ya todo en la vida parece costar esfuerzo, nada viene fácil.

En la última parte de la encíclica sobre la esperanza, nuestro guía espiritual Benedicto XVI, nos da medios para ejercitarnos y encontrar la esperanza. El primer medio es la oración. Nos dice Benedicto: “Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar-, Él puede ayudarme. Si me veo relegado a la extrema soledad…; el que ora nunca está totalmente solo.”

En la historia del cristianismo tenemos innumerables ejemplos de perseguidos y prisioneros que sobrevivieron gracias a la oración. Se han sufrido siempre crueldades que hacen dudar de todo y de todos. Sin embargo, Cristo, nuestro Dios, que sufrió en su carne pruebas horribles, nos enseñó a orar hasta el último momento. Solo, abandonado por sus compañeros, siendo ridiculizado ante los mismos que lo aclamaban días antes, se puso en manos del Padre. Y sus palabras fueron el testamento más valioso que podía él dejarnos sobre la oración: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” ¡A ti Señor me entrego!

Junto con esa oración desgarradora en el momento de su muerte viene esta otra, desconcertante para nuestra limitada mente humana: “Padre, perdónalos que no saben lo que hacen.”

Esas dos oraciones contienen la profunda espiritualidad cristiana: la única espiritualidad que nos puede dar esperanza. Sabemos que nuestro Dios sufrió y por lo tanto nuestra fe está basada en la convicción de que Dios conoce nuestra vida, nuestras tribulaciones, nuestras soledades y constante esfuerzo en sobrevivir. Él no es el dios del Olimpo, allá en las alturas, incapaz de comprender y menos de amarnos en nuestros sufrimientos. Nada humano puede arrebatarnos esa fe, como decía San Pablo en medio de sus vicisitudes.

La segunda oración del Cristo del perdón es realmente desconcertante pues va por encima de lo humano y natural a lo trascendente y sobrenatural. Sólo a través de Cristo pudiéramos entender este misterio. Podremos entender el sufrimiento en el contexto de la vida, y entender el perdón a los demás cuando culpable o no culpablemente nos hacen daño.

Hay muchas y muy diferentes formas de oración. Está la oración privada en el silencio de nuestro interior. También tenemos la oración pública que como Iglesia, comunidad de creyentes, nos unimos todos ante Dios, con todos los santos, pasados, presentes y futuros.

Del Antiguo Testamento tenemos el testimonio bellísimo de los Salmos que el pueblo judío nos ha hecho llegar como modelo de oración. El rey David, héroe adolescente, rey de un pueblo que encontraba a Dios, pero también hombre pecador, cantaba y oraba a Dios tanto en la victoria como en el fracaso. En su oración de niño necesitado, clamaba al Señor para que lo protegiera de los enemigos y hasta pedía, como niño indefenso, que los castigara. Como pecador, David, arrepentido, pedía misericordia al Señor. Como adulto, en la profundidad de su alma, David esperaba en el Señor, como tierra sedienta y sin agua…

Oremos en las diferentes etapas de nuestra vida, en las alegrías y en las tristezas, tanto en salud como en enfermedad. ¡Dios está con nosotros!